viernes, 8 de abril de 2016

Agustín Domingo Moratalla: Ética de la vida familiar. Por Juan Antonio Irazabal

Domingo Moratalla, Agustín: Ética de la vida familiar. Claves para una ciudadanía comunitaria. Desclée de Brouwer, Bilbao, 2006. 187 páginas. Comentario realizado por Juan Antonio Irazabal.

Los medios de comunicación no cesan de airear escándalos matrimoniales de famosos. Sin embargo el nihilismo, el emotivismo o el utilitarismo (que sólo ve en la familia «una unidad de consumo») constituyen una amenaza mucho más seria. Con frecuencia, se habla de la crisis que atraviesa esta institución. Pero todo ello no impide que, en los estudios de opinión, en España la familia aparece como lo más importante en la vida de las personas, para todos los grupos de edad y para ambos sexos. En cuanto a la llamada crisis, puede ser un signo positivo en la medida en que significa renovación o transformación.

La historia de la familia recuerda sus diversas formas en los tiempos más recientes: la familia tradicional (anterior a la industrialización) de tipo patriarcal, la moderna o nuclear como un espacio más bien afectivo-privado y de dimensiones más reducidas, la familia postmoderna, en la que las movilidades generan cierta inestabilidad estructural, y la familia relacional que, al menos potencialmente, implica todas las dimensiones de la vida.

La familia ha sido y sigue siendo objeto de estudio de diversos saberes, en particular la Psicología, la Sociología, el Derecho, la Teología y la Historia. Domingo Moratalla recoge en esta obra gran cantidad de datos provenientes detodos ellos. Pero el propósito del autor (profesor titular de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Valencia y ex Director General de la Familia, Menor y Adopciones en la Generalidad Valenciana) no es el de proporcionar una serie de conocimientos y recetas, sino el de plantear, desde la Filosofía, un tratamiento interdisciplinar. El resultado es una obra de ética aplicada, una ética presidida por el imperativo del cuidado mutuo, en contraposición a una cultura de los derechos.

Para ello, se apoya en los mejores pensadores de este último siglo: Max Scheler, Ortega, Zubiri, Marías y, sobre todo, los representantes del personalismo filosófico (una corriente situada a mil leguas de distancia del individualismo): Mounier, Marcel, Ricoeur, etc. La noción de persona había sido, según Ortega, una de las grandes víctimas del siglo XIX; ya en 1916, lanzaba el filósofo madrileño dos advertencias que suenan a muy actuales: «Hablo del amor entre personas y no entre cuerpos» y «nuestra edad es de las menos cultas en amor».

La importancia capital de la familia proviene del hecho de que, gracias a ella, la mayor parte de los seres humanos se sienten reconocidos como una realidad única desde una experiencia básica que, aunque pocas veces llega a ser formulada, se vive así: «soy amado, luego existo». Desde este punto de partida, la persona se desarrolla en la medida en que se entrega al otro. Porque sin amor no hay vida personal. La vida personal es un proceso de encuentro, donación, identificación y descubrimiento. Obviamente, el orden familiar, al estar basado en el amor, es frágil: depende de la calidad del amor con el que se alimenta. Todo lo dicho vale, en primer lugar aunque no únicamente, del amor conyugal, que es condición de posibilidad del amor familial. El autor lo describe como un proceso sucesivo de encantamiento, desencantamiento y reencantamiento, en el que la paciencia, la perseverancia, la cortesía, los espacios de libertad y el mundo compartido son indispensables.

La familia desempeña, igualmente, un papel capital como célula básica de la sociedad. Es el más primario y natural espacio de socialización, porque en ella el ser humano se personaliza en la medida en que participa en la vida comunitaria. El autor lo expresa con una fórmula lapidaria: «la vida familiar civiliza». Una cultura de solidaridad y justicia no es posible sin la familia.

La educación es otro capítulo importante de la vida familiar, una tarea que parte del reconocimiento de que nuestra voluntad no es todopoderosa, pero sí responsable y que todos somos seres necesitados. Por ello, educar implica establecer límites, un aprendizaje vital para todo ser humano. Finalmente, los dos últimos capítulos están dedicados a las implicaciones que esta visión de la familia tiene en la vida social y en la política.

En resumen, se trata de una obra muy actual que desvela horizontes enriquecedores, aunque exige una lectura atenta y a veces laboriosa.

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