sábado, 11 de febrero de 2017

George Steiner: Un largo sábado. Por Olga Belmonte

Steiner, George: Un largo sábado. Conversaciones con Laure Adler. Siruela, Madrid, 2016. Colección "El Ojo del Tiempo" 39. 139 páginas. Traducción de Julio Baquero Cruz. Comentario realizado por Olga Belmonte (Profesora de Filosofía, Universidad Pontificia Comillas de Madrid).

George Steiner, Premio Príncipe de Asturias 2001 de Comunicación y Humanidades, es un pensador de las culturas y un apasionado del lenguaje. Un largo sábado es una recopilación de entrevistas realizadas entre 2002 y 2014, en las que conversa con la periodista Laure Adler sobre sus experiencias del pasado, sus aprendizajes y sus esperanzas. Reconoce que las dificultades que vivió durante su infancia le llevaron a poner en práctica una «metafísica del esfuerzo» (p. 12), que le permitió crear belleza a pesar del dolor. La disciplina fue para él un camino hacia la felicidad. El autor hace un elogio de la fuerza, señalando, con Heidegger, que la dignidad del hombre y de la mujer «radica en tener la fuerza necesaria para cargar con su propia angustia» (p. 94).

Steiner comprende que la aventura y la condición humanas varían dependiendo de la lengua que se hable. El lenguaje nos sitúa en el mundo abriendo unas posibilidades y cerrando otras. Estas consideraciones iluminan, pero también plantean problemas: ¿Es el nivel intelectual un elemento clave para definir la condición humana? ¿Nuestra visión del mundo, nuestra capacidad para nombrarlo, afecta a nuestra condición humana o más bien a las condiciones de vida humanas? Las consecuencias morales varían de una afirmación a otra. Leyendo a Steiner nos situamos en el límite entre ellas.

El autor se adentra por momentos en cierto elitismo y, por otro lado, en un claro machismo. Llega a sugerir en estas páginas que las mujeres no pueden ser buenas pensadoras o artistas porque pierden fuerza creativa a través de la maternidad. Ante la réplica de la periodista, que cita a Hannah Arendt, Simone de Beauvoir o Simone Weil, Steiner afirma que no aportaron nada interesante, mediante argumentos demasiado superficiales para ser reproducidos. Dejando a un lado estas consideraciones, vemos que además del lenguaje y el esfuerzo, la tradición es, para el autor, un elemento fundamental en la configuración de las culturas. En el caso de Occidente, la Biblia es uno de los pilares esenciales en los que se sostiene nuestra cultura. Steiner considera que hay que leerla, pero no para catequizar, sino para conocer las propias raíces y explorar la propia historia. No es creyente, pero es un pensador de lo absoluto.

Steiner es judío y antisionista. Lo esencial del pueblo judío es carecer de patria: ser un eterno invitado en la tierra (tomando la expresión de Heidegger) que enseña a otras comunidades a reconocerse también invitadas. El judío tiene la misión de ser «peregrino de las invitaciones» (p. 29) y de enseñar a los hombres que se pueden sentir como en casa en cualquier lugar. Para ello, la primera casa debe ser el lenguaje del lugar donde se vive. Aprender un nuevo lenguaje capacita para recorrer nuevos parajes, distintos a aquél del que se procede (también en el pensamiento). No es la bandera o el pasaporte lo que nos hace ser parte de un lugar, sino compartir la cultura y la lengua. Tras esta afirmación se encuentra la idea de que no hemos elegido nacer, ni en qué circunstancias hacerlo.

El mejor invitado es aquel que se marcha dejando la casa que le hospedó mejor de lo que la encontró. Ésta es la tarea moral que todo ser humano tiene y que el judío recuerda con su existencia: debemos dejar el mundo mejor de lo que lo encontramos. Si no aprendemos a vivir el mundo como la casa de todos, estaremos siempre en guerra, disputándonos la casa y el derecho a habitarla. Este es el germen de las guerras religiosas y raciales, según Steiner: defender lo que se considera propio.

Steiner señala bien la tarea de la humanidad, aunque la descripción que hace de las religiones y su papel es quizá un poco sesgada. Señala lo positivo del judaísmo, dejando claro que ser judío no implica ser sionista. Pero cuando se refiere a otras religiones, como el cristianismo o el islam, se centra en las versiones negativas, claramente sesgadas. La comparación sería más equilibrada si también optase por pensar seriamente las versiones no beligerantes de otras religiones. No solo sería más justa la aproximación, sino que el diálogo entre las diferentes tradiciones sería mucho más viable y fructífero.

El autor vincula la secularización con la vulgarización extrema. Considera que no ser creyente no implica que la trascendencia nos sea indiferente. La cuestión de Dios debe seguir preocupando, pues nunca se resuelve, como la cuestión del mal. Lo más peligroso es la indiferencia respecto de las grandes cuestiones que afectan al ser humano y la secularización está vinculada a esta indiferencia, que supone vulgarizar la propia vida. Llama a esta situación el “epílogo”: lo que viene después del Lógos, de la palabra… la llegada a una época ridícula. Reconoce que la cultura, el arte o las humanidades no han resistido a la barbarie. Se necesita una filosofía capaz de combatirla y sabe que esta no puede ser la de Heidegger, a pesar de la admiración que siente por su obra. Hay que mantenerse vigilante para elevar la propia conciencia y no abandonar la tarea moral: ¿Habrá una civilización capaz de oponerse a la barbarie? Cabe tener esperanza, pero en la medida en que se pongan todos los esfuerzos en lograrlo.

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