lunes, 19 de junio de 2017

Olegario González de Cardedal: Cristianismo y mística. Por Gabino Uríbarri Bilbao

González de Cardedal, Olegario: Cristianismo y mística. Trotta, Madrid, 2015. 357 páginas. Comentario realizado por Gabino Uríbarri Bilbao (Facultad de Teología, Universidad Pontificia Comillas de Madrid. Comisión Teológica Internacional, Roma).

Don Olegario se adentra en un tema de gran actualidad, como es el resurgir ambiental del interés por la mística. Nuestro autor lee esta circunstancia en una doble clave: como una oportunidad para el verdadero encuentro con el Misterio, a través de las fuentes originales cristianas, especialmente la Biblia y la liturgia; o como un descafeinamiento de lo religioso y de lo cristiano, bajo el ropaje del ocultismo, lo terapéutico, el subjetivismo emocional, como una nueva gnosis (pp. 9-11).

La obra consta de tres partes principales, bastante independientes aunque convergentes, que da la sensación de haberse escrito sin un plan global de conjunto.

La primera parte se titula “Cristianismo y mística”. Contiene cuatro capítulos, bastante independientes entre sí. En el primero aborda «La mística como forma de existencia cristiana» (pp. 15-49). Ya aflora el talante básico del libro y del tratamiento de la cuestión. Jesús no fue propiamente un místico, sino un profeta (pp. 27-29). De lo cual se deduce que lo primero y principal que el cristianismo ofrece a todos no es ni mística ni experiencia mística. Si, dada la coyuntura, el cristianismo apostara por presentarse como una terapia para satisfacer las necesidades de experiencia religiosa de nuestra sociedad, entraría en un camino de desnaturalización de sí mismo. Esta idea, presentada de muchas maneras, es como una cantinela que se repite sin cesar; constituye la tesis central. Lo que el cristianismo ofrece, y debería hacerlo con todo su vigor desde sus fuentes objetivas (Escritura y Liturgia), es el encuentro con el Misterio. Para algunos pocos esto tomará la forma de mística.

El segundo capítulo, “El Nuevo Testamento y la mística” (pp. 51-94), repite la tesis central desde una teología del NT, centrada en Pablo y Juan. El NT no busca proporcionar a los creyentes experiencias extáticas ni les concede demasiada importancia cuando se dan (Pablo). Lo que busca es poner en relación profunda y familiar con Dios (p. 92).

Los capítulos tercero (pp. 95-130) y cuarto (pp. 131-178) forman una unidad, en torno a la historia de la mística. Se detecta el aislamiento moderno de la mística con respecto al conjunto de la fe cristiana (p. 104). El capítulo cuarto se centra en la evolución del último siglo. En definitiva, se ha “trivializado” y “difuminado” el perfil específico de la mística (pp. 154-5). Ante esto se imponen dos tareas fundamentales (pp. 155-7): delimitar su contorno específico y diferenciarla de otras realidades, más o menos cercanas en apariencia.

La segunda parte (pp. 179-274) lleva por título “Mística, Filosofía, Cristianismo”. En ocho capítulos de factura más breve explora la historia de la mística occidental, con mucha erudición. Finalmente, sin una manifestación descendente de Dios no alcanzamos la salvación. Por otra parte, la mística necesita de la clarificación filosófica de su realidad. La distancia entre filosofía, mística y cristianismo no beneficia ni al cristianismo ni a la mística, como se percibe en la propuesta de Tugendhat (pp. 247-257), autor al que concede una importancia superior al calado de su propuesta.

La tercera parte, “Panorama final” (pp. 275-320), me ha parecido la mejor trabada y la que yo propondría en primer lugar al lector. Los temas de fondo no varían. Sin embargo, se gana en brevedad, claridad y concisión. Frente a la nueva gnosis, bajo nuevos misticismos, se necesita un verdadero discernimiento de la fe (pp. 275-6). Olegario propone aclarar: el término mística y su contenido para el cristiano (pp. 276-284); sus formas (pp. 284-292); sus contextos (pp. 292-304); sus ejes y constantes: teológico, cristológico, soteriológico y metafísico (pp. 304-314); los criterios (pp. 315-317), para concluir afirmando la Palabra, la Luz y el Amor (pp. 317-320), como rasgos propios de la mística cristiana. El libro se cierra con una bibliografía ordenada cronológicamente (pp. 321-8) e índices (pp. 329-357): onomástico, analítico y general.

El autor maneja una amplia bibliografía. Conoce muy de primera mano a Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz y San Agustín, además de la gran tradición cristiana. Se ha percatado bien del peligro que supuso en su día el platonismo y de su presencia en el casi omnipresente Pseudodionisio. Hoy en día nuestro peligro es el de un nuevo gnosticismo, bajo tantas mezcolanzas de lo espiritualoide y lo terapéutico, desligado de la objetividad de la historia, de la Escritura, de la liturgia, del dogma, de la institución eclesial a la postre. Este intento de hacer plausible la fe cristiana hoy en día, bajo una aparente adaptación, llevaría parejo su falseamiento. La fuerza de la fe le viene de la recepción de la revelación del Misterio del amor de Dios, en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, testimoniado por los apóstoles y creído en la Iglesia. Un libro conveniente, sobre un tema acuciante. Por desgracia no siempre se funciona con claridad de ideas ni en las editoriales ni en los centros cristianos de espiritualidad, que se apuntan con facilidad a la moda de lo que “vende” sin discernimiento alguno.

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