jueves, 18 de enero de 2018

Françoise Dastur: La muerte. Por José María de Vera

Dastur, Françoise: La muerte. Ensayo sobre la finitud. Herder, Barcelona, 2008. 248 páginas. Traducción de María Pons Irazazábal. Comentario realizado por José María de Vera.

Profesora emérita de Filosofía, Françoise Dastur ha estado profesionalmente empeñada, a través de varios estudios, en desentrañar la realidad de la muerte en compañía, sobre todo, de pensadores griegos de la época clásica y alemanes de los siglos XIX y XX. Da los primeros pasos en este libro de la mano de Spinoza, que parece excluir la muerte de cualquier elaboración cuando asevera que el hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida. Dastur le da la razón y admite que la tendencia de fondo de la metafísica desde los tiempos de Platón es recordarnos nuestra participación en lo eterno e invitarnos así a superar la finitud. Si la filosofía es «aprender a morir» y ese aprendizaje provoca angustia en algunos, Dastur mantiene que la consideración de la muerte «en vez de desembocar en angustia nos conduce a la alegría». En sus últimas páginas Dastur subraya que la angustia original «está secretamente aliada no sólo con la alegría y la felicidad, sino también con la risa». Aunque su disquisición es filosófica, citando a Nietzsche, nos recuerda que la filosofía sobre la muerte es una «teología disimulada». Sin comprometer el carácter filosófico de su ensayo, Dastur levanta la careta del «disimulo» y dedica unas páginas (47-51) para dejar de lado a sus maestros griegos y alemanes y volverse a los autores del Antiguo y Nuevo Testamento que predicen y acompañan «la aparición de un Dios que triunfa sobre la muerte en el contexto de la escatología».

Naturalmente a la autora le interesa, sobre todo, la muerte como a otra posible vida concebida en la antigua Grecia «como una supervivencia espiritual, una forma disminuida de la vida o, por el contrario, como renacimiento y paso a una nueva forma de vida como enseñan las teorías de la reencarnación». En el judaísmo del siglo VI antes de Cristo, con los profetas Ezequiel y Daniel, la espiritualización de la carne después de la muerte aparece como resurrección material de los cuerpos. Esta creencia, con matices diversos según la escuela de espiritualidad a la que pertenecen, subsiste en el judaísmo del tiempo de Cristo. Pero en la escatología cristiana hay algo que la distingue esencialmente de otras escatologías. En boca de Chateaubriand y Nietzsche, citado por la autora, «el genio del Cristianismo», frente a toda problemática de la supervivencia y la inmortalidad es «atreverse a proclamar (…) la muerte del mismo Dios».

En la escatología cristiana quiere ver una dicotomía en la interpretación de la resurrección. Identifica una corriente —espiritualista— con las palabras de San Pablo: «El primer hombre hecho de la tierra fue terreno; el segundo hombre es del cielo». Con el testimonio de San Agustín y Santo Tomás que insisten en la identidad del cuerpo resucitado y del cuerpo terrenal, la autora cierra la controversia y pasa a una elocuente descripción del cristianismo en el que aparece «la idea de un Dios que triunfa sobre la muerte», pero también lo trágico de la condición humana bajo la forma de la muerte de Cristo». 

Para lectores que hayan gustado alguna vez el mundo de los clásicos griegos, el volver a ellos bajo la guía, segura y admirable, de la profesora Françoise Dastur es un placer que alivia las ineludibles dificultades de un texto filosófico que no hace concesiones a las tintas negras y la fácil insistencia sensacionalista con que algunos sociólogos y periodistas nos acosan.

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