Otsuka, Julie: Buda en el ático. Duomo Ediciones, Barcelona, 2012 (edición original de 2011). Colección Nefelibata. 150 páginas. Traducción de Carme Font. Comentario realizado por Carmen Grande.
Carmen Grande y yo nos conocimos en la comunidad Asís hace ya más de diez años. Durante este tiempo hemos tenido muchas ocasiones de comentar una pasión que compartimos: la lectura. Persona inteligente y culta, y con una gran sensibilidad social, hoy quiere hacernos partícipes de este extraordinario comentario a una obra que, seguro, nos encantará a todos. Desde aquí mi admiración y agradecimiento. (Nota del administrador.)
«La mayoría de las que viajábamos en el barco teníamos talento y estábamos seguras de que seríamos buenas esposas. Sabíamos cocinar y coser. Sabíamos servir el té y juntar un ramo de flores, y sentarnos en silencio sobre nuestros pies anchos y planos durante horas, sin decir nada mínimamente interesante... Sabíamos cómo sacar las malas hierbas, trocear la leña y cargar el agua (...) En el barco no podíamos saber que cuando viéramos a nuestros maridos por primera vez no tendríamos ni idea de quiénes eran. Que el grupo de hombres con gorras de ganchillo y abrigos negros harapientos no se parecían en nada a los jóvenes apuestos de las fotografías. Que las fotografías que nos habían enviado eran de hacía veinte años. Que las cartas habían sido escritas por personas distintas a nuestros maridos, profesionales con una caligrafía hermosa cuyo trabajo consistía en decir mentiras y ganarse corazones. Que cuando oímos pronunciar nuestros nombres por vez primera desde el otro lado del puerto, una de nosotras se taparía los ojos y se daría media vuelta -quiero volver a casa-, pero el resto de nosotras agachamos la cabeza, nos alisamos el kimono, descendimos por la rampa y nos encaramos a un día templado. “Esto es América -nos decíamos-, no hay por qué preocuparse”. Y estábamos equivocadas» (pp. 12, 26).
Julie Otsuka, descendiente de inmigrantes japoneses que se instalaron en la costa Oeste de Estados Unidos a comienzos del siglo XX, nacida en California en la década de los sesenta y formada en las universidades de Yale y Columbia, ha escrito una novela sorprendente y estremecedora, el tipo de libro que reverbera en el ánimo tiempo después de haberlo concluido. Inspirada por relatos biográficos y meticulosamente documentada en una amplia variedad de fuentes históricas, con una prosa de apariencia sencilla y distante pero de la que se sirve para evocar emociones profundas, preñada de resonancias poéticas y de empatía, Otsuka da voz en esta obra a las miles de mujeres japonesas que, con la esperanza de escapar de la miseria, llegaron a Estados Unidos llenas de expectativas pero nunca lograron adaptarse a ese nuevo continente, culturalmente tan diferente de todo lo que conocían; y, a través de ellas, resuenan también las voces de sus maridos y de sus hijos, primera generación de nuevos estadounidenses de origen japonés, con sus desesperados esfuerzos por conseguir la asimilación. Seguramente, con otros tonos y otros acentos, podemos también vislumbrar las vidas más cercanas (¿y paralelas?) de otras muchas mujeres, y sus familias, auto-exiliadas de sus mundos y sus tradiciones.
Mediante el recurso de una voz coral, Otsuka «construye no una vida, sino cientos», con las que logra hacernos percibir la variedad -y al tiempo la similitud- de la lucha de estas mujeres por la supervivencia y la adaptación en su nuevo entorno. En cada capítulo nos adentra en una nueva etapa o esfera de sus nuevas vidas: el barco, el trabajo en los campos, su ocupación como sirvientas en la ciudad, en las lavanderías o el diminuto comercio, a los que van signando con un trabajo meticuloso, con su discreción, su bien hacer y también con su desconcierto; hasta que, tras el ataque japonés a Pearl Harbour y bajo sospecha de posible traición, son forzadas junto con sus familias a dejar de nuevo todo atrás, sin conocer su destino y sin que nadie de aquellos que lo intentan consiga averiguar qué ha sido de sus obreros, de sus sirvientes, de sus tenderos, de sus vecinos y de los compañeros de juegos de sus hijos.
Julie Otsuka |
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