miércoles, 17 de junio de 2015

Jean Echenoz: 14. Por Fátima Uríbarri

Echenoz, Jean: 14. Anagrama, Barcelona, 2014. Colección "Panorama de Narrativas" 843. 98 páginas. Traducción de Javier Albiñana Serraín. Comentario realizado por Fátima Uríbarri.

En este año 2014 de conmemoración del centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial arrecia el hambre de información y de historias sobre aquella terrible contienda. Hay magníficas novelas sobre la Gran Guerra. Deliciosa e impactante, con un final sorprendente y un alma de thriller palpitante es Almas grises, de Philippe Claudel. Imprescindibles y geniales son las autobiográficas Adiós a todo esto, de Robert Graves (autor de la célebre Yo, Claudio), que sufrió el fango en el Somme y lo narró con detalle, o el muy voluminoso libro Los siete pilares de la sabiduría de T. E. Lawrence, con las aventuras en el frente de Oriente Medio del excéntrico militar británico.

Hay literatura buena y abundante sobre la Guerra del 14: la demoledora Viaje al fin de la noche, de Louis Ferdinand Céline; La marcha Radetzky, de Joseph Roth, el canto del cisne de un mundo aristocrático, su sentido llanto por fin de las tres grandes dinastías imperiales: los Romanov, los Hohenzollern y los Habsburgo; Las aventuras del buen soldado Svejk, de Jaroslav Hasek, una incisiva y delirante novela que además acaba de ser reeditada en Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores; la legendaria Johny cogió su fusil, de Dalton Trumbo; la saga familiar de La caída de los gigantes, del superventas Ken Follet, o Los cuatro jinetes del Apocalipsis, de Vicente Blasco Ibáñez, un libro que le encumbró a la fama: fue el más vendido en Estados Unidos en 1919.

También el cine ha visitado las trincheras. Mítica es Senderos de gloria, de Stanley Kubrick; de culto es La gran ilusión, de Jean Renoir, y reciente es Caballo de batalla, la incursión de Steven Spielberg en esta contienda en la que, como también apunta Jean Echenoz, en 14, los animales se convirtieron en importantes compañeros de fatigas de los soldados.

Los caballos, la disentería, los aviones, los tanques (un invento nuevo alentado por el visionario Churchill, que quiso emular al cartaginés Aníbal, vencedor de la poderosa Roma ayudado por elefantes), los submarinos, la lluvia, el fango, la obligada entrada de la mujer en las fábricas y sus consecuencias posteriores, la decadencia de la antigua aristocracia, el bautismo de fuego de un cabo llamado Adolf Hitler, las promesas británicas para convencer a los árabes de que había que derrotar al turco... La Primera Guerra Mundial tiene infinitos puntos de vista, contiene millones de novelas, las que narran las vicisitudes vitales de la friolera de 65 millones de hombres movilizados, de los que 8,5 millones murieron, casi ocho millones desaparecieron y más de 21 millones resultaron heridos.

De entre todas estas posibilidades novelísticas que son las millones de historias que contiene esta mayúscula tragedia, Jean Echenoz ha elegido a cuatro jóvenes de la Vendée y a la chica de la que están enamorados dos de ellos, y en las solo 98 páginas de 14, ha contado, en un agradable suspiro minimalista y con cierto deje decimonónico, el drama con toda su enjundia.

La novela comienza con una escena de verano en el campo de la región de la Vendée, en Francia, con una imagen muy cinematográfica: Anthime, el protagonista, se da una vuelta en bicicleta después de comer. "Una vez salió de la ciudad a rueda libre, y tras pedalear sin esfuerzo durante una decena de kilómetros de llano, tuvo que subir en bailón al presentarse una colina, balanceándose de izquierda a derecha y comenzando a sudar".

Desde aquella colina, se ofrece una idílica vista panorámica de la campiña de la Vendée, y con Anthime primero percibimos el brillo del ondular de las campanas desde los campanarios que se alcanzan con la vista. Luego llega el sonido: "Tañían al unísono en un desbarajuste grave, amenazador, pesado". Es el toque del rebato: es 1 de agosto de 1914, y se anuncia que la guerra ha comenzado.

Este comienzo de 14, la novela del francés Jean Echenoz (Orange,1947), tiene el sello del autor: una elegancia precisa, descripciones detalladas, que no se hacen pesadas, una ambientación correcta, completa y a la vez sencilla.

Esta humilde y elegante precisión es, junto a la brevedad, costumbre de Echenoz, un autor de consolidado prestigio (mereció el Premio Goncourt en 1999 con Me voy) que en sus últimas obras ha narrado vidas ejemplares de primera división pero de segunda fila, como el compositor Maurice Ravel, en su novela Ravel; el científico e inventor Nikola Tesla (en Relámpagos) o el atleta checo Émil Zatopec (en Correr).

Son novelas cortas en las que Jean Echenoz concreta y sintetiza las vicisitudes de grandes hombres. En 14, vuelve a utilizar esta fórmula minimalista que no es un repaso superficial sino una narración profunda, el resultado de un desbroce muy inteligente y muy trabajado. Jean Echenoz se documenta con ansias enciclopédicas antes de zambullirse en el mundo elegido. Si ahora es la Primera Guerra Mundial, y la novela arranca con el paseo en bicicleta de Anthime en un sábado soleado es porque en la Vendée ese 1 de agosto de 1914 fue sábado y lucía el sol.

Hay una parte verídica en sus novelas, fruto de un concienzudo buceo en bibliotecas y de muchas entrevistas con expertos o personas que han tenido alguna relación con lo que Echenoz quiere contar. En 14, su objetivo son las devastadoras secuelas civiles de la Primera Guerra Mundial, y si ha elegido esta región para ambientar la novela es porque fue una zona especialmente golpeada por la guerra.

Anthime y cuatro amigos se enrolan desde el primer momento en la contienda. El repique de campanas, la noticia de la guerra despierta el júbilo en la población, que aplaude y lanza flores a los jóvenes que marchan al combate, seguros eso sí, de que volverán pronto.

En el festivo desfile de partida, el lector se entera de cómo Anthime mira a Blanche, que ha acudido a la alegre y multitudinaria despedida, y se entera también de cómo Blanche mira a Charles, uno de los miembros de la cuadrilla protagonista. Así introduce Echenoz la trama de esta deliciosa novela: el amor imposible de Anthime, porque ella quiere a otro.


Jean Echenoz
14 no es sólo una novela sobre la Primera Gran Guerra, sobre el barro de las trincheras, los piojos, el hedor, el abatimiento, la fiebre o el miedo que se apodera de los soldados, también es una meditación sobre el destino de las generaciones y sobre las consecuencias de aquella inmensa carnicería. ¿Regresarán a casa aquellos alegres muchachos que se marchan alzando los brazos de alegría? Muchos lo hicieron mutilados, o destrozados anímicamente para siempre.

Jean Echenoz presta atención además al mundo que dejan atrás cuando marchan al frente. Su pueblo queda despojado de hombres jóvenes. La vida también cambia para las mujeres, como Blanche. Y se transforman las fábricas, los negocios, las empresas de la retaguardia.

No es fácil embutir tantos ingredientes en tan pocas páginas, dosificar la acción en sólo quince concisos capítulos en los que hay una historia de amor; combates con balas silbando en la oreja; los cambios sociales, empresariales y políticos, el total revolcón que la guerra supuso en la vida civil; la evolución vital y mental de los personajes, e incluso los avances en armamento que la Primera Gran Guerra introdujo, como la fulgurante aparición de los aviones, o cómo afectó la guerra a los animales, convertidos en alimento, en bestias de tiro o en mensajeros de sonidos apaciguadores cuando el soldado se encuentra jadeante de miedo en el bosque.

Todo está en las 98 páginas de 14, mecido por una prosa literaria y precisa. Los bosques se han transformado en "vagos cepillos desdentados". Los piojos, convertidos en adversarios capitales, en principales y proliferantes, cubren a la tropa por entero. El piojo y la rata "obstinados y precisos, organizados, habitados por un solo objetivo cual monosílabos, sin más meta ambos que roer vuestra carne o sorber vuestra sangre" escribe Echenoz cuando la desazón y el espanto ya son dueños de los protagonistas de 14. El soldado está atrapado: el enemigo está delante, las ratas y los piojos encima, y detrás los gendarmes, cancerberos de los desertores. Qué terrible prisión, y qué bien narra Echenoz la transición, implacable, imprescindible, desde el inicial desfile de felicidad belicosa hasta la desesperación y el derrumbe.


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