Valadier, Paul: La condición cristiana. En el mundo sin ser del mundo. Sal Terrae, Santander, 2006. 261 páginas. Traducción de Miguel Montes. Comentario realizado por Juan Antonio Irazabal.
Muchos cristianos se preguntan hoy por el alcance exacto de sus referencias morales, más allá de los principios generales en los que coinciden con no pocos contemporáneos. En esta época de relativismos y fundamentalismos, ¿de qué manera concreta se ha de traducir el mensaje cristiano? Esta pregunta interesa más allá de las fronteras de las Iglesias, ya que —según el autor— el mensaje bíblico ha inspirado la única moral viva que constituye el horizonte insuperable de nuestro tiempo, aunque quienes la practican no la relacionen explícitamente con su mensajero, Jesucristo. En este sentido, el mensaje cristiano sigue manifestando un poder de supervivencia del que han carecido otras doctrinas.
La presente obra trata, pues, de teología moral, disciplina que tiene un doble objetivo: por una parte, proporcionar a los creyentes las referencias necesarias para el dinamismo de su vida en el mundo y, al mismo tiempo, atestiguar la viabilidad de lo que propone para todo ser humano. Ya que encerrar el mensaje cristiano en una especie de contracultura sería caer en una grave tentación.
El autor se mantiene, pues, en el campo de la razón práctica, pero con un hilo conductor tomado del Evangelio: «en el mundo sin ser del mundo». De ahí, al mismo tiempo, su fuerza especulativa y su dificultad práctica. Según algunos, la moral, en nuestro contexto cultural, está en ruinas y sólo la fe estaría en condiciones de proporcionar las bases de un comportamiento recto.
Sin entrar en ese debate, Valadier pone de relieve el hecho de que el cristianismo constituye una referencia intelectual y espiritual cuya pertinencia es inexcusable examinar. El concilio Vaticano II animó a emprender una reformulación de la teología moral más enraizada en la Sagrada Escritura. Tal mandato suponía obviamente que la teología moral de aquel tiempo no respondía ya a su finalidad. Pero, para ello, no basta con interrogar las Escrituras, como lo prueba la abundante literatura que ha intentado seguir estas indicaciones y que se distingue sobre todo por su aspecto repetitivo, incapaz de inspirar la existencia de los creyentes, y por limitarse a reproducir la literalidad del texto. La hipótesis del autor es que la teología moral debe ser, además, una teología de la moral para poder explicar la lógica de la existencia en Cristo. Con otras palabras, el cristiano no puede vivir la moral evangélica desarraigado de su «ser-ahí» en la historia, lejos de la cultura que le ofrece su lenguaje, una manera de pensar y el ethos a partir del cual asume su ser en relación con el mundo y con los demás. Todo esto inserta al cristiano en una determinada comunidad de fe y de vida.
El capítulo primero afronta la tensión del cristiano «en el mundo sin ser del mundo» y las diversas maneras de vivirla, desde La Carta a Diogneto y la espiritualidad de Francisco de Sales hasta la «Teología moral» de San Alfonso María de Ligorio, centrada en la fidelidad a los preceptos, y los escollos del fideísmo y el pelagianismo moral. A continuación presenta la decisión cristiana como «una decisión bajo palabra», la palabra de Dios y de las Escrituras. Responsabilidad, pecado, historia y el existir en el mundo como Iglesia ofrecen nuevas dimensiones y nuevos desafíos a la acción cristiana.
Finalmente, «decidir en conciencia» es también propio de la acción cristiana. Según el Vaticano II, la conciencia es el «lugar» en que Dios se hace presente al ser humano y el hombre se abre a Dios. Al creyente corresponde comprometerse con lo que estima que es lo mejor o lo menos malo. Ninguna autoridad puede suplir a su conciencia. En el centro estará siempre la búsqueda personal de la voluntad de Dios, en sentido ignaciano, y la decisión libre e ilustrada de lo que así creemos haber discernido.
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