Anduenza Soteras, José Manuel: Teología de la relación. PPC, Madrid, 2018. 166 páginas. Comentario realizado por Julio Colomer Casanova.
Jesús, el Cristo, fue una persona “en relación”. Jesús se relacionaba con su Padre, con un vínculo especial. Pero también con la gente. No vivió apartado en el desierto. Se reunió con un grupo de discípulos, se relacionó con el pueblo sencillo, se acercó a la gente necesitada. Cuando hablaba hacía constantes referencias a situaciones de la vida que implicaban relaciones interhumanas. Por tanto, el elemento “relación” también ha de ser fundamental para sus seguidores. Y ese elemento es el que ha configurar la teología de siglo XXI.
El punto de partida del que parte el autor es:
1) la visión que presenta K. Rahner de la teología del futuro: una teología universalista, pero en diáspora en un mundo secular y neutro, pluralista, mistagógica, misionera, “transcendental”;
2) la aportación de las teologías de la liberación: la teología como momento segundo, pues lo primero es la praxis, en contacto con la realidad -sólo después viene la reflexión a la luz de Dios-, la salvación como liberación, la centralidad del pobre y el compromiso político;
3) la enseñanza del Papa Francisco sobre la importancia de la misericordia,
y 4) una mirada valiente al mundo actual, pues si algo hemos aprendido de Jesús es a leer a Dios desde la realidad.
¿Qué elementos incuestionables debería tener una teología de la relación?
1) Recuperar el misterio. Esto consiste en dejar a Dios ser Dios; en volver los ojos a Dios y para ello descubrir las claves que en el mundo de hoy hacen posible dicha mirada;
2) recuperar la praxis social; que nos lleva directamente al mundo de la relación con el entorno inmediato y especialmente con los más desfavorecidos;
3) convivir con la pluralidad, que exige diálogo y relación con un mundo marcado por el secularismo y el encuentro con compañeros de otras religiones,
y 4) apoyarse en elementos metodológicos como: buscar y leer los signos de los tiempos, considerar a los pobres como lugar teológico, y poner el énfasis en el Jesús histórico.
¿Cómo podríamos definir esa teología de la relación? Es un “intellectus amoris”. Es la teoría cristiana de la construcción del Reino de Dios (no sólo la teoría para conocer a Dios). Una teología de Reino desde la praxis no centrada en razonamientos abstractos, sino en una práctica que colabora en la construcción de un mundo mejor, más humano. Una teología que nace de la misericordia (por eso también se puede definir como “intellectus misericordiae”) y que tiene como elemento central el amor. Un amor que es camino de Dios hacia Dios. Es decir, un amor que hemos recibido y damos para generar un nuevo mundo posible y necesario. Un amor dirigido principalmente a quienes más lo necesitan y sufren en nuestro mundo. Es una teología, además, que sólo puede ser llevada a cabo en comunidad, que se sabe en misión.
El autor enumera los principios que deben guiar esta teología de la relación. No constituyen una lista cerrada, pero los que presenta son básicos. La reflexión sobre ellos es la que ocupa más volumen en este escrito, y es también la sección más valiosa. Pero al presentarlos uno tras otro, acumulativamente, sin una articulación que los enlace y muestre su conexión, el texto resulta muchas veces repetitivo y disperso. Estos principios son: el perdón (como superación del ego y regenerador de relaciones), la reconciliación (con nosotros mismos y con los hermanos), el encuentro (con el otro, con el entorno y con el Otro; el paradigma de encuentro es la escena de Jesús con la samaritana), el respeto (que considera al ser humano como “sujeto”), el amor (la teología de la relación tiene el amor-misericordia como centro; es un amor que ensancha los límites personales y grupales, y dota a esta teología de una fuerte dimensión práxica que sitúa la ortopraxis por delante de la ortodoxia), la esperanza (marcada por el presente; es el hoy y ahora que mueve nuestra relaciones; su paradigma es la Navidad), la justicia (que deriva de la misericordia. Es la concreción de las exigencias de la misericordia), la solidaridad (que por ser hijos el Dios nos lleva a ser hermanos de la Humanidad; y genera una actitud vital de servicio e impulso al compromiso responsable), la resiliencia (que brota de un amor misericordioso que busca una regeneración personal necesaria y lucha por las estructuras que la posibiliten) y -con un guiño a la teología feminista- el cuidado (como ternura y preocupación afectiva).
En el breve capítulo final, el autor invita a una nueva creación de relaciones, partiendo de nuestra vinculación con el Dios trinitario, que se nos presenta como relación; en esa tarea debe destacar la primacía del amor, de la esperanza, del necesitado y del encuentro como camino y como meta. Esa renovación y mejora de relaciones afecta tanto a la Iglesia (en la que hay que establecer comunidades de encuentro, de relación, abiertas, ecuménicas y comprometidas con el mundo) como a la sociedad civil (y en esta época de globalización, también a los Estados) para engendrar una alternativa cultural, y así lograr otro mundo posible y necesario. Esto será viable por la mejora de nuestras relaciones, con los otros, con el Otro, con la naturaleza y con nosotros mismos.
Es un escrito alentador. Y es muy sugerente el objetivo al que apunta: la relación como categoría teológica; pero se echa en falta una configuración más vertebrada, sistematizada y sintética de lo que pretende ser una teología de la relación: en el texto hay demasiados elementos dispersos y flotantes. Salvo algunas pocas páginas más conceptuales y algo oscuras, el estilo es sencillo y muy cercano. En realidad, el autor traza las líneas de lo que debería ser la vida cristiana hoy. En el libro resuena un interés pastoral que denota la experiencia pastoral del autor; se cumple en él lo que tan insistentemente recalca en su escrito, que praxis y reflexión teológica deben ir unidas.
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