Duras Marguerite: El dolor. Alianza Editorial, Madrid, 2019. 207 páginas. Traducción y posdata de Clara Janés. Comentario realizado por Fátima Uribarri (Periodista. E-mail: fauribarri@gmail.com).
La guerra no ha terminado
A menudo los relatos sobre los campos de exterminio terminan con la liberación. Llegan los americanos o los rusos y se acaba la historia. Y no era así. Comenzaba entonces otra odisea terrible, la del regreso de los supervivientes, una epopeya de lo más difícil: no había apenas medios de transporte; las carreteras estaban destrozadas; los supervivientes eran pellejos enfermos, no podían embarcarse en un regreso que a veces suponía atravesar miles de kilómetros por una Europa en ruinas.
Lo cuenta muy bien Primo Levi en La tregua, la segunda parte de su trilogía dedicada a su experiencia en Auschwitz. Tan tremendo es el regreso que merece un tomo entero de la trilogía. Lograr llegar a Turín desde Polonia le llevó al escritor italiano más de un año. “La libertad, la improbable, imposible libertad, tan lejana de Auschwitz que sólo en sueños osábamos esperarla, había llegado; y no nos había llevado a la Tierra Prometida. Estaba a nuestro alrededor, pero en forma de una despiadada llanura desierta. Nos esperaban más pruebas, más fatigas, más hambres, más hielo, más miedo”, escribió Primo Levi.
Lo explica muy bien también Thomas Buergenthal, otro superviviente de los lagers nazis, en Un niño afortunado. Se queda para siempre en la memoria lo que cuenta Buergenthal sobre su madre, una judía alemana superviviente de Auschwitz a la que escupen y echan de los camiones a los que logra subir de camino a casa cuando el resto de los pasajeros descubre que es alemana.
Cuando termina la guerra Thomas y su madre no saben quién de la familia está vivo y quién no. El que se reencontraran fue un auténtico milagro en el que jugó un papel importante el azar: Thomas estaba a punto de partir a Palestina desde Polonia y su madre había vuelto a Alemania. Su reencuentro es una de las historias más conmovedoras e inolvidables narradas en un libro.
Hay otro lado de la historia de los campos de concentración y exterminio de la Segunda Guerra Mundial al que tampoco se le ha prestado demasiada atención, el de las familias de los deportados, la gente que esperaba a los prisioneros.
La esperanza es esencial para la supervivencia: es cierto que nunca se pierde. Quien espera el regreso de los suyos vive en un permanente tiovivo de angustia exasperante y optimismo anhelado. Marguerite Duras describe esos altibajos con una maestría extraordinaria en El dolor, el primero de los relatos aglutinados bajo ese título en esta nueva reedición de Alianza Editorial que además contiene una posdata de Clara Janés.
El dolor lo escribió la autora francesa en 1985. Se ha llevado al teatro en varias ocasiones: en el mes de junio de este año, Ariadna Gil ha protagonizado una versión del Teatre Nacional de Catalunya. Es un relato desgarrado, de una intensidad apabullante. Marguerite Duras, cuenta la angustiosa espera de su marido Robert Antelme (Robert L, lo llama ella en el libro). Lo apresó la Gestapo el 1 de junio de 1944 y sabe que lo deportaron a un campo en Alemania. No sabe más.
Su cabeza no para de imaginarlo tirado en una cuneta. Su cabeza no la deja vivir. “Me duermo a su lado todas las noches, en la cuneta oscura, junto a él muerto”, escribe. Vive pegada al teléfono, sentada a su lado. Se alimenta de angustia, apenas duerme, le cuesta respirar.
Marguerite Duras describe con frases cortas y contundentes un estremecedor poema en prosa. El pensamiento va y viene. Lo deben haber matado. “Murió pronunciando mi nombre”, piensa la protagonista que es la propia Marguerite. Tiene momentos de esperanza: “Bien vuelven otros. Él no es un caso particular. Es posible que vuelva”. Pero eso se pasa pronto.
Regresa la imagen de la cuneta. Él está tirado en una carretera y ella en París. Así no se puede vivir. Qué bien describe la autora francesa la angustia, la obsesión y esa sensación de incomprensión, de que el mundo siga funcionando cuando en nuestro interior se ha desatado la hecatombe: “Los transeúntes siempre estarán caminando cuando yo me entere de que él nunca volverá”, dice.
Visita a la madre de Robert, también desecha: los alemanes se llevaron también a su hija Marie Louise, hermana de Robert. La guerra no ha terminado del todo. Berlín todavía no ha caído. “Somos la vanguardia de la espera”, dice Marguerite. “Detrás de nosotras está la civilización en cenizas”.
En El dolor se narra también la espera de la paz. Los titulares de la prensa anuncian los avances sobre Alemania. Francia está en vilo. De la paz, dice Marguerite Duras que es “una noche profunda que estuviera llegando y es también el comienzo del olvido”.
Denise Epstein acudió mil veces a la gare d'Orsay y al hotel Lutetia, lugares de llegada y recuento de los deportados que regresaban. Lo explica en Survivre et vivre. Iba a buscar a sus padres, Irène Némirovsky y Michel Epstein, deportados a Auschwitz. Esa angustia no se olvida. No se cura.
Marguerite Duras dijo que lo narrado en El dolor, que escribió en 1985, procede de las notas de unos diarios escritos en 1944 y 1945. No está del todo claro cuánto procede de las anotaciones realizadas al compás de los hechos y cuánto ha reconstruido la escritora después.
El dolor es la espera de Robert y más cosas. Es el París del fin de la guerra; es la relación de Marguerite con Dionys Mascolo, su amante, el hombre que la cuidó y del que se enamoró cuando esperaba a Robert. Hay más en El dolor. Pero para descubrirlo recomiendo la lectura de este libro de una intensidad perturbadora.
El resto de los relatos contenidos en el libro giran en torno a la Resistencia. Marguerite, Robert, Dionys participaron en un grupo liderado por François Mitterrand (¡qué gran personaje!). Fantástico es El señor X. Aquí llamado Pierre Rabier.
También es autobiográfico. Narra la inquietante relación entre Marguerite y el agente de la Gestapo que detuvo a Robert. Marguerite queda con él para sonsacarle información sobre su marido, quiere saber dónde está, cómo está. El agente de la Gestapo es un hombre vacío: no tiene empatía; los demás no existen; nada le enternece... O sí: le preocupa la delgadez de Marguerite y la lleva a restaurantes para que se fortalezca. Las incomprensibles paradojas del ser humano. La banalidad del mal.
Este relato es magnífico. Transmite el miedo de ella: a cada cita con el siniestro Rabier acude convencida de que la va a matar. “Los alemanes daban miedo como los hunos, los lobos, los criminales, pero sobre todo los psicóticos del crimen. Nunca he encontrado el modo de contar a los que no han vivido esa época la clase de miedo que era”, dice la escritora francesa. No estoy de acuerdo, creo que ha encontrado el modo de explicarlo, porque los lectores sentimos esa inminencia del peligro y se nos encoge el estómago en cada escena que nos describe al lado de Rabier. “Cada día Rabier decidía mi destino”, explica ella.
También son interesantes los relatos Albert des Capitales y Ter el Miliciano que abordan la captura y la venganza de los resistentes con los colaboracionistas y los chivatos de la Gestapo. Estos capítulos fueron muy controvertidos cuando se publicó este libro en 1985 pues muestran escenas de tortura y las bambalinas de los resistentes, con sus disputas y su violencia también.
Albert des Capitales y Ter el Miliciano son intensos y profundos. Mejores que La ortiga rota y Aurélia Paris. Quizás porque esos dos relatos son inventados. La verdad añade una enorme fuerza a lo que cuenta Marguerite. En este libro se mastica la angustia y el miedo. Duras es uno de los grandes narradores del siglo XX.
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