Beorlegui, Carlos: La singularidad de la especie humana. De la hominización a la humanización. Deusto, Bilbao, 2011. 541 páginas. Comentario realizado por Leandro Sequeiros.
La publicación en 1928 del ensayo El puesto del hombre en el Cosmos, de Max Scheler, suele ser considerada como el manifiesto de fundación de la Antropología Filosófica, una nueva disciplina que se emancipa de la antigua filosofía de la condición humana. En los currículos universitarios españoles no ha sido fácil su introducción. Tal vez pesaba mucho la crítica demoledora que Heidegger hace a Scheler en Kant y el problema de la Metafísica (1929) y las críticas de Ortega y Gasset a los esencialismos de la Antropología filosófica. La vieja pregunta de Martin Buber («¿Qué es el hombre?», 1941) no había tenido respuestas en español. En 1945 se edita el estudio de Cassirer, en 1976 se publicó la traducción de Gevaert; y las de Coreth y la de Gehlen, en 1980. Pero hasta el final del siglo XX no tuvimos una reflexión filosófica sobre el ser humano basada en los datos de las antropologías positivas (Zubiri, 1986; Lorite, 1992; Carlos París, 1994; Masiá, 1997; Laín Entralgo, 1999, y otros más).
En 1999, el profesor Carlos Beorlegui, Catedrático de Filosofía de la Universidad de Deusto y profesor invitado de la Universidad Centroamericana de San Salvador, publicó en esta misma colección su Antropología Filosófica. Nosotros: urdimbre solidaria y responsable (la tercera edición es de 2009). Llega ahora lo que él mismo considera la segunda parte de la anterior: La singularidad de la especie humana. De la hominización a la humanización.
Gran parte de las reflexiones que los científicos hacen sobre la condición humana tienen, en nuestra opinión, un sesgo excesivo hacia posiciones reduccionistas. La llamada antropología científica, siguiendo los dictados de Darwin y sus seguidores, pretenden mostrar que la autorreflexión sobre el ser humano se agota dentro del marco de las ciencias de la vida. La pregunta que se suelen hacer es: ¿en qué nos parecemos a los animales? El desarrollo de la etología y de la neurología ha ahondado en las respuestas biologicistas como han mostrado muchos antropólogos. Sin embargo, la moderna antropología filosófica ha trocado la pregunta por la siguiente: «¿En qué nos diferenciamos de los animales?». La pregunta por la «diferencia» remite inmediatamente a la búsqueda de los elementos que marcan la singularidad humana. Lo «humano irreductible» de que habla Imanol Zubero. Recuperamos el viejo debate de la antropología cultural sobre el etnocentrismo y el relativismo cultural y las posibilidades de una alternativa a ambas posturas.
Como afirma Beorlegui en el prólogo del libro que comentamos (p. 21): «Estas pretensiones biologistas y reduccionistas representaban un desafío demasiado fuerte como para que no se pudiera pasar por alto. Se ponía en cuestión no solo la legitimidad de la dimensión trascendente de nuestra especie, sino también cualquier tesis antropocéntrica que exigiera de forma inevitable la pertinencia del enfoque filosófico en el estudio del hombre. Se nos planteaban como consecuencia una serie de cuestiones fundamentales por resolver. ¿Son suficientes las aportaciones de las diferentes ciencias de lo humano para dar cuenta total de su peculiaridad y su especificidad? ¿No parece que de ese modo sólo nos quedamos con un amplio abanico de datos sobre las diversas dimensiones que conforman su enorme riqueza de perspectivas? ¿No parece que la propia naturaleza de la pregunta que más nos interesa, el ser y el sentido de lo humano, como mirada unitaria y totalizante que supera lo meramente fáctico, escapa a las pretensiones y posibilidades de lo científico?».
La tarea que Beorlegui tiene por delante, ante este panorama, es la presentación de una Antropología filosófica (en la línea que le corresponde a una reflexión radical sobre lo específico de lo humano) que no puede ser otra que acoger y examinar las diferentes aportaciones que las múltiples ciencias (naturales y humanas) nos van ofreciendo sobre la condición humana, para después reflexionar sobre ellas desde un enfoque filosófico crítico.
El autor desea delimitar desde un principio los ámbitos científicos, filosóficos e ideológicos de esta tarea. «Uno de los errores más extendidos en muchas publicaciones sobre estos temas consiste precisamente en no hacer una buena distinción entre el nivel científico y el filosófico, e intentar sacar conclusiones incorrectas y radicales tanto de la teoría de la selección natural en su conjunto, como de determinadas aportaciones parciales a una ciencia determinada. Pero tan ilegítimo es, como tendremos ocasión de ver, el cientifismo naturalista, que niega la pertinencia de la filosofía en beneficio exclusivo de la ciencia, sin advertir que esas mismas afirmaciones son filosóficas y no científicas, como el fundamentalismo religioso, incapaz también de distinguir entre ciencia y filosofía/teología, descartando dogmáticamente cualquier afirmación de la ciencia cuando no concuerdan con una verdad religiosa deducida de una lectura acrítica de su libro sagrado» (pp.24-25).
A lo largo de nueve capítulos, el autor recorre el camino de la Antropogénesis, desde la hominización a la humanización. El capítulo noveno y último («Continuidad y ruptura: la especie singular», pp. 493-510) se presenta como un resumen conclusivo. En él se exponen las conclusiones que se deducen del conjunto de las reflexiones filosóficas del estudio. Con modestia, el autor concluye que los rasgos biológicos y de comportamiento que las ciencias nos aportan sobre la especie humana, suministran apoyo suficiente para defender la singularidad del ser humano dentro del proceso evolutivo.
«Frente a quienes concluyen que las tesis darwinianas habrían demostrado que las tesis humanistas y antropocéntricas han quedado obsoletas, entendemos que los datos científicos, si se interpretan adecuadamente, constituyen un apoyo necesario y suficiente para seguir manteniendo la diferencia cualitativa del ser humano frente al resto de las especies vivas» (p. 28).
El mismo autor reconoce que este estudio tan ambicioso no puede aspirar a ser ni totalmente original, ni contener hasta el último dato de cada una de las disciplinas antropológicas sobre las que reflexiona. «Hemos tratado únicamente de aportar los elementos fundamentales para realizar una síntesis suficiente sustentadora de la tesis filosófica que estamos defendiendo sobre la específica y singular constitución esencial de la especie humana» (p. 29).
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