Endô, Shûshaku: Silencio. La aventura de los jesuitas en el Japón del siglo XVII. Edhasa, Barcelona, 2009. 253 páginas. Traducción de Jaime Fernández y José Miguel Vara. Comentario realizado por Francisco José García Lozano (Facultad de Teología de Granada. E-mail: franciscojgl@hotmail.com).
Silencio, el ansiado proyecto que Martin Scorsese ha tardado más de 25 años en poder hacer realidad, supone una nueva inmersión en la religión, tema que ya había abordado de forma directa en cintas como La última tentación de Cristo (1988) o Kundun (1996). Scorsese ha tomado como base para Silencio una aclamada novela de Shûsaku Endô que aborda la persecución que sufrió el catolicismo en Japón durante el siglo XVII. Sus novelas reflejan muchas de las experiencias de su niñez. Y de hecho, su fe católica impregna muchos de sus personajes que luchan contra complejos dilemas morales y elecciones que a menudo provocan resultados trágicos. El mismo Graham Greene catalogó personalmente a Endo como uno de los mejores escritores del siglo XX.
Silencio está ambientada en la primera mitad del siglo XVII, en plena persecución de cristianos por parte de las autoridades japonesas. Arranca haciendo una declaración de intenciones muy sencilla pero muy efectiva. Pantalla en negro, sonido de la naturaleza. El sonido se convierte en ruido. De pronto, silencio. Y aparece el título en sobrio blanco sobre negro, dando comienzo a la cinta. Y lo hace con el personaje de Cristóvão Ferreira (Liam Neeson). Es él quien guía la historia porque es la excusa argumental para que todo se ponga en marcha primero y para que no se estanque después. Guía la historia pero no porque su voz o presencia nos acompañe (apenas le vemos hasta el tramo final), sino porque su personaje, un sacerdote muy querido y reputado que ha desaparecido entre la barbarie (y del que se dice que ha apostatado), es una suerte de Coronel Kurtz de Apocalypse Now con el que se trazan paralelismos en más de una ocasión. Y, como el personaje de Brando, lleva de la mano el horror y un punto de inflexión para el protagonista como reflejo del suyo propio.
Los jesuitas Sebastião Rodrigues (Andrew Garfield) y Francisco Garupe (Adam Driver) se ofrecerán voluntarios para ir en su busca. Y descubrir si lo que se dice de él, inconcebible para ellos, es cierto. Comienza así el calmado pero doloroso relato de su viaje, conociendo las penurias que viven los cristianos japoneses pero también su forma de concebir la fe. Porque Silencio se aleja del ruido de la épica para sumergirse en la pausada reflexión sobre concepciones religiosas, autoridad y sometimiento, miseria y naturaleza humana. Debilidad humana, más bien. Porque sus dos jóvenes protagonistas, rostro de la débil inocencia que plantea Scorsese, son golpeados y retorcidos hasta llevar al extremo el relato sobre la fe. Scorsese plantea en última instancia una reflexión sobre el símbolo, sobre la ruptura del fondo y la forma. Sobre consecuencias voluntarias o involuntarias y sobre la propia espiritualidad.
Scorsese recorre el vía crucis que supone el sostenimiento de la fe cuanto todas las circunstancias son adversas, especialmente por el dolor físico propio y ajeno, la soledad, el agotamiento y la desesperanza, estableciendo así su tesis: no puede haber fe sin duda. Dudar, sobre todo ante el silencio del Creador, el objeto de la fe, es característica propia de la misma fe y ambas inseparables, se nutren una de la otra. Y precisamente en eso consiste la fe, en la fuerza de voluntad necesaria para la superación cotidiana de la duda. Por formación personal y trayectoria profesional Scorsese ha reflexionado mucho sobre el tema y, como sucedió con la novela de Nikos Kazantzakis, encontró un material idóneo para elucubrar nuevamente sobre ello y plasmarlo en la pantalla a partir de la obra de Endô. El Jesús de La última tentación de Cristo no era una excepción. Esos seres torturados e inadaptados están presentes en toda la filmografía del estadounidense desde Charlie de Malas Calles, el boxeador Jake Lamotta de Toro salvaje hasta el prometedor abogado Newland Archer de La edad de la inocencia.
Martín Scorsese habla de sacrificio, de fe, de persistencia, de sufrimiento, de negación, de perdón, de amor, de tortura… De temas grandes y absolutos y, a pesar de la aparente persistente redundancia de las escenas -los sacerdotes deben cuestionarse sus creencias y su fe casi de forma continua-, en cada nueva propuesta, tanto el espectador, como los personajes, descubrirán un singular reto que apelará a la propia introspección de los valores personales.
En el apartado interpretativo, hay que destacar el esfuerzo de Andrew Garfield para intentar cargarse a las espaldas una cinta de esta magnitud dramática y sin demasiados apoyos externos. Algo parecido ocurre con Adam Driver y Liam Neeson, algo desdibujado su personaje en el caso del primero y relegado en favor del de Garfield. Importantísimos también son los personajes japoneses. Magníficos todos ellos, cabe destacar la figura del «Judas» Kichijiro (Yôsuke Kubozuka). Excelente personaje al ofrecernos la gran contradicción de la película. Un tipo que busca el perdón inmediato ante lo cobarde y traicionero de sus actos. Un gesto terriblemente humano buscando la salvación y el cielo eterno (aquí el Paraíso), ofreciéndonos una interesante reflexión sobre el valor del perdón y el arrepentimiento.
A la osadía de rodar Silencio se unen decisiones creativas no menos trascendentales como la de prescindir prácticamente en todo el metraje de una banda sonora que sustente el dramatismo que se desencadena en pantalla. Son los sonidos naturales o brevísimas piezas de instrumentos de pequeña percusión las que sirven de fondo sonoro y son las imágenes las grandes protagonistas junto con las palabras que pronuncia nuestro protagonista (ya sea en forma de pequeños soliloquios o como epístolas dirigidas a su Iglesia). El director de fotografía mexicano Rodrigo Prieto (El lobo de Wall Street, 2013) vuelve ser el cómplice de luces de Scorsese recreándose en los tonos grises, azules, ocres y verdes, las brumas, las lluvias e imágenes casi sacadas de grabados japoneses tal cual y también componiendo crudísimas escenas de crucifixión al borde de un acantilado que sobrecogen por su verosimilitud. De hecho, la propia composición de los planos da en ocasiones la sensación de querer remarcar la posible presencia divina en determinadas escenas, poniendo también al servicio otros aspectos técnicos como la iluminación. Todo está muy medido para conseguir transmitir lo que está buscando, y además lo hace con un acercamiento calmado y contenido –aunque con arrebatos de violencia tan viscerales como necesarios– dejando que la historia respire.
Se calcula que unos 5.500 cristianos fueron masacrados en Japón desde finales del siglo XVI por sus creencias, hasta que terminó el shogunato (1) en 1868 y el gobierno Meiji derogó la proscripción en 1873. A día de hoy, y teniendo en cuenta el gran sincretismo, menos del uno por ciento de los japoneses forman parte de alguna confesión cristiana, sólo unas 500.000 personas de las islas.
Soberbia en el aspecto técnico, veraz y exquisitamente ambientada y con un excelente reparto, Silencio es una las mejores películas del director y una profundísima disertación sobre la complejidad de la fe y de la relación del ser humano con Dios. Una experiencia fílmica que no deja indiferente.
(1) El shogunato o bakufu fue el gobierno militar establecido en Japón con breves interrupciones entre finales del siglo XII hasta la Restauración Meiji de 1868.
Película: Silence (Silencio).
Dirección: Martin Scorsese.
País: USA.
Año: 2016.
Género: Drama. Religión. Japón feudal.
Reparto: Liam Neeson, Andrew Garfield, Tadanobu Asano, Adam Driver, Ciarán Hinds.
Guion: Jay Cockcs; basado en la novela “Chinmoku” (Silencio), de Shûsaku Endô.
Música: Kathryn Kluge y Kim Allen Kluge.
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