Greshake, Gisbert: Espiritualidad del desierto. PPC, Madrid, 2018. 299 páginas. Traducción del original alemán (Spiritualität der Wüste - 2004) por Carmen Gauger. Comentario realizado por Ramón Gómez Ruiz.
A lo largo de la historia de la espiritualidad cristiana se ha invitado al creyente a seguir a Cristo. Una de las formas o lugares, físicos o teologales, ha sido el desierto. Pero en el ajetreado mundo de hoy cuesta hablar de desiertos, bien porque no tenemos tiempo (o no queremos tener), bien porque la palabra nos suena a aridez y no motiva nuestro esfuerzo personal… Pero la cuarentena que nos ha sido impuesta ha podido convertirse en un tiempo de desierto donde ha salido nuestro yo y se ha revelado débil, frágil, dependiente, limitado… pero a la vez hemos podido sacar a flote nuestros dones y virtudes. Hoy nos adentramos en el desierto de la mano del célebre sacerdote y teólogo alemán Gisbert Greshake.
La introducción nos recordará que el desierto es un ámbito de extremos, de polos en tensión, de todo o nada. Pero más aún, “el desierto es, en resumidas cuentas, un espacio espiritual que proporciona experiencias espirituales” (pág. 11) como nos recuerda la historia de la salvación o las tradiciones espirituales de otras religiones. Por eso el desierto se muestra como “el más intenso desafío. Pero es también hermoso y fascinante” (pág. 13). El desierto es el lugar donde la experiencia espiritual se puede mostrar como “vacío, caos, aflicción, acedia, pobreza, despojo, serenidad, frugalidad, silencio” y nos “lleva al mayor misterio de Dios” (pág. 15).
El primer capítulo nos sitúa ante el desierto en la Sgda. Escritura. El Dios de Israel y el Dios de Jesucristo es el Dios del desierto. El desierto tiene mucho que decirnos acerca del rostro de Dios que se nos revela en la historia de ls salvación. El desierto es ese lugar de libertad al que Dios nos conduce para elegir. El desierto es el lugar por excelencia para descubrir a Dios. El desierto se convierte entonces en un Sinaí. Toda esta rica hondura del desierto veterotestamentario adquiere una nueva comprensión a la luz de Jesucristo que experimentó el desierto en su propia carne pues el sí que el hombre ha ido retrasando a Dios se da rotundamente en la pasión y muerte de Jesús.
El desierto, tras el acontecimiento Cristo, adquiere un nuevo significado. El segundo capítulo nos traslada hasta aquellos primeros cristianos que fueron al desierto para adquirir una experiencia más profunda de Dios y de la humanidad. Nos adentramos en la espiritualidad de los Padres del desierto. Hay un riesgo enorme de dibujar a los Padres del desierto como seres de otro mundo que rechazaron este mundo en su totalidad. Este argumento tan manido (y predicado) se desmonta cuando profundizamos en la vida de estos hombres y mujeres. Greshake nos muestra cómo el retirarse al desierto no responde a una huida del mundanal ruido pues, en muchas ocasiones, no se retiraban tan lejos o sus habitáculos se encontraban en las principales sendas. La verdadera lucha de estos hombres y mujeres de Dios era consigo mismos, con sus distracciones, con sus debilidades humanas… que les apartaban del centro: Dios. Así podemos entender toda la dialéctica del desierto como remedio, los demonios, el contramundo… Más aún: la experiencia de vida y fe les permite convertirse en compañeros de viaje de tantos otros.
La espiritualidad del desierto no es una realidad lejana y ajena a nosotros. En los siguientes capítulos descubriremos ejemplos de espiritualidad del desierto entre nosotros. En el capítulo tercero nos adentramos en el desierto en la mística alemana. El maestro Eckhart nos llevará de viaje por ese desierto o retiro que, sin sacarnos del mundo y de nuestros compromisos, nos adentra en nosotros mismos, nos descentra y centra, nos hace entrar en sintonía con ese Dios que habita en nosotros y en el cual nosotros habitamos y nos permite purificar nuestros sentidos para descubrir la sencilla presencia de Dios en todo.
El Carmelo y la espiritualidad “Eliana” del desierto llegan a nosotros a través del cuarto capítulo. La Sgda. Escritura nos ha presentado a Elías, el profeta, como un personaje que se retiró, que hizo desierto, en el monte Carmelo. Más allá de las vicisitudes que llevaron al profeta a esconderse, fue capaz de desprenderse de sus imágenes de Dios para descubrir al Dios de la suave brisa. Esa suave brisa que alentará su vida y modo de entender a Dios nos sumerge en la realidad del todo o nada, de lo uno o lo otro. La espiritualidad carmelitana ha regalado al ancho mundo de la fe a personajes de talla como Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. Su experiencia de fe, su experiencia de Dios nos han abierto el camino de la contemplación de Dios en medio de uno de los grandes desiertos del creyente: la noche oscura. El desierto carmelitano es un “refugiarse en el amor de Dios, para sí mismo y, de modo vicario, para otros” (pág. 204) como Jesús. Pues este es el ideal de la original regla carmelitana: vivir en obsequio de Jesucristo siendo consumidos por el celo de Dios.
El quinto capítulo nos lleva hasta el Hno. Carlos: el desierto en la espiritualidad de Carlos de Foucauld. De Foucauld quizá no haya que decir mucho pues es un personaje muy conocido y más desde que, recientemente, se comunicó la noticia de su pronta canonización. Joven acomodado, militar, converso y religioso. Él mismo afirmará que “tan pronto conocí a Dios supe que ya no podía hacer otra cosa que vivir para él. Mi vocación religiosa data de la misma hora de mi fe” (pág. 210). Imbuido de este deseo querrá imitar a Cristo en su vida oculta, en la vida de Nazaret. Ya sacerdote se estableció en el desierto para ser un monje misionero y no un misionero monje. Su vida, terminado en aparente fracaso, se ha convertido en fuente de inspiración para tantos hombres y mujeres que hoy viven el desierto y la vida oculta de Nazaret a través de la más pura y radical sencillez en medio de tantos lugares que han convertido en desierto.
Los dos últimos capítulos son una invitación a reflexionar sobre nosotros mismos. El capítulo sexto nos presenta la espiritualidad “natural” del desierto en la actualidad pues en medio del ajetreo, las prisas, el dictatorial tiempo que nos maneja… hay en el corazón del hombre un anhelo de libertad, de verdad, de radicalidad, de desierto. La Iglesia en el desierto es el título del séptimo y último capítulo. Está claro que la Iglesia Católica, al igual que las demás confesiones cristianas, está viviendo un desierto fuerte desde hace unos años: ha descendido el número de fieles, los templos quedan vacíos, hay menos ministros ordenados y consagrados, etc. Recorriendo la historia de la Iglesia desde las primeras comunidades y su ardor hasta el momento actual, Greshake nos hace reflexionar sobre el acomodamiento y la mundanización de la Iglesia a lo largo de su historia. Kurt Koch afirmó que “la cristianización del Imperio romano llevó irremisiblemente a la imperialización del cristianismo” (pág. 285). Estas actuales circunstancias que vivimos nos están llevando hacia una serena pero necesaria reflexión que busque la verdad de la Iglesia y su desértica radicalidad evangélica.
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