Cascante, Jorge de (ed.): El libro de Gloria Fuertes. Antología de poemas y vida. Blackie Books, Barcelona, 2021. Edición y textos de Jorge de Cascante. 448 páginas. Comentario realizado por Jorge Sanz Barajas (Colaborador del Centro Pignatelli Área de Cultura, Zaragoza. E-mail: jsanzbarajas@gmail.com).
Gloria Fuertes cuenta que siempre fue una niña rara y la prueba es que nació a los dos días de edad, hija de un parto laborioso, que su madre la dejó demasiado temprano y tuvo que valerse por si misma. Dice que espabiló gracias a su ortografía y su buena o mala leche: un día escribió en el encerado del colegio de monjas que “los niños no vienen de París, sino de parir” y la echaron del aula. Para entonces ya había aprendido que las notas se ponen al revés, que los ceros son lo mejor y que sacar tres ceros es el colmo de la inteligencia. Fue criada, contable, taquígrafa, contadora de huevos, bibliotecaria, redactora de tebeos infantiles. Cuentan que su ortografía era singular y propia, que los correctores editoriales la daban por imposible porque los acentos nunca estaban en su sitio y las consonantes se empeñaban en cambiar de forma y hasta de sitio. Cuentan que quiso ir a la guerra para pararla, así que muy cuerda no debía estar. Ella insistía en que le costaba muchísimo trabajo parecer tan tonta y escribir tan mal, pero uno aprendió a tropezar en sus disparates porque era la mejor manera de caer de pie. Por eso, y para seguir cayendo de pie, agradezco tanto a Jorge de Cascante haber editado esta maravilla.
El libro que tenemos entre manos es muy bello. Uno está enamorado de las ediciones de Blackie Books: tapa dura, papel de calidad, una tipografía soberbia, imágenes y maquetación concebidas para hacer placentera la experiencia lectora, composición limpia y armoniosa… Leer en esta textura a (y sobre) Gloria Fuertes es una delicia. Sirva este esfuerzo para descalzar la literatura de Gloria Fuertes de los zapatones de ripios manidos que la rebajan al absurdo. Convengo con el editor Jorge de Cascante que cada vez que uno lee a esta mujer, le entran ganas de escribir e incluso de tomar La Bastilla si se tercia.
La poesía de Gloria Fuertes acarrea la pesada losa de las etiquetas. Quizá porque se resistió a los anclajes y las derivas del siglo. Jorge de Cascante la define como “un faro encendido en una noche cerrada”. Hay en esta antología, poemas luminosos y poemas crudos como heridas abiertas. Uno tiene la sensación de andar hurgando entre sus objetos, su máquina de escribir, sus cachivaches, su caja de lápices, sus papeles, los recortes familiares, las fotografías, los carnets, las cartas, los dibujos, las notas al vuelo, las entrevistas, las primeras reseñas, entrevistas, bosquejos, retratos, los papeles donde esbozaba versos locos y cuerdos. El editor ha barajado más de seiscientos poemas, filtrando y destilando la selección hasta quedarse con la mitad. Las fotografías que acompañan a los textos revelan esa intimidad que tan celosamente ocultó la poeta.
Recuerdo aquellos programas de mi infancia, “Un globo, dos globos, tres globos”. Recuerdo su voz cascada y tierna, su mirada profunda y penetrante, su habilidad para encontrar el juguete que se esconde en cada palabra, el acertijo que se oculta en cada frase, los versos sin edad, curso legal o estado civil. Recuerdo quedarme embelesado con su forma de recitar mientras aquellos ojos juguetones bailaban sobre cada uno de nosotros las danzas imposibles del camello cojito, el hada acaramelada, la oca loca o las tres magas. Recuerdo soñar con los absurdos, los disparates cargados de razón, las palabras con doble fondo, con trampa y con cartón, el desorden de sus versos y el extraviado pero feliz orden de sus letras, las mentiras llenas de verdades. Recuerdo haber aprendido que leer era la única forma en que a los hijos de trabajadores se nos permitía viajar. Recuerdo que con su Gata Chundarata uno entró en la ficción como si el absurdo fuera lo más normal del mundo. Con el tiempo, uno acaba por descubrir que el absurdo es la más saludable de las realidades y que lo posible es siempre más enfermo que lo imposible.
Jorge de Cascante ha construido un curioso artefacto que se puede leer en cualquier dirección, porque todas tienen sentido. Es un libro ácrono como lo fue Gloria Fuertes: comienza con su nacimiento y termina con su muerte, pero el interior tiene la aplastante lógica de la lírica: imágenes que vuelan a lo largo de su vida, fogonazos de citas, versos, ideas, intuiciones, poemas que se autorreplican y personas que acompañan a la mujer que fue Gloria Fuertes. El libro es resultado del extenso trabajo de cribado y selección, pero también de un arduo proceso de investigación a fin de dibujar al personaje, con todas las dificultades que entraña biografiar a Gloria Fuertes, que tanto empeño puso en esconderse. Durante la dictadura de Franco fue “abiertamente queer, yendo vestida con pantalón y corbata, con el pelo cortado al tazón, boina y bici”. Dada su habilidad para el disfraz, fue capaz de vivir libre, cigarro en mano y whisky en vaso. Tuvo novios y novias sin tener que esconderse. Le bastaba con escapar de los casilleros y esquivar a los comentaristas habituales. Este libro contiene testimonios de la guionista Lolo Rico, de Mari Pepa de Chamberí, del cantautor Moncho Otero, del director de la Biblioteca Nacional Carlos Alberdi, del poeta José Batlló, de Curro Cíes, camarero de la Taberna Antonio Sánchez, de Massiel, de Pepe Infante, de Francisco Nieva, de Luis Antonio de Villena, del pintor Ginés Liébana, de su asistenta Charo Rubio, de cuarenta familiares y amigos que revelan los ángulos ciegos de su vida y su creación. No logran ponerse de acuerdo en cuestiones cotidianas como el mobiliario de su casa, pero conciertan en lo esencial: que Gloria Fuertes era inclasificable, incorregible y poeta. Cierra el libro un cómic de Carmen Segovia titulado “Gloria, palomas y perros”.
Los lectores encontrarán fragmentos biográficos que encierran anécdotas relevantes, algunas conocidas y otras, no tanto. En 1961 recibe una beca Fullbright para dar clases en la Universidad de Bucknell, en Pennsylvania. Son los años de la guerra de Vietnam y Estados Unidos es un país en convulsión. Cuando el gobierno envía los papeles de reclutamiento al campus, Gloria reúne a los alumnos y los convence para que los hagan trizas. Poco después es telonera en un concierto de Joan Baez: sobre el escenario lee algunos de sus poemas, entre ellos “Hemos de procurar no mentir” donde figuran estos versos: “Me costó la costumbre de arrancar la mentira /me tejí este vestido de verdad que me cubre / y a veces voy desnuda/ Desde entonces me quedo sin hablar muchos días”. El lector encontrará poemas de tonos diversos: unos, cargados de acumulaciones como “Puesto del rastro”; otros, en tono de confesión como “Para ir a trabajar (autobio)” en el que explica que “El año cuarenta […]/Tenía un amor prohibido /y era feliz. / Ahora me acuesto a la hora /que antes me levantaba /y / no sé si soy feliz”; los hay epigramáticos y sentenciosos como aquel que dice “No quiero ser maestra de nada / me conformaría/ con ser una lección /de algo”. Los hay extensos e íntimos como “Isla ignorada”. Poemas en los que brilla la antitética sencillez de la vida.
No tuvo una vida fácil: a la muerte de su compañera Phyllis Turnbull, la depresión se cruzó en la vida de Gloria durante tres largos años. Bebió mas de la cuenta y en ocasiones perdió la noción de la realidad. En los ochenta declara su soledad sexagenaria en un recital. “A veces me revuelco en ella, me hago su amiga, y a veces me vence”. A la salida, una pareja mayor se ofrece a adoptarla ante notario. Poco después firmarían los papeles. Fue hija adoptiva de la bondad hasta su muerte, un inadaptado 27 de noviembre de 1998, víctima de un cáncer de pulmón que le habían diagnosticado en agosto. En su lápida se lee uno de sus versos “Creo que ya lo he dicho todo, que ya todo lo amé”.
Crecimos escuchando su voz en Un globo, dos globos, tres globos. A mitad del libro, el lector maduro le encuentra sentido a aquella experiencia de la infancia: un dibujo infantil de Gloria, de 1965, muestra a seis personajes sonrientes sujetando un globo; abajo, la leyenda dice “Creen que tienen algo”. El necio creerá que es ironía, pero Gloria Fuertes sabía que el globo era el cordón umbilical que nos conectaba con las ideas volanderas, precisamente aquellas que alimentan la libertad. En EE.UU., sus poemas son lectura obligatoria en las facultades de estudios hispánicos de universidades tan prestigiosas como la de Indiana. Aquí, por desgracia, su poesía radical y emancipatoria sigue pareciendo cosa de niños.
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