Padura, Leonardo: Personas decentes. Tusquets, Barcelona, 2022. 442 páginas. Comentario realizado por Fátima Uríbarri (fauribarri@gmail.com).
Un paseo amplio y bien iluminado (réplica de la Rambla barcelonesa, por lo visto) plagado de residencias burguesas, hoteles, restaurantes y cafés de moda. Lo recorren damas y caballeros elegantes. Ellos visten trajes claros de lino y lustrosos sombreros Panamá; ellas lucen tocados y sombreros floridos y calzan zapatos forrados de seda. Circulan por la calzada ronroneantes Hispano-Suizas y Cadillacs. Sentimos el calor húmedo. Escuchamos, quizás, el mecer de las olas… Qué bien nos lleva Leonardo Padura a La Habana de principios de siglo, cuando la capital cubana se postulaba como la Niza de América.
Es una de las virtudes de este autor: su maestría para trasladar a los lectores a los escenarios que pueblan sus novelas. Un ejemplo, así describe Padura la pequeña sala de la casa de un antiguo policía corrupto: “Dos butacones y un sofá deformados de telas cansadas, una mesa de centro con un adorno de flores plásticas con cagadas de moscas, unas paredes desconchadas y un televisor culón, predigital sobre sus cuatro patas. ¿Para llegar a eso se había envilecido aquel hombre?”.
A Leonardo Padura le gusta incluir varios espacios y tiempos en sus libros. A menudo inserta dos tramas, una histórica y otra contemporánea. En Personas decentes también hay tres tramas. El lugar es La Habana: la de principios de siglo xx, la de los años más duros de la represión castrista y la de 2016, cuando coinciden en la isla –en un tiempo de excepcional apertura– la visita de Barack Obama, la de los Rolling Stones y un desfile de Chanel. A esas Habanas nos lleva Padura con una naturalidad y facilidad maravillosas. Y adereza, además, esos momentos con sucesos intrigantes.
Está muy lograda esta novela de Leonardo Padura porque el escritor tiene la habilidad de encajar las piezas con elegancia. Además de la ambientación y las tramas alternas, destaca de Personas decentes la redondez del protagonista (creíble en sus imperfecciones y en su integridad). Le acompañan un manojo de personajes secundarios deliciosos (Carlos, su madre, Josefina, la bella Tamara, los amigos de Conde) que dan color y hondura a la novela. Se cuenta, claro, la historia de la isla y se recuerdan tiempos convulsos, de persecuciones y corrupción, de hambre en las calles y festines en los despachos de los dirigentes, de hombres abominables que roban, vilipendian y torturan a ciudadanos decentes, que aplastan a los creadores, que pisotean a Cuba.
Hay mucho en Personas decentes. También se habla de la decencia, la dignidad, la lealtad, el amor a tu país, la resiliencia… Las líneas básicas del argumento sitúan al expolicía Mario Conde escribiendo por fin una novela. La protagoniza Alberto Yarini, un proxeneta real que a Leonardo Padura le interesa desde antiguo: escribió sobre él una serie de reportajes. No extraña esa atracción por Yarini porque es todo un personaje. Mario Conde trabaja en un local de copas de moda –echando una mano en la seguridad– y se ocupa también, porque se lo ha pedido quien fue antes su subordinado en la Policía, de la investigación del asesinato de un antiguo y desalmado represor de los peores años del castrismo, cuando imperaban sin disimulo en la isla las atroces mañas estalinistas.
La Cuba de Alberto Yarini, su habilidad para entrar en política, sus manejos en los antros de la noche, su pugna con otro proxeneta para hacerse el amo del barrio de San Isidro aparece detallada, oscura y en cierto modo glamurosa. La Cuba de la visita a Obama deja ver cierta esperanza en mitad de las habituales carencias y desvelos de los cubanos. Y la Cuba oscura de la represión es un grito de Padura contra la injusticia y la depravación.
Leonardo Padura puede representar ‘la tercera vía’ cubana respecto al castrismo: él no se exilia a Miami, denuncia desde dentro. Y se lo consienten. Magnífica fue su exposición sobre los desmanes soviéticos en El hombre que amaba a los perros, su novela sobre el asesinato de León Trotsky, un libro magnífico.
En Personas decentes ahonda en los peligros del fundamentalismo “una infección difícil de curar”, como dice Duque, uno de los personajes, autor de otra frase muy compacta y veraz: “Cuando el poder es cruel, las mezquindades humanas están de fiesta”.
Leonardo Padura vive en La Habana en la casa que fue de sus padres y sus abuelos con la mujer que conoció cuando tenía 22 años. Se aferra a Cuba, se la cuenta al mundo, la quiere, la festeja y la critica. Sus libros son hondos viajes a la realidad cubana, a las sempiternas colas en busca de alimentos, a las carencias (no hay casi azúcar en Cuba, contaba Leonardo Padura en su última visita a España), la picaresca para salir adelante y el dolor de los que se van, que también está presente en Personas decentes.
En Cuba es difícil acceder a sus libros, pero los cubanos se las apañan para leerlo y aplaudirlo. También en España gana lectores: las ventas de títulos suyos como Máscaras, Adiós Hemingway, Herejes o Como polvo en el viento lo demuestran. Gustan porque son novelas dinámicas, con personajes atractivos, con disquisiciones sobre asuntos cruciales y con una Cuba dura, triste y a la vez bailona y resiliente como telón de fondo.
“En Cuba no hay leche, no hay medicinas… pero lo peor es que no hay esperanza”, ha contado Padura en su visita a España. “En La Habana hay una pila de locos. Aquí casi todo el mundo está quemao… Ciento cincuenta años de lucha y sesenta de bloqueo son muchos años”, lo proclama Yoyi, un personaje muy habanero desde un local que rezuma el encanto cubano. A la oficina de Yoyi “llegan los efluvios de frijoles negros en su punto. Perfumes de adobos para yucas y aromas de sofritos para carnes”. Lo dicho, Padura nos lleva a La Habana.
Camina el detective Mario Conde por sus calles y uno ve los desconchones, los cables raídos, los niños jugando medio desnudos, y siente el calor húmedo del malecón. Y te intriga el asesinato en el que anda ahora Mario Conde. Han matado y mutilado a un tipo deleznable. Y con las pesquisas de Conde nos adentramos en los callejones donde manda –impecable con sus sombreros y sus trajes claros– Yarini, el proxeneta ambicioso que se cuela en el corral de los políticos. Y con sus andanzas por la ciudad recordamos el espanto de los fundamentalismos, lloramos por los artistas pisoteados, visitamos a la panda de Mario Conde, añoramos a los amigos que se tuvieron que ir de la isla, tomamos un trago en los garitos donde vibra el son cubano. Disfrutamos.
Personas decentes es una gran novela. Esperamos que Leonardo Padura meta a Mario Conde (ya nuestro amigo) en nuevos aprietos.
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