Lera Monreal, José María: La pneumatología de los Ejercicios Espirituales. Una teología de la cruz traducida a la vida. Mensajero-Sal Terrae-UPCo, Bilbao-Santander-Madrid, 2016. 399 páginas. Colección Manresa nº 58. Comentario realizado por Antonio Guillén.
Recoge en este volumen José María Lera muchos de sus artículos sobre los Ejercicios, publicados en diversas épocas a lo largo de su dilatada vida como profesor de teología en Deusto. Además de la calidad ya conocida de muchos de ellos, el mayor acierto de su reedición es la unidad con que son presentados y reelaborados en este nuevo libro.
Pneumatología es la expresión griega equivalente a la palabra latina espiritualidad. Es evidente que los Ejercicios de San Ignacio, desde su mismo título y en todos sus capítulos, son espirituales y se presentan como tales, pero también es evidente que el término espiritual ha evolucionado claramente hacia una simple oposición a lo material, en lugar de ser una referencia directa al Espíritu Santo, como era inicialmente. De ahí que sea iluminador ahora expresar, aunque sea con un tecnicismo extraño, pneumatología, la referencia directa y sustancial de la obra ignaciana a la tercera persona de la Trinidad.
Aparecen enseguida dos inconvenientes para reconocer esta relación directa con el Espíritu Santo en el método ignaciano. En primer lugar, San Ignacio, cuya devoción trinitaria resulta manifiesta, tanto en su Autobiografía como en su Diario Espiritual, es sin embargo muy sobrio en sus referencias explícitas al Espíritu Santo en el desarrollo de sus Ejercicios. En segundo lugar, tanto la forma de entenderlos como de dar los Ejercicios de San Ignacio, en sus comienzos y ahora, es eminentemente cristológica, hasta el punto de que parece quedar reducida a sólo la relación con las dos primeras personas de la Trinidad el crecimiento espiritual del ejercitante.
¿Por qué esta reducción? José María Lera va desentrañando y convenciendo al lector, con una claridad grande, de los motivos históricos y no teológicos por los que San Ignacio se expresó así. La presencia entonces en España del fenómeno de los “alumbrados”, de los que Ignacio nunca formó parte y siempre confesó (y logró) distanciarse, lo explica fehacientemente. Las sospechas que en Alcalá y Salamanca despertó (pero que ninguno de los tribunales de la Inquisición que le juzgaron llegó nunca a condenar) condicionaron por prudencia sus expresiones para “ayudar a otros”.
Hoy, superadas ya aquellas sospechas, resulta muy enriquecedor descubrir las alusiones de San Ignacio al Espíritu Santo para entender mejor los Ejercicios y completar su innegable carácter cristológico. Lera, teólogo sistemático “de casta” y buen conocedor de las obras teológicas de San Agustín y Santo Tomás, de la contraposición entre las teologías occidental y oriental, y del mismo Lutero y los reformadores, es voz autorizada para hacerlo. Lo hace además con una claridad expositiva grande. Algo que San Ignacio ya alabó de los “doctores escolásticos” en su tiempo [Ej 363].
Bajo la guía del autor, este libro va revelando, sobre todo en la descripción antropológica de San Ignacio sobre la consolación, en la “Contemplación para alcanzar amor” (“el Pentecostés ignaciano”, término felizmente acuñado por Lera) y en las “Reglas para sentir en la Iglesia”, la presencia inequívoca de alusiones al Espíritu Santo. Se atreve incluso a sistematizar el conjunto de su aportación en un capítulo IV excepcional: “la verdadera pneumatología de los Ejercicios”.
El subtítulo con que se presenta este libro, Una teología de la cruz traducida a la vida, está tomado de Urs von Balthasar para definir la espiritualidad de los Ejercicios y la obra entera ignaciana. Sirve también para subrayar cómo en toda ella juega un papel fundamental el Espíritu Santo.
En resumen, este es un libro enormemente útil para los que conocen y dan Ejercicios. Completa fundadamente la interpretación exclusivamente cristológica de las cuatro Semanas. Incluso los capítulos en los que algunos se pudieran sentir quizá menos de acuerdo con el autor (como ocurre en el paralelismo analógico entre las “Tres Maneras de Humildad” y los “tres grados de sentir la Iglesia”), el lector no puede dejar de reconocer el caudal de sugerencias buenas que la reflexión de José María Lera le produce. Hay que agradecérselas mucho.
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