Pérez Tripiana, Alicia y Sobrino López, Mª Ángeles: Jesús en el Museo del Prado. PPC, Madrid, 2009. 208 páginas. Comentario realizado por Mª Jesús Fernández Cordero.
En los últimos años, el estudio del arte de temática religiosa se ha visto enriquecido con aportaciones que nos ayudan a desvelar el sentido propiamente «religioso» y, en concreto, «cristiano» de una gran parte de la producción artística de nuestra historia. Baste recordar los nombres de Juan Plazaola (Historia y sentido del arte cristiano) o Timothy Verdon (Cristo nell’arte europea; Maria nell’arte europea). La obra que nos ocupa, de carácter divulgativo, pretende apoyar el conocimiento de este arte a través del método sencillo de «mirar un cuadro». Nos hemos referido en otras ocasiones desde estas páginas a la pérdida de claves interpretativas y de comprensión que afecta a muchas personas a la hora de contemplar, valorar y gozar las obras de arte producto del cristianismo. Se hace necesario educar la mirada, y a ello contribuye este libro, magníficamente editado, como se requiere para este tipo de trabajos. Las autoras –profesoras del Gabinete didáctico de la Fundación «Amigos del Museo del Prado»– lo presentan así: «El objetivo fundamental de este libro es acercar a estudiantes, historiadores y amantes del arte la obra pictórica como un todo unitario, en el que técnica, forma y contenido crean lo que denominamos “obras de arte”» (p. 3). Ésta es la perspectiva de análisis con que se aborda el estudio de treinta obras de arte de diferentes épocas, estilos y escuelas pictóricas cuya temática se refiere a «la vida de Jesús de Nazaret».
La selección realizada de estas treinta obras recorre la vida de Jesús desde la Anunciación (Fra Angelico) hasta el Pantocrator o Cristo en majestad (fresco románico del siglo XII). Dentro de este arco, son más numerosas las pinturas dedicadas al ciclo de la infancia de Jesús y a los misterios de la pasión y resurrección, mientras que la vida pública pasa del bautismo (El Greco) a la transfiguración (Penni) y sólo incorpora dos milagros: el que se evoca por la súplica del centurión (Veronés) y la resurrección de Lázaro (Juan de Flandes); con la expulsión de los mercaderes del templo (Bassano el Joven) nos introducimos en la temática que conduce a la pasión, con el pórtico del lavatorio de los pies (Tintoretto) y la Última Cena (Juan de Flandes). Misterios de infancia y misterios dolorosos tienen, pues, una extensión que refleja los de la misma producción artística en relación con las demandas de la religiosidad de las épocas que van del siglo XV al XVIII, a las que corresponde la mayor parte de las obras.
El formato escogido es adecuado a la intención de presentar la obra pictórica como un todo. Veamos cómo se estudia cada obra. Una primera página nos ofrece la imagen pictórica amplia y nítida, con un pie que indica título y autor. La página siguiente –vuelta de la anterior– contiene el texto evangélico que inspira la temática de la obra; en el caso de que esto no sea posible (como ocurre con la Piedad), se escoge un texto religioso que transmite la misma devoción representada (el Stabat Mater). A continuación, en la página confrontada con dicho texto, una «ficha técnica» de la pintura. A la vuelta encontramos la «ficha temática», y se cierra el estudio con dos páginas más dedicadas al autor y su época, concluyendo en el pie de la última con unas «Claves bíblicas» y una nota al margen con las referencias bibliográficas básicas, bajo el epígrafe «Para saber más». Es decir, el libro se ajusta a una plantilla de estudio muy propia de las intenciones didácticas a las que obedece.
La ficha técnica, en una página, reproduce la obra a un tamaño menor, pero muy adecuado; la rodea de pequeñas llamadas señaladoras (con líneas punteadas al cuadro) relativas a la composición, el espacio, los colores, la luz, las figuras. Al pie, un recuadro contiene una ficha de datos: autor, nacionalidad, obra (título y fecha), técnica (óleo sobre tabla, sobre lienzo, etc.), medidas, estilo y escuela. El margen derecho o el inferior de la página, según los casos, se dedica en breves párrafos a la técnica artística y al análisis formal, este último indicando la composición, los personajes, el movimiento, la luz y los colores.
La ficha temática sigue el mismo esquema formal, pero atiende al contenido. Se reproduce de nuevo la imagen, esta vez rodeada de llamadas señaladoras relativas a las figuras y sus acciones y a los elementos simbólicos que aparecen; el margen inferior o izquierdo (según los casos) se dedica a dos apartados: el tema (qué escena y cómo se narra) y la iconografía (que conecta el trasfondo evangélico con la expresión artística). Un pequeño cuadrito condensa en una sola frase la intención del autor.
Las dos páginas dedicadas al autor y su época permiten un mayor desarrollo literario, en el que se da cuenta del autor, su formación e itinerario artístico, su incardinación social, temporal y artística, y los datos relativos a la obra concreta que se estudia: encargo, lugares de procedencia, etc. Son dos páginas, ilustradas a su vez con pequeños círculos de detalle de la pintura: rostros, manos, gestos..., que así, aislados del conjunto, nos ayudan a mirar, a descubrir el cuidado y la expresividad en cada elemento de la composición, para volver luego al conjunto con una mayor valoración de su riqueza. La bibliografía básica del Para saber más da la referencia siempre de tres libros o monografías fundamentales para el estudio. El recuadro final de Claves bíblicas se debe a la colaboración del biblista Pedro Barrado; aquí encontramos las referencias de la Escritura, citas relacionadas que desvelan significados, claves teológicas y dimensiones del misterio de Cristo que transmiten los evangelistas. El libro se cierra con un «Glosario de términos artísticos e iconográficos».
Nos encontramos ante un libro que presta un buen servicio a cualquier persona que quiera comprender y gozar del arte, además de a estudiantes y profesores; que contribuye a la transmisión de la cultura religiosa y artística con un material a la vez interesante y pedagógico; que no da por supuesto que el posible espectador o admirador de una obra de arte cuenta con un bagaje cultural cristiano que le permita interpretarla, y, en este sentido, ofrece todo aquello que resulta indispensable para la comprensión de la misma, a la vez que nos enseña a descubrir detalles que podrían pasarnos desapercibidos. Éste es el valor de este libro: aprender a mirar, comprender lo que se mira, gozar de la belleza artística, acercarse al misterio que se ofrece, ir de la pintura a la Palabra y de la Palabra a la pintura; en definitiva, redescubrir el sentido cristiano, sin el cual no se explicaría el arte que contemplamos.
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