Chittister, Joan: Los diez mandamientos. Leyes del corazón. Sal Terrae, Santander, 2007. 168 páginas. Comentario realizado por Mª Ángeles Gómez-Limón.
Joan Chittister, benedictina, tiene un nombre y una palabra propios, especialmente a partir de obras como El fuego en estas cenizas, Odres nuevos, Ser mujer en la Iglesia... De vocación contemplativa, se ha hecho presente en múltiples jornadas, encuentros y congresos siendo portadora de un mensaje de los que «dan que pensar», como diría el filósofo.
«Necesitamos reflexionar de nuevo sobre la fibra moral de nuestra sociedad [...], urgentemente» (p. 7). Con estas palabras inicia Chittister su comentario al Decálogo, «documento que –observa lúcidamente la autora– ha formado a la gente y creado una ética que ha impreso su carácter en todo el mundo occidental» (p. 136). Buena parte del comentario que realiza puede leerse con profundo asenso por las personas «de buena voluntad», más allá incluso de las diferentes confesiones religiosas o del hecho mismo de ser creyente. Esto se debe a que la perspectiva de análisis elegida –antropológica, humanista, integradora, dialogante... profundiza y desentraña la secular sabiduría concentrada en el Decálogo: humana y humanizadora, avance increíble en la regulación de la convivencia entre las personas y los pueblos, afirmación radical de la dignidad de la persona humana, «poco inferior a los ángeles».
La obra que presentamos respeta la estructura que se indica en el mismo título. Así, tras una Introducción que no es mera preparación al desarrollo del tema, siguen los diez capítulos dedicados a cada uno de los «diez mandamientos» o de las «diez palabras», como la autora –fiel al espíritu bíblico– prefiere denominar. La formulación del catecismo concluía el enunciado de los mandamientos con aquella expresión de «estos diez mandamientos se resumen en dos...», por lo que se añaden dos capítulos más a esta sugerente presentación de la Ley entregada por Dios a su Pueblo.
Además de grato, sería enormemente ilustrativo presentar una síntesis del tratamiento y la interpretación que la autora realiza de cada una de las «Palabras», pero eso excede el espacio de que habitualmente disponemos para este tipo de presentaciones. De ahí que nos ciñamos a la enumeración de los títulos de los capítulos, ya de por sí un auténtico ejercicio de sabia traducción del Decálogo: Primero: La ley de la reflexión. Segundo: La ley del respeto. Tercero: La ley del recuerdo. Cuarto: La ley de la solicitud. Quinto: La ley de la vida. Sexto: La ley del compromiso. Séptimo: La ley del compartir. Octavo: La ley de la palabra. Noveno: La ley del autocontrol. Décimo: La ley de la seguridad. El primer gran mandamiento: La primera ley del amor. El segundo gran mandamiento: La segunda ley del amor. Denominaciones que sólo se entienden adecuadamente adentrándose en su lectura, a lo que invitamos encarecidamente.
Cada uno de los mandamientos se presenta desde tres puntos de vista distintos. En primer lugar, se ocupa de la interpretación histórica de la «Palabra» tratada, analizando su significado en el contexto de la primitiva comunidad judía; después examina las situaciones en que cabe aplicarlo en la actualidad y, finalmente, presenta unas reflexionas para la consideración personal, con el objeto de ampliar la perspectiva y suscitar una reflexión acerca de lo que realmente significa cumplir esos mandamientos y vivir de acuerdo con sus principios en el tiempo en el que hemos sido llamados a vivir (cf. p. 13).
Concluida la –por otra parte amena– lectura, queda confirmada la sensación de que el Decálogo sigue siendo tarea pendiente: en la vida personal y en la social, a nivel religioso y a nivel ético. La autora interpela al lector y refleja lo que tantas veces preferiríamos no ver: nuestra participación responsable en las más sutiles manipulaciones de Dios, la «deshonra» a nuestros orígenes, la mentira, el robo, el matar, la codicia, etc., cuánto más en el «resumen» de las Palabras: el mandamiento supremo del amor.
Terminamos esta presentación valorando la aportación de Chittister, la posibilidad de que su obra ayude a descubrir el Decálogo como «lugar de encuentro» entre Dios y la persona, entre los hombres y mujeres preocupados por construir una vida y una sociedad más éticas.
Uno de los «sumarios» con que la autora resume el contenido de estas Diez Palabras nos sirve para poner punto final a esta presentación: «Son palabras acerca de la alabanza, la responsabilidad humana, la justicia, la creación, el valor de la vida, la naturaleza de las relaciones, la honradez, la veracidad, el deseo y la sencillez de vida. [...] Son, pues, una aventura del crecimiento humano» (p. 17). Adentrémonos, pues.
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