Sureau, François: Íñigo. Una semblanza. Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander ,2012, 168 páginas. Comentario realizado por Benigno Álvarez Lago.
La lectura de esta obra nos invita a hacer un ejercicio de contemplación de la vida de Ignacio desde su lucha contra los franceses en Pamplona hasta el momento en que decide dejar Manresa y peregrinar a Jerusalén.
Esa lectura podríamos hacerla siguiendo los pasos de la contemplación ignaciana de los Ejercicios Espirituales. Comenzamos a leerlo y vamos descubriendo que la narración nos ayuda a hacer una composición de lugar de la vida de Ignacio. En palabras de Santiago Arzubialde, «la composición de lugar ignaciana trata de componer el lugar del encuentro, que no es otro, en este caso, que la misma situación existencial del individuo en el plano de la salvación vista con los ojos de Dios».
La situación existencial de Ignacio en este período de su vida es lo que comúnmente se suele denominar su «proceso de conversión». El autor sostiene que la persona de Ignacio que deja al final del libro, camino de Jerusalén, no anula la persona que ya existía antes de la herida en Pamplona. Pero entre ambos momentos se va dando en Ignacio un proceso interior de descubrimiento de la acción de Dios en él: aprende a ver su vida desde los ojos de Dios.
La narración nos invita, con mucha viveza, a entrar en la lucha interior que Ignacio vivió cuando una bala cambió los planes de su vida. El lenguaje narrativo que el autor utiliza nos ayuda a recrear con facilidad e intentar meternos en lo que pasó por la cabeza y el corazón de Ignacio en esa época de cambio en su vida. Una lucha interior que ayuda a Ignacio a recuperar algo que se le había ido olvidando con todos los negocios en los que había estado metido. Ignacio, según el autor, va a descubrir que se había ido olvidando de su filiación divina, y que eso había generado desorden en su vida y le había ido quitando su libertad y capacidad de ser creador en su vida.
Vemos cómo Ignacio va recuperando su sentimiento de hijo de Dios, no sin muchas dificultades, escrúpulos y penitencias llevadas al extremo. Recuperar ese sentimiento interior le ayuda a responder a la llamada que Dios le dirige, e Ignacio va encontrando y descubriendo quién es él y cómo habita Dios en él. Y ese encuentro va a hacer posible que en Ignacio nazca el deseo de vivir una vida entregada al Reino de Dios y digna de un caballero medieval que quiere servir, sin quedarse nada para sí, a su Señor.
La historia nos permite acercarnos a esta etapa importante en la vida de Ignacio y nos presenta la historia de un ser humano como cualquier otro, en el que habitaban intensas emociones, cometía errores, y su conciencia no estaba anulada a pesar de la vida desordenada que llevaba. Pero que, aprendiendo a leer las cosas que pasaban en su vida desde Dios, se convierte en un ser humano que se dejó hacer por Dios para vivir su cambio interior: la acción de Dios que vivió Ignacio, insiste el autor, que no sería posible si él no hubiese cooperado con ella. A lo largo de esta etapa, Ignacio va a dejarse seducir por Dios tanto como antes le seducían las cosas del mundo. Pero esa seducción por Dios le va a ayudar a descubrir todas las cosas como si fuesen nuevas, de un modo que no le permite explicar fácilmente lo que sucede en su interior, pero sabe que Dios le ha concedido la gracia de ir descubriendo su vida y el mundo desde sus ojos.
Esa gracia que todo seguidor de Jesús puede desear es, en esta etapa de la vida de Ignacio, fruto de un gran deseo, de mucho pedir a Dios que así sea, y de poner medios, fundamentalmente penitencias exteriores, para que se haga realidad.
Volviendo al principio, si uno se deja agarrar por la lectura de este libro, puede hacer realidad aquel «reflectir para sacar algún provecho» en el que insiste Ignacio en los Ejercicios después de la contemplación de la escena evangélica, y que es parte de la intención del autor a la hora de describir la riqueza de la vida interior en esta etapa. El lector puede descubrir a la luz de la vida de Ignacio sus propias luchas interiores, tan humanas como las que él vivió.
Sintiendo cómo, en los momentos de búsqueda ciega, Ignacio va aprendiendo a fiarse de Dios. Po niendo la vida personal delante de Dios para que sea Él quien dé orden a lo que uno vive, y así vivir la gracia y la felicidad del encuentro, que para él ya nunca dejará de ser el centro de su vida.
Estamos ante el relato del encuentro entre Dios y una persona que se deja sorprender y hacer por Él, y cómo esa transformación es un camino largo, pero que lleva a Ignacio a descubrir cuál es la fuente de felicidad en su vida.
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