González Buelta, Benjamín: La pascua de los sentidos. Sal Terrae, Santander, 2013. 206 páginas. Comentario realizado por Manuel García Bonasa.
Benjamín González Buelta, jesuita, a través de la poesía, escrita a modo de nuevos salmos, y de su conocimiento de los Ejercicios Espirituales y de la espiritualidad ignaciana en general, nos ofrece en este libro una propuesta distinta para dinamizar la experiencia de oración del creyente. Propuesta que se presenta de un modo sugerente, respetuoso, pero profundamente comprometedor para el orante y para el lector. Como en otros libros anteriores, donde nuestro autor combina espiritualidad ignaciana y poesía, se pone de relieve, por un lado, la trascendencia de Dios. Un Dios que sale al encuentro del ser humano, ofreciendo a este incontables propuestas para el encuentro, la contemplación y la comunión. De otro lado, se acentúa la realidad de una plegaria encarnada, hondamente asentada en las raíces de la realidad, para que la misma no se pierda en lenguajes o imágenes ajenas a lo concreto de la vida humana. Contemplación y acción, misterio de Dios y misterio del hombre, experiencia personal y compromiso con el proyecto de Dios, etc. son polaridades, tensiones desde donde se va construyendo la realidad del cristiano y que quedan bien reflejadas en las hermosas páginas de este libro.
El libro aúna, por una parte, pedagogía, porque se presenta como camino, modo y orden, disposición que contribuya a crear ese tiempo y ese espacio en los que el deseo del hombre y la mirada de Dios se encuentran, y, por otra, mistagogía, porque, apoyados en los salmos que el autor escribe y en la espiritualidad ignaciana, nos vamos adentrando en el misterio de Dios que se va revelando y mostrando en la comunión y en la intimidad con el ser humano. Benjamín González Buelta ofrece mucho más que un «libro para orar» al uso (algo necesario y útil), incluso más que un libro de meras oraciones, donde unas se suman a las otras sin más orden y concierto que la devoción personal del autor. Hay una pretensión clara de que el encuentro entre Dios y el creyente sea un encuentro de calidad, transformador. Evidentemente, a quien no le corresponde conquistar o lograr por sus meras fuerzas dicha «calidad» de la oración; pero sí que necesita, en la medida de sus posibilidades y fuerzas, disponerse, hacer todo lo posible para encontrarse con el Dios de la vida. Quizá las propias palabras del autor sinteticen y recojan con más fortuna lo dicho anteriormente: «El fin de los Ejercicios Espirituales es propiciar una experiencia de Dios original que emerja desde lo más hondo del ejercitante y que se extienda por toda su persona integrándola».
El autor apunta a que esta calidad y hondura en la oración viene posibilitada –y en esto es tremendamente coherente con la espiritualidad ignaciana– cuando penetra la sensibilidad del sujeto transformándola y evangelizándola. Acudimos de nuevo a sus palabras: «Pero los Ejercicios nos cambian también la sensibilidad, la manera de percibir la realidad donde Dios me ofrece incesantemente “la vida verdadera”. Sensibilidad y encarnación como claves de una propuesta de oración que busca responder a los retos de una experiencia de Dios hoy, aquí y ahora, que tiene que vérselas con una cultura seductora y maestra de la seducción, pero donde la gracia, la fuerza, el Espíritu de Dios está presente sosteniendo, animando y haciéndolo todo nuevo desde las mismas entrañas de la realidad».
La pedagogía y la mistagogía que en estas páginas se proponen al creyente buscan, ante todo, liberar y sanar una sensibilidad atrofiada, desordenada («cautiva», escribirá Benjamín González Buelta). A quien la fuerza del Espíritu le concede esta liberación, es decir, le lleva a vivir desde la Pascua de los sentidos, «ve de qué manera Dios está presente y trabaja en cualquier coyuntura humana, qué novedad salvadora se va gestando en el misterio de las personas y de la historia».
En nuestra sensibilidad experimentamos la pasión y la resurrección, la muerte y la vida a que constantemente está llamado el seguidor de Cristo. Quien se encuentra con el Dios de la vida descubre cómo va pasando «de un corazón de piedra a un corazón de carne», pero también cómo su manera de estar en el mundo, de percibir a los demás y las cosas se transforma, haciéndose más evangélica, porque se hace a la manera del propio Jesús.
El esquema del libro es sencillo: tras un prólogo del autor que es una excelente presentación de lo que propone y de la misma espiritualidad ignaciana, encontramos siete capítulos estructurados en torno a las diversas etapas de los Ejercicios Espirituales: Introducción a la experiencia, Principio y fundamento, Primera semana, Segunda semana, Tercera semana, Cuarta semana y Contemplación para alcanzar amor. Cada capítulo tiene una sencilla explicación del autor al inicio y una serie de poesías a modo de salmos, encabezados por diversas notas tomadas de los números de los Ejercicios Espirituales que corresponden a dichas etapas.
Concluyendo, libro recomendable para aquellos que buscan una oración que les transforme, pero que también les conduzca a transformar el mundo en sintonía con el proyecto del Reino. Todo ello desde la propuesta de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola y apoyado en las profundas poesías a modo de salmos escritas por el autor.


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