Cernuzio, Salvatore: Cae el velo del silencio. Abusos, violencia y frustraciones en la vida religiosa femenina. San Pablo, Madrid, 2022. 158 páginas. Comentario realizado por Ianire Angulo Ordorika (Facultad de Teología. Universidad Loyola Andalucía, Granada, España).
No importa en qué ámbito se produzcan ni de qué tipo sean. Lo que está claro es que, en cuestión de abusos, el silencio siempre se convierte en un cómplice y aliado del maltratador. El silencio de la víctima es una losa que le secuestra la capacidad de reacción, que le asfixia y le impide tanto revelar lo sucedido como dar pasos para sanar el trauma. Ese mismo silencio, además, es el recurso con el que se protege y se asegura la impunidad quien perpetró ese comportamiento abusivo. El silencio de las instituciones y de quienes estamos en los entornos donde se producen los abusos nos convierte en cómplices del mal, pues más temible que el grito de los malvados es el silencio de los buenos ante la injusticia. Este libro pretende contribuir a, como reza su título, hacer caer el velo del silencio que oculta muchos de estos comportamientos ad intra de la Iglesia.
Hay quien ha hablado de la caja de Pandora para referirse a la problemática de los abusos sexuales, de poder y de conciencia sufridos por miembros femeninos de la Vida Consagrada. Como en la narración mitológica, para muchos asomarse a esta realidad resulta tan temible como abrir la caja de Pandora, suponiendo que las consecuencias que se deriven de esta acción sean de dimensiones desmesuradas e incontrolables. Este temor se alía con un silencio que resulta tentador tanto para instituciones como para víctimas y victimarios, pero que nos incapacita para abordar la realidad de forma sana. Solo haciendo caer “el velo del silencio” se podrán comprender y prevenir las dinámicas abusivas, abriendo caminos de reparación para las víctimas y de justicia para los victimarios.
El periodista Salvatore Cernuzio da un paso al frente y toma la iniciativa de dar palabra a quienes, habiéndose sentido llamadas a seguir a Jesucristo en la Vida Consagrada, encontraron en su seno modos de proceder que propiciaron lo contrario que debería generar cualquier vocación cristiana. El sufrimiento físico y psicológico que se retratan en estas páginas no es compatible con la invitación del Evangelio a desarrollar lo mejor de cada persona para más amar y servir, aunque se haya pretendido justificar con discursos espirituales o invitaciones a la santidad. Como el autor explica al comienzo del libro, fue el sufrimiento de una amiga de la infancia lo que le impulsó a acercarse a esta cuestión, rara vez abordada, y le animó a dar palabra a las voces que habitualmente son acalladas.
El grueso del libro está compuesto por once testimonios de mujeres que, bajo una identidad oculta, relatan sus experiencias de abusos en la Vida Consagrada. Por más que las historias puedan parecer muy diversas, se repiten ciertos elementos que nos pueden mostrar qué realidades entran en juego en esta compleja cuestión de los comportamientos abusivos, sean del tipo que sean. Los distintos relatos presentan actitudes características de quienes ostentan poder en el Instituto Religioso, como la necesidad enfermiza de control, la arbitrariedad en las decisiones que afectan a las personas, la concentración en sí de roles de poder, la intrusión en el ámbito de la intimidad personal, un discurso espiritual capaz de justificar cualquier tipo de decisión y una comprensión del servicio de autoridad muy cercano al autoritarismo.
Las distintas narraciones también nos permiten reconocer una serie de características compartidas de los ambientes que facilitan este tipo de prácticas abusivas. En los testimonios se repiten situaciones de trabajo excesivo, la falta de tiempo para la formación humana o teológica y para la oración, escasas o superficiales relaciones interpersonales, falta de atención médica y psicológica, una valoración excesiva del rigor y serias dificultades para acoger la fragilidad. Del mismo modo, también se repiten patrones entre las víctimas, pues se dibujan como mujeres que, por los motivos que sea, rompen el modelo esperado. Resultan ser menos dóciles de lo que se desearía, con formación, inteligencia y sana autonomía, lo que las convierte en personas incómodas.
La obra de Cernuzio está amparada por diversos especialistas que sostienen los testimonios presentados por el periodista con apuntes de diversa índole. Inicia el libro un prefacio de Nathalie Becquart, que invita a mirar a la realidad de frente y con verdad. Uno de los primeros que escribió en La Civiltà Cattolica sobre el abuso de poder en la Vida Consagrada fue el jesuita Giovanni Cucci. A él le corresponde la introducción del libro. En ella desea que estas contribuciones ayuden a crear una mentalidad diferente, apuntando a la escasez de estudios que apuntan a reconocer las causas de las desviaciones en esta forma de vida que se describen en el libro.
El autor ofrece una nota personal en la que presenta los pasos dados en su estudio y dos conclusiones que él extrae de su escucha de las víctimas. Por un lado, la necesidad de realizar reformas en el modo en que se ejerce la autoridad y en las estructuras de los Institutos de Vida Consagrada y, por otro lado, se pregunta si las formas de consagración derivadas de órdenes antiguas pueden seguir siendo válidas hoy. Al final del libro se ofrece una entrevista a Tonino Cantelmi, psiquiatra implicado en un proyecto de acompañamiento psicológico para consagrados y sacerdotes. Un ensayo del canonista Giorgio Giovanelli sobre los aspectos teológicos y jurídicos de la obediencia religiosa sirve para concluir la obra.
Si bien no resultan tan claras las conclusiones del autor o los nudos temáticos hacia los que apuntan los expertos a los que él acude, la obra tiene el valor de romper el silencio que rodea las prácticas abusivas que se producen ad intra de las instituciones eclesiales y que, bajo el amparo de discursos espirituales y de unos elementos organizativos que requieren ser revisados, siguen siendo las grandes olvidadas cuando se abordan los abusos en el ámbito de la Iglesia. Dar voz y palabra a quienes sufren es siempre un ejercicio valiente que nos puede llevar a la reflexión y a la búsqueda de soluciones para una problemática que, siendo frecuente, no se debería dar.
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