Lamet, Pedro Miguel: El Retrato. Imago Hominis. La Esfera de los Libros, Madrid, 2008. 444 páginas. Comentario realizado por José Manuel Burgueño.
El interés por la figura de Jesús de Nazaret no ha dejado de crecer incluso en un entorno cada vez más secularizado y agnóstico. Siguen apareciendo todo tipo de estudios y obras sobre Jesucristo, y la novela histórica no es ajena a esta tendencia. Por eso es una buena noticia que el escritor, periodista y jesuita gaditano Pedro Miguel Lamet se decidiera por acometer esta empresa, quizá levemente apuntada en una de sus obras más queridas, Las palabras calladas (la vida oculta del Nazareno narrada deliciosamente por su madre, la virgen María), de cuyo texto El retrato es, en algunos pasajes, claro deudor.
En esta ocasión, Lamet crea el personaje de Julio Severo Suetonio (en homenaje a otro Suetonio auténtico, historiador y biógrafo romano), tribuno a las órdenes de Tiberio y amante de las letras y la poesía, que recibe el encargo de su emperador de viajar a Palestina para elaborar un informe detallado sobre la compleja situación política de la provincia. Más próximo al Nicodemo de Jan Dobraczynski (Cartas de Nicodemo) que al Marco Julio Vitales de César Vidal (El testamento del pescador), el tribuno Suetonio llega a cambiar su mirada sobre la vida al conocer a Jesús a través de los testimonios de quienes le trataron, y renuncia a su obsesión de hallar un supuesto retrato que le habrían hecho al maestro en vida –búsqueda que conduce su propia investigación– cuando se da cuenta de que no lo necesita: «me basta mirar una y otra vez hacia dentro para recuperar recién pintada la imagen nueva, la Imago Hominis, el retrato imborrable de Jesús de Nazaret, que me ayuda a reinventar la vida, conferirla con el encanto secreto de cada criatura y no abrigar ya nunca más miedo al futuro» (p. 419).
La inteligencia y la perspicacia del magistrado romano, combinadas con la sinceridad de su búsqueda, le conducen al descubrimiento más importante de su vida: la gran noticia de Jesús, aquella persona fascinante y de mensaje revolucionario que, pese al aparente fracaso en su misión, es capaz, como los mismos romanos comprobarían no muchos años más tarde, de cambiar el curso de la historia, pero también a los hombres por dentro.
Lamet presenta su novela como un «libro de memorias» del viaje por Palestina de Suetonio, que envía a su amigo y compañero de viaje, el filósofo griego Aristeo, bibliotecario de Éfeso, elaborado en paralelo al informe para Tiberio. Como en casi todas sus novelas históricas, se vale de un narrador verosímil que utiliza la primera persona, lo que le permite adentrarse mejor en su subjetividad. Al mismo tiempo, y también en línea con el resto de su obra, el autor no desperdicia la ocasión para acercar al gran público una figura como la de Jesús, con todo el rigor y la fidelidad a los últimos hallazgos históricos sobre el Galileo, y a la vez con toda la amenidad y la maestría narrativa que caracterizan sus novelas.
Aprovecha también para hacer más próximo el entorno social y geográfico en que vivió Jesús, las costumbres judías, las ciudades y edificaciones, el propio templo –a cuya descripción dedica casi un capítulo–, la mezcla de culturas, lenguas y creencias, y los movimientos y tendencias religiosas del momento, todo lo cual ayuda a entender mucho mejor los Evangelios y la propia figura de Jesús de Nazaret. La acción se desarrolla, tal como se da a entender en los últimos capítulos, en los días previos a Pentecostés (la venida del Espíritu Santo, que tuvo lugar unas siete semanas después de la crucifixión), si bien el dato que dan los guardias romanos que siguen custodiando la tumba donde fue enterrado Jesús de que «apenas viene nadie desde hace meses» (p. 367) puede confundir un poco sobre el momento.
Construida fundamentalmente sobre la base de entrevistas con personajes que participaron de una u otra forma en la vida de Jesús, quizá se eche de menos que el diálogo, pieza clave en la narración, elabore algo más desde los textos evangélicos las escenas y las palabras de Jesús que evocan los entrevistados. En ocasiones, algunos discursos quedan poco creíbles y a veces se detienen en detalles que tienen sentido en el Evangelio, pero no tanto en el relato que un testigo presencial le haría a un investigador romano, como por ejemplo el dato que José de Arimatea le da de que cantó el gallo en la pasión de Jesús (p. 324).
Es importante para entrar en el relato el consejo que Suetonio le brinda a su destinatario Aristeo: «no lo leas solamente con tus ojos de racionalista erudito», sino «también con el corazón», porque «la auténtica sabiduría tiene más de sabor que de saber» (p. 14). Leída así, la novela cumple con creces el objetivo que se marca su autor: «recobrar algunos rasgos del rostro de Jesús» a partir de las últimas investigaciones del Jesús histórico (p. 429), con el fin de permitir al lector, «sea creyente o no, conocer más y mejor la fascinante figura de Jesús de Nazaret, para que cada cual saque sus propias conclusiones, consciente no obstante de que, como decía Ignacio de Loyola, el conocimiento interno suele conducir al amor y al seguimiento» (p. 438).
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