viernes, 20 de noviembre de 2020

Don Juan Manuel: Libro del cauallero et del escudero. Por Fernando Vidal

Don Juan Manuel (1326): Libro del cauallero et del escudero. En Obras completas, vol. I. Gredos, Madrid, 2007. pp. 37-116. Edición, prólogo y notas de José Manuel Blecua. Comentario realizado por Fernando Vidal (@fervidal31).

Don Juan Manuel o el valor de la conversación

El prólogo del Libro del caballero y el escudero nos lleva al estado de ánimo de Don Juan Manuel cuando hace público su manuscrito: “El cuidado es vna de las cosas que mas faze al omne perder el dormir, et esto acaesçe a mi tantas vezes que me embarga mucho a la salud del cuerpo” (p. 39). Nos cuenta que la preocupación es una de las cosas que hace perder más el sueño al hombre y eso lo padece con tanta frecuencia nuestro autor que le afecta gravemente a la salud. Don Juan Manuel se encuentra en un momento en que le quita el sueño su ambición por desempeñar una mayor posición política, pero se vio frustrado y él explica que se debe a sus pecados, que Dios no le quiso poner en ese servicio. Para aliviar esa angustia que le roba el sueño, hace que le lean libros e historias “por sacar aquel cuidado del coraçon”. Los relatos y el saber le consuelan y pacifican. Los libros son cura y cuidado.

La historia del caballero y el escudero es un relato montado para sostener la cosmovisión medieval de Don Juan Manuel. ¿Qué es significativo para la vida de un lector del siglo XXI? El relato es interesante, pues igual que El libro de los estados (ver comentario aquí) –cuya primera y esencial parte estaba terminada en 1330 y El libro infinido de 1337 (ver comentario aquí), nos encontramos con una relación en la que un joven es instruido por una figura paternal. En El libro infinido, Don Juan Manuel transmite a su hijo Ferrando, de corta edad, el legado de sabiduría que había aprendido hasta los cincuenta años. En El libro de los estados, hallamos una ficción en la que un joven príncipe es instruido por un misionero cristiano itinerante, después de haber descubierto el hecho de la muerte que su tutor y su padre el rey le habían querido ocultar. En esta ocasión, de nuevo nos encontramos una historia en la que un anciano enseña a un joven. 


El continuo retorno al saber 

La historia comienza con un joven escudero que sin muchas riquezas acudía a las cortes que su rey, bueno y honrado, había convocado. Es un joven sin muchas riquezas, pero con méritos literarios que le habían hecho ganar una reputación. Por el camino se encuentra viviendo en una ermita a un anciano caballero dedicado a la meditación, en quien aprecia su bondad y sabiduría. Comienzan a conversar y el joven escudero le hace un sinfín de preguntas sobre todo tipo de materias. Está interesado tanto en los fenómenos naturales, como en qué es el hombre, Dios y sus criaturas angelicales e infernales, así como qué es lo que hace al hombre más feliz o cuál es su mayor pesar. 

El caballero ermitaño le confiesa que carece de estudios científicos para saber sobre tantas materias, pero sirvió a un señor a cuyo alrededor solía reunir a personas sabias y de ellos aprendió respuestas que puede compartir. De ese modo le responde a una serie de interrogantes. Tras unos días juntos, el anciano le aconseja que, por el futuro que el joven quiere labrarse, no deje de asistir a las cortes, y el escudero se pone en camino. 

Al llegar a las cortes, pone toda su habilidad literaria en narrar al rey y cortesanos todo lo que aprendió del caballero ermitaño y queda tan satisfecho el monarca que le concede el grado de caballero y lo dota con suficientes riquezas para poder mantener una posición honrosa. 

Al regreso a su tierra, el novel caballero vuelve por el mismo camino para ir a la ermita. Comparte con el anciano su éxito y mora con él unos cuantos días, donde busca de nuevo que le siga ilustrando. Mas el anciano se encuentra enfermo y debe descansar. El joven caballero le da todo lo que tenía consigo y partió para su tierra, dejando que el ermitaño reposara. 

Se estableció con éxito en su tierra, pero la inquietud por las muchas preguntas que aún tenía por responder y el miedo de que el ermitaño muriera y él nunca pudiera encontrar a un hombre tan santo y sabio como aquel, le hace dejar su riqueza al cuidado de otro y se pone en marcha. Bien sabe que cuando se deja la propia hacienda en manos de otra persona se corre un importante riesgo, pero, aun así, decide dejarlo todo y regresar a la ermita. 

El nuevo y joven caballero asume una vida pobre con el ermitaño y este responde a todas las preguntas que sabe. Al final, se siente morir y pide al joven que se quede para acompañarle en sus últimos días. Tras los actos funerarios, el joven caballero regresó a su tierra, donde vivió dichoso y honrado hasta el final de su vida. Una y otra vez el joven retornó a la fuente del saber. 


El valor de la conversación y la escucha 

De nuevo nos encontramos en el curso de un libro que es una larga conversación cuyo fin principal es transmitir el saber sobre lo fundamental. Don Juan Manuel hace una literatura de conversaciones profundas, es un continuo elogio del consejo. Esa alabanza del consejo y el diálogo alcanzará su cénit en la relación entre Lucanor y Petronio. Está el infante don Juan invitándonos a conversar, a buscar diálogos de vida y corazón. En los casos del caballero y el escudero, el libro infinido y el de los estados, son conversaciones esenciales, pues se trata de formar a los jóvenes en el momento crucial de su vida. Parece que Manuel estuviera preguntándonos qué conversaciones esenciales hemos tenido en nuestras vidas y a buscarlas. 

Es el caso del escudero y luego novel caballero. Viajaba de camino a las cortes para lograr una mejor posición gracias a sus escritos, pero se detiene en la ermita. Si no fuera por el consejo del anciano caballero, no se hubiera puesto de nuevo en camino a su destino. Eligió el saber antes que su progreso material. El premio es que gracias a haber perdido el tiempo con el ermitaño, pudo contar una historia que causó tanto gozo en el rey que le nombró caballero. El ermitaño, que no tenía nada, le había dado el saber que le hizo caballero sin que ninguno de los dos lo pretendiera. He aquí una constante en Don Juan Manuel: el saber –el buen saber- es lo más valioso en el mundo. “Dizen todos los sabios que la mejor cosa del mundo es el saber” (p. 41). Sin buscar la riqueza sino el saber por el saber, finalmente el joven escudero obtuvo su ascenso social gracias a ese saber inútil por el que había puesto en riesgo sus ambiciones. 

Una y otra vez, el joven buscará la sabiduría por encima de sus intereses materiales. “Tan plazentera et tan aprouechosa cosa es para los buenos et para los entendudos el saber que non lo pueden olvidar nin por los bienes corporales” (p. 56). Al regreso de la corte, en vez de ir directamente a tomar posesión de sus bienes, mora un tiempo con el ermitaño. Finalmente debe irse para dejarle descansar, dado su delicado estado de salud, pero al tiempo de nuevo regresa poniendo en riesgo su hacienda en busca de aquel saber. 

“Yo tengo que en ninguna cosa non podría yo fazer mas mi pro nin tomar mayor plazer que en dexar todo lo al por vos venir ver”, dice el joven al anciano caballero cuando vuelve de su tierra a estar con el ermitaño por tercera vez. Tanto para el espíritu como para su propio progreso –pro- material, para su placer y para su carrera en la vida, no hay cosa más importante que pueda hacer que estar con el ermitaño. No le quiere extraer su saber, sino que por encima de ello está el cuidado del anciano. No es tanto su saber, ya que no es hombre de ciencia, sino la bondad y santidad de su saber. No es tanto lo que dice como el saber que irradia su bondad. 

Saber y conversación, la transmisión solidaria entre generaciones, el valor del consejo y la escucha: son todos elementos estructurales de Don Juan Manuel. El saber es primordial y se alcanza sobre todo en las conversaciones esenciales. 


La dificultad de saber qué es el hombre 

Una de las preguntas que inquietaban al joven escudero era qué es el hombre. El anciano caballero que ahora vivía como anacoreta en una ermita a la linde de un camino, le dice que la pregunta parece sencilla (ligera), pero quien se ocupe de responderla, encontrará enseguida que no lo es. 

El ermitaño explica un principio del saber según el cual opera la gente: parece que lo que es más próximo se puede conocer mejor que lo que es lejano. “Quanto omne es mas luenne de la cosa, tanto es menos cierto della, et quanto es as cerca, deuia ser mas cierto” (p. 78). Sin embargo, este criterio no se cumple en cuanto al saber del hombre sobre sí mismo: “non tan sola mente yerra el omne en conosçer a otro omne, ante yerra en conoscer a sy mismo” (p. 78). 

La cercanía de los otros seres humanos y aún el ser uno mismo humano, no es condición para no equivocarse al conocerse. No es un saber evidente que dé el mero contacto con la cosa misma o ser esa propia cosa. Sin reflexión, no hay saber. Es necesario, sostiene el sabio caballero, una segunda operación que piense el sentir y parecer. En Don Juan Manuel, el saber no es mero sentir, sino que necesita de la reflexión. El santo, el sabio o el joven discurren en sus obras en conversación con el otro. Son novelas de enseñanza, donde se asiste a un aprendizaje mediante la conversación entre el maestro y el discípulo o el padre y el hijo. 

Hay un aspecto relevante en la visión que el caballero anciano tiene de la realidad. La dificultad para explicar qué es cada cosa terrenal –los hombres, animales, aves, peces, minerales, etc.- reside en su gran diversidad. “Pues el omne es de tan estrannas maneras, non uos deuedes maravillar si conplida mente non uso pudiere decir que cosa es el omne et para que fue fecho” (p. 79). La diversidad es tal que causa asombro y extrañeza, y dicha pluralidad hace difícil que se pueda tener una concepción universal sobre lo que es esencialmente la condición humana. No es una característica exclusiva del hombre, sino que es una propiedad de todas las criaturas y aun los minerales. 


El panantropismo de Don Juan Manuel 

El hombre es visto clásicamente como dual por el ermitaño: “el omne es una cosa et semeja a dos”, “es conpuesto de anima et de cuerpo, et el alma le faze auer razon; et por la razon que ha mas que las otras animalias es omne”. El hombre es, pues, un “animal razonal”. De ahí infiere que “el omne que ha mas razon en si es mas omne; et quanto a menos della, tanto es menos omne, et es mas allegado a las animalias que non an razón”. Al ser animal, el cuerpo muere y, por tanto, el hombre es racional y mortal. De ahí la formulación completa: el hombre es un animal racional mortal (p. 79). El hombre puede humanizarse: conforme tiene mayor discernimiento, más se humaniza y quien pierde la razón, se animaliza. 

Es entonces cuando propone el anciano caballero una segunda fórmula: el hombre se parece a las cosas, entendiendo por tales la fauna, flora, minerales y hasta los cuatro elementos y todo lo que está compuesto por ellos. El hombre es las cosas y todas las cosas son hombre: Don Juan Manuel establece una unión extrema entre el mundo y el hombre, que lleva incorporado en sí todos los fenómenos y criaturas que le han antecedido a su existencia. 
“Otrosi semeja al mundo; ca todas las cosas que son en el mundo son en el omne; et por ende dizen que el omne es todas las cosas… El omne es piedra en ser cuerpo; ca asi commo la piedra es cuerpo, asi el omne es cuerpo. Otrosi, asy commo el arbol et las otras planctas naçen et creçen et an estado et envegeçen et se desfazen, vien asi el omne faze estas cosas; ca naçe et creçe et ha estado et envegeçe et se desfaze quando se parte el alma del cuerpo. Otrosi, commo las vestias et las aues et las otras animalias fazen todo esto et demas que sienten et e[n]gendran et biuen, bien asi lo faze el omne. Otrosi, vien asi como el ayre et el fuego et el agua et la tierra [son] quatro elementos, asi el omne a en si quatro humores; que son la sangre et la colera et la flema et la malenconia” (pp. 79-80). 

No solo están incorporados en el hombre todos los fenómenos de la Tierra, sino que el hombre también es ángel y diablo: “Et asi commo el angel es cosa spiritual que nunca a de aver fin, al que Dios tanta merçed fiziere que, por las obras que obiere fechas el cuerpo en quanto el alma estudiere en el, mereçiere aver la gloria de Parayso, sienpre la abra et nunca abra fin. Et asi commo el diablo, que es cosa spiritual, pues[tol esta en las penas del Infierno por sus mereçimientos, asy es el alma mal aventurada” (p. 80). 

Es por ello, que “el omne semeia mucho al mundo, por que ha en el todas las cosas; et por que todas las cosas del mundo crio Dios para seruicio del omne. Otrosi, que es todas las cosas, non por que el omne sea todas las cosas, mas por que ha parte et semeiança en todas las cosas” (p. 80). Este es el principio unitivo de Don Juan Manuel: “todas las cosas que son en el mundo son en el omne” y “el omne es todas las cosas” (p. 79). 

En cierto modo, Don Juan Manuel propone un panantropismo en el que cada ser humano incluye todos los fenómenos elementales y criaturas del universo, a la vez que lo humano está en todas ellas. Don Juan Manuel va más allá de decir que en el ser humano hay la luz y sombra del primer día de la Creación –hoy diríamos que incluye parte de la explosión primigenia del Big Bang-. Lo que dice es que hay parte de nosotros que se comporta como piedra, igual que tenemos reacciones que son propias del fuego, el aire, el agua o la tierra. Claramente ve que hay en nosotros acciones animales y otras vegetales. 

Más intrigante es cómo concibe que lo humano está en todas las cosas. Solo una visión moderna sería capaz de decir que de algún modo lo humano –la conciencia, el amor, lo distintivo de la condición humana- está entrañado en las estructuras elementales del cosmos y de algún modo su aventura conlleva la aventura de todo el cosmos y sus criaturas. Es decir, que cuando la persona mira el tapir, toma conciencia del tapir, lo ama y se relaciona con él –quizás lo mata y come-, lo integra en su aventura existencial. El hombre de Don Juan Manuel parece una mediación para que todo el cosmos y sus seres vivan la aventura de la existencia, propia de la razón del alma. 


El árbol transtornado 

A sus dos primeras definiciones del hombre añade una tercera: una analogía cuya extravagancia vista desde tantos siglos después la hace poética y encantadora. A su formulación de que el hombre es un animal racional mortal y que a las cosas se asemeja, añade otra tercera fórmula: el omne es un arbol trastornado. 
“Otrosi semeja el omne al arbol trastornado. Ca el arbol tiene la rayz en tierra et depues el tronco et depues las ramas, et en las ramas naçen las fojas et las flores et el fructo. Ca de la buena rays sale buen tronco, et del buen tronco salen buenas ramas, et de las buenas ramas salen buenas fojas et flores et buen fruto, et del mal arbol todo el contrario. [Et] todas estas cosas conteçen en el omne. Ca la rays del omne es la cabeça do esta el meollo que gobierna et faze sentir et mouer todo el cuerpo, et el tronco es el cuerpo, et las ramas son los mienbros, et las fojas et las flores son los çinco sesos corporales; et los pensamientos et las obras, el fruto”. 
La comparación nos presenta que las decisiones y voluntad del hombre son las raíces del ser humano, que extraen del mundo lo que le hace moverse. El cuerpo de hojas serían los sentidos corporales que ven, oyen, sienten, huelen y saborean. Los pensamientos y sus acciones, son el fruto. Las extremidades son las ramas y el tronco es también el del árbol. Es una comparación muy visual en la que nos hace preguntarnos por las raíces de las que se nutre el hombre, cómo su pensar también es fruto y los sentidos corporales se mueven recibiendo el Sol y los elementos. Don Juan Manuel, poco dado al lirismo, dio rienda suelta a la imaginación del caballero anciano que quizás hizo un dibujo en el suelo para mostrar al antiguo escudero su visión. Respaldaría de ese modo esa convicción de que el ser humano está íntimamente imbricado en la naturaleza.


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