viernes, 16 de octubre de 2020

Don Juan Manuel: El libro infinido. Por Fernando Vidal

Don Juan Manuel (1335): El libro infinido. Madrid, Cátedra, 2003. 240 páginas. Edición de Carlos Mota. Comentario realizado por Fernando Vidal (@fervidal31). 

¿Por qué revisitar un clásico como Don Juan Manuel? ¿Por qué no restringirse a los libros que se publican en la punta de la ola, sino ir atrás, a la raíz y tronco de esa ola? Quizás en los momentos de crisis que atraviesa nuestro mundo, y especialmente nuestro país, es necesario preguntarse por nuestro capital moral y, aun más hondo, por el patrimonio sapiencial que portamos. La vida y obra de Don Juan Manuel forma parte de él, así lo hemos recibido desde la infancia y quizás debemos profundizar en qué llevamos de él dentro de nosotros. 

Don Juan Manuel nos transmite tras una vida de guerra, contradicciones, pero también belleza, que el buen saber es lo más valioso en la vida y que ese buen saber es fruto del amor, un amor que él no alcanzó en su plenitud. Amor y saber están en el centro de la existencia humana y desde ellos cada cosa recibe el grado de verdad que tiene. Desde las entrañas del medievo, Don Juan Manuel nos sigue alcanzando con un mensaje que nos llama al amor pleno, a la entrega incondicional al otro aunque parezca locura, a buscar el buen saber porque solo él nos permite ser felices. 

Fundamentos de un nuevo realismo 

El Libro infinido, Libro inacabado -o, como sería más evocador, Libro infinito-, fue escrito en 1335 por Don Juan Manuel a su hijo Fernando cuando era niño de corta edad. Es el libro de un padre que quiere transmitirle lo más valioso que ha aprendido en su vida para guiarle en la suya. Lo que le transmite no es un cuerpo idealizado de máximas y consejos, sino que le quiere legar aprendizajes que parten de la realidad y que han sido probados por circunstancias muy adversas. 

Aunque con frecuencia las figuras históricas o literarias sufren un embellecimiento para que sean vidas ejemplares, es la persona completa, con sus glorias, miserias y naderías, la que es capaz de desentrañar lo que de la existencia haya logrado aprehender. 

Don Juan Manuel vivió una existencia batallada por ambiciones y conflictos. Luchó duramente por la defensa y expansión de su patrimonio económico: mintió, conspiró, traicionó al rey Alfonso XI aliándose con el rey musulmán de Granada, fue vengativo, fue desterrado, falsificó documentos y hasta el sello real, y asesinó a adversarios –con especial saña a Diego García en 1321-. En su vida consiguió enormes logros políticos, económicos y literarios, y también sufrió gigantescas derrotas –tuvo que derribar su palacio de Peñafiel y entregar Murcia en el armisticio tras ser vencido por Alfonso XI-. Sin duda su mayor pérdida fue la temprana muerte de su hijo Fernando en 1350, a quien había dedicado este Libro infinido –inacabado, infinito- que sintetizaba su saber vital. 

Por lo tanto, cuando Don Juan Manuel habla del amor, no lo hace desde un sustrato idealizado, apartado de los males del mundo ni pastoril, sino que lo hace desde el yunque de su propio ser, en el que han sido golpeados los metales más incandescentes. 

Don Juan Manuel luchó por permanecer en el centro del poder durante toda su vida y lo logró. Era nieto de reyes y consiguió hacerse abuelo de reyes. Fue nieto de Fernando III, sobrino de Alfonso X el Sabio y abuelo de los reyes de Portugal y Castilla, al casarse sus hijas con Pedro de Portugal y Enrique de Trastámara –hijo natural de Alfonso XI, lo cual también proporcionó a Don Juan Manuel una venganza final sobre su adversario-. 

¿Qué le dice a un lector del siglo XXI el Libro infinido? ¿Qué subrayamos al leerlo porque nos dice algo significativo para nuestra existencia y vida práctica? ¿Qué del Libro infinido se ha convertido en sustrato cultural que llevamos incorporado como sociedad y transmite cada generación a la siguiente? 

La cosmovisión de Don Juan Manuel es medieval: el ideal es un mundo donde todo tiene su estatus y refleja el orden celestial. No obstante, Don Juan Manuel luchó por su alta posición social porque se correspondía con el estatus que creía le correspondía y, finalmente, pese a muchas pérdidas, lo alcanzó póstumamente. No solo como abuelo y hacedor de reyes, sino porque setecientos años después lo leemos, escuchamos y estudiamos. En cierto modo, al haberlo leído desde niños en la escuela, todos somos su hijo Ferrando… Al decidirse por su publicación, el Libro infinido quería ser una obra de aprendizaje para los niños y jóvenes de cada generación venidera. 

Quizás la aproximación a todo el legado que constituye el estrato medieval de lo que somos nos es muy desconocido todavía. El encuentro con gran parte de dicho material cultural sucede en las escuelas y tiene una aproximación formalista, no es un encuentro vital, sino en función de su consideración filológica o historiográfica. Dichas perspectivas son importantes, pero no son lo más crucial. 

En nuestra cultura y en cada uno de nosotros, existe un sustrato que procede del medievo. Ha sido transmitido en forma de instituciones, modos de vida, estructuras económicas, conformación geográfica, también rasgos caracterológicos colectivos o un saber popular. El patrimonio sapiencial medieval ha sido transformado por los siguientes siglos, pero nos ha llegado y cala. En parte porque estructuró nuestras condiciones colectivas básicas –territoriales, medioambientales, económicas, políticas, religiosas, etc.-. Todo patrimonio se transfiere intergeneracionalmente por un sustrato institucional-estructural al que dio forma. Otra parte es transportada por las propias formas de vivir, sentir, pensar y valorar de las personas. Una tercera transmisión se produce a través de las obras de significado creadas por aquellas generaciones y nos llegan.


Paternidad 

Lo primero que nos presenta el libro es el amor por su hijo. Don Juan Manuel le daba mucha importancia a la educación. Otro de sus libros destacados, El libro de los estados (al comienzo titulado El libro del infante) también trata sobre la formación de un joven príncipe. Continuamente en El libro infinido alude a su hijo, “Fijo don Ferrando”… Lo llama por su nombre propio, repite el vínculo de filiación, le reconoce su libertad y dignidad con el tratamiento de “don”. Repite muchas veces la fórmula, quizás para no olvidarse él mismo de que lo que escribe es para su hijo y no perderse en disquisiciones. 

Hay en Don Juan Manuel un sentimiento profundo de paternidad que le lleva a ser sincero y reconocer, por ejemplo, que no tiene más que un amigo y que nunca alcanzó el amor pleno en su vida. Don Juan Manuel se justifica ante quienes le reprochan que se dedique a escribir libros, es decir, que se exponga tanto en público su palabra. No obstante, él se confirma en su labor de escritor. El propio libro inacabado no es una carta privada, sino que permite que sea leída por todos y, por tanto, abre algunos de sus sentimientos más íntimos al escrutinio general. Escribir siempre es confesar: aunque uno invente personajes, mienta y diga todo lo contrario a lo que uno mismo es, las palabras reflejan el fondo de tu alma. Don Juan Manuel se quita la armadura cuando escribe libros o, más bien, viste una armadura de papel y empuña una espada de tinta. Este sería un segundo rasgo del Libro infinido: escribir es abrir el alma, incluso a aquellos por los que te fortificaste en un castillo. 


La reflexión experiencial 

Una tercera característica de este libro es el grado de reflexividad experiencial. El principio metodológico crucial de cómo fue pensado y escrito el libro, es el siguiente: “Fijo don Ferrando… este tratado… tracta de cosas que yo mismo prové en mí mismo et en mi fazienda et bi que conteció a otros” (p. 117). 

Don Juan Manuel establece ese principio: va a escribir de su propia experiencia, sobre lo que vivió él o presenció personalmente que les ocurría a otros. Como la mayor parte de su obra, es reflexiva y no es idealista, sino experiencial. Hay un profundo realismo en el pensamiento de Don Juan Manuel, aunque también uno siente que no deja que su hijo vea los más oscuros rincones del corazón que fue capaz de traicionar, defraudar y matar. Quizás esa tiniebla era tan honda que se hubiera tragado el orden que buscaba defender y su posición en él. 

Don Juan Manuel señalaba a un orden celeste en la tierra, pero vivía en un tiempo de reyes y tierras en combate, un tiempo en el que había tierra de nadie y fronteras ambiguas, un tiempo en que se alió con los señores islámicos para defenderse y atacar a los cristianos. Su idea medieval del mundo no era capaz de contener las tensiones y ambivalencias internas de su vida personal, familiar, económica y política. La vida de Don Juan Manuel no cabía en un mundo pensado medievalmente y quizás habría que preguntarse si no es nuestra idea del medievo lo que no cabe en la vida de Don Juan Manuel, su abuela Beatriz de Suabia, su tío Alfonso el Sabio, Doña Urraca o el Cid. Sus vidas han sido metalizadas, formateadas, encajonadas y tras tantos siglos aún pugnan por salir, por dejar de ser un muñeco medieval y poder ser plenamente seres humanos con vidas tan complejas y experiencias y sentires tan variados como las del hombre del siglo XXI. 

Si nuestro siglo está finalizando la Edad Moderna para ser superada por la Edad del Ser, quizás nuestros antepasados del Medievo tengan más oportunidad de ser ellos mismos. El desafío de Ser no es solamente para el presente, sino para otro modo de ser de todo el pasado recibido o incluso enterrado. 


La primacía del buen saber 

De la lectura del Libro infinido me han quedado dos cuestiones. La primera pertenece al prólogo, a los fundamentos desde los que decide qué debe legar a su hijo Fernando. La segunda es toda la parte que Don Juan Manuel dedica al amor. Sobre la primera, hacemos una selección de fragmentos que transmiten su valoración del saber. 
“La mejor cosa que omne puede aver es el saber… Por el saber se salvan las almas. Et por el saber se onran et se apoderan et se enseñorean los unos omnes de los otros… Ninguna cosa del mundo non se puede fazer sin poder er saber et querer… Ninguna cosa puede ser fecha complida con que estas tres cosas non aya”… Forman una Trinidad: Dios padre es poder, Jesucristo es saber y el Espíritu Santo es querer. “Muchos dubdan quál es mejor, el saber o el aver… el saber puede guardar el aver et el aver non guarda el saber. Si un omne que á grant saber le ayuda la ventura, tanto subrá con el su saber que, aunque la ventura se vuelva, que siempre ficará él muy bienandante; et aunque la ventura sea contraria, con el su saber se sabrá mantener fasta que la ventura se mude. Et el que non ha el saber que le cumple, aunque aya buena ventura, non se sabrá della aprovechar quanto podría… La mejor cosa que puede ser es el saber. Et ese saber se entiende por el buen saber. Ca el saber engañoso o mentiroso o en malicia non es dicho saber” (pp. 113-116). 
Para Don Juan Manuel hay tres categorías vitales que dan forma a la acción humana: poder, saber y querer. En su idea medieval de los órdenes analógicos –cada dimensión social, política, eclesial, biológica o cosmológica, repite la misma geometría que el orden celeste-, cada una de esas potencias vitales se corresponde con una persona de la Trinidad. 

De ellas, la mejor es el saber. Al final de cada día, el bien más valioso es el saber. El saber es el sentido, la conciencia, el discernimiento que hace que se salven las almas. Es lo que finalmente permite buscar y hallar lo que salva y lo que se salva, la victoria final, lo que evita la pérdida final en la que la muerte todo se lo lleva. Lo único que permanece es por el saber. 

Es un saber práctico y existencial a la vez. El saber –que es criterio de discernimiento, información y sentido a la vez- es la fuente que permite el reconocimiento entre las personas (por el saber se honran unos hombres a otros). El saber es también lo que sostiene el orden jerárquico entre las gentes y es la fuente última de la autoridad: el enseñoramiento de unos hombres sobre otros. Y también es lo que permite el apoderamiento, el sostenimiento y expansión del saber. El saber no solo es sentido, sino poder. 

Don Juan Manuel piensa que cualquier acción humana necesita del querer, el saber y el poder para poder ser hecha completamente, pero entre ellas, el saber es la mayor. De ahí el valor que le da a la cultura y a los libros. Un libro, a fin de cuentas, es saber universalizado a través del espacio y el tiempo. 

El autor no evita la discusión sobre la superioridad de las posesiones o el saber y no duda en defender la primacía del saber. No por motivos idealistas, sino prácticos. El saber permite que las personas asciendan socialmente porque aprovecharán las oportunidades mejor. Sabrán identificarlas y moverse en ellas de modo que se eleve su posición. Si las circunstancias son adversas, es el saber el que permitirá evitar los males y no perder la hacienda. Quien carece de sabiduría, aunque tenga abundantes bienes, no sabrá cómo sacarles provecho, cómo vivirlos de modo que alcance la felicidad. Solo el hombre sabio aprovecha el valor de las riquezas. 

En una sociedad rígidamente estamentalizada, Don Juan Manuel se da cuenta por propia experiencia de que hay radicales ascensos y descensos sociales y de que el saber es el factor que más influye en ellos. Si al hombre le va mal, solo por el saber logrará alcanzar felicidad, pero tampoco alcanzará felicidad el rico y poderoso que carezca de saber. 

El tipo de saber al que se refiere Don Juan Manuel es moral. Solo el buen saber es verdadero saber. El saber taimado y malicioso, aquel que busca lo ilegítimo, tiene la habilidad de mentir y falsificar, no es verdadero saber. Solo el buen saber salva al hombre tanto en la tierra como en el cielo. 

En la dimensión del saber, hay, por tanto, distintos tipos de saber. El saber obtenido por el mal o usado para el mal, es un tipo de saber, al que Don Juan Manuel no llama propiamente saber, sino que es engaño, mentira o, directamente, mal. El mal se disfraza de saber, pero no lo es. No podemos olvidar al hombre que escribe esto si queremos hacernos idea del alcance que tiene, porque Don Juan Manuel ha falsificado, mentido y matado a lo largo de su vida. No habla del mal saber de otros, sino del que él mismo ha usado y sufrido. Solo el saber que busca el bien es verdadero saber. Solo el saber que busca el bien es capaz de sacar la felicidad a los bienes materiales, legitimar la autoridad, hacer sostenible el poder, avanzar en la vida y saber vivir cuando las circunstancias son desafortunadas. 

Ese no es un saber de datos ni informaciones, sino un saber que no solo interpreta la realidad tal como es, sino que es capaz de saber su valor en relación al bien. El saber de Don Juan Manuel es un saber de bondad, un saber moral, lo que llama “el buen saber”. Don Juan Manuel no excluye la venganza, el ajusticiamiento y la dureza de decisiones de su buen saber, pero eso es circunstancial. El principio es que solo el buen saber sabe de verdad. Solo el amor puede saber. 


Solo el amor es eterno 

Don Juan Manuel pone al amor en el centro y final de lo más importante de la vida, de aquello que su hijo va a necesitar en la vida. En realidad, escribe un tratado sobre las relaciones humanas, que entiende que son variaciones, gradaciones o perversiones del amor. La vinculación humana es siempre amor o desamor, su sustancia es el amor, no el poder ni la posesión. 

El amor pleno o cumplido, el “amor complido”, estaría en la cima y constituye el verdadero amor o lo que de verdadero hay en el amor. 
“De las maneras del amor vos digo que amor es amar omne una persona sola, solamente por amor; et este amor, do es, nunca se pierde nin mengua” (p. 178). 
De los muchos tipos de vínculos que Ferrando va a encontrar en la vida y que Don Juan Manuel experimentó, saca una conclusión: solo se puede llamar amor a cuando una persona ama a otra persona en sí misma solo por amor, de modo incondicional, gratuito y entregado. Solo a eso se le puede denominar amor y esa es la sustancia del amor. No es que sea la culminación del amor, sino que desde su base y toda su estructura, solo eso es amor. Ese amor es permanente, lo que amemos no se pierde ni disminuye, sino que se conserva pese a todo ni frente a todo. Lo amado nunca se pierde, lo amado no mengua, lo que se haya amado es eterno. Donde lo hay, es para siempre. Puede que una relación se deteriore, pero lo que haya habido de verdadero amor entre ambas personas perdura indestructiblemente. Dicho de otro modo, lo que no sea verdadero amor, desaparecerá con el tiempo. Solo el amor existe de verdad. Solo lo amado existe. Solo el amor salva las relaciones y las cosas. 

Hay dos modos de amor o vinculación que se pueden llamar propiamente amor: el amor cumplido (pleno) y el amor verdadero. Veamos cómo los concibe. 
Amor complido: “La manera de amor complido es la que desuso dixe que yo nunca vi. Ca amor complido es entre dos personas en tal manera que lo que fuere pro de la una persona, o lo quisiere, que lo quiera la otra tanto como él; et que non cate en ello su pro ni su daño. Así que, aunque la cosa su daño sea, quel plega de coraçon de la fazer, pues es pro et plaze a su amigo: ese tal es complido amor. Et a esto podría decir alguno que eso non es amor, mas es locura del que así ama… Más porque los amigos non pieden ser eguales en amar et en poder et en entendimiento, o en otras muchas cosas porque el amor sería egual, por eso vos digo que yo nunca vi, fasta hoy, amor complido” (p. 179). 
Amor verdadero: “Amor verdadero es quando algún omne, por debdo señalado o por buen talante, ama a otro et lo ha provado en grandes fechos et peligros, et falló en él siempre verdat et ayuda et buen consejo. Quando tal amigo como éste fallaredes, conséjovos quela medes mucho et fiedes en él; et fagades por él, si acasciere en qué, más que él fizo por vós. Et gradesced mucho a Dios si vos diere tal amigo. Ca dógovos que fasta aquí, maguer que he pasado cinquenta años, abés vos podría decir que fallé de tales amigos más que uno.” (pp. 181-182). 
Don Juan Manuel confiesa que él nunca ha vivido ni conocido a nadie que alcanzara el amor pleno. El amor pleno sucede cuando se cumple la Regla de Oro evangélica: buscar para el otro solo el bien y quererlo con tanta voluntad y alegría como para uno mismo. Es más, que priorice el bien del otro sobre el propio, incluso aunque se perjudique el beneficio propio –su pro-, o uno sea perjudicado –su daño-. Aunque sea en el propio menoscabo, procurar el bien del otro. Ese es el amor pleno según Don Juan Manuel: una entrega mutua en la que cada uno vela abnegadamente por el bien del otro. 

Don Juan Manuel
Entiende que haya quien diga que eso no es amor, porque quien ama llega a perjudicarse. Más bien es una locura. Comprende que esa entrega de amor al otro incluso de lo propio es extremadamente difícil, porque entre las personas siempre hay desigualdades y esa asimetría hace más improbable que se ame. El amor nunca es entre iguales del todo, existe una desigualdad estructural entre personas y eso hace que sea tan controvertida la reciprocidad: siempre hay uno que pierde más o entrega lo que el otro no puede darle o devolverle. 

La entrega mutua es locura para muchos, pero es la clave del amor según Don Juan Manuel. Es casi imposible que se dé plenamente por las naturales desigualdades entre las personas, y no se refiere solo a las de carácter material, sino al conjunto de diversidades que hacen que uno no pueda recibir del otro lo que da o tanto como da. Sin embargo, es posible. Es más, es la sustancia del amor. 

Es tan difícil, que Don Juan Manuel reconoce que él no ha alcanzado el amor, no lo ha vivido experimentado ni conocido personalmente en nadie. Es lo más importante en la vida y lo único que se logra salvar –ni se pierde ni mengua-, pero él no lo ha vivido. Eso incluye la relación con su propio hijo Ferrando, a quien escribe este libro. Esa confesión como padre supone una gran dureza, lo cual hace valorar la sinceridad de Don Juan Manuel. 

La siguiente categoría de amor no llega a la plenitud, pero es el otro el que merece la pena ser llamado verdadero amor también. El amor verdadero sucede por voluntad o por un deber por el otro. Da al otro auténticamente ayuda material y acompaña con el buen consejo –auxilia et consilia- y lo hace a pesar de las adversidades y corriendo riesgos. Es decir, es un amor probado por las dificultades y crisis, donde ha mostrado que es verdadero porque el amigo ha puesto en peligro su propio bien. En esta ocasión, el amigo no entrega todo al otro, incluso en su perjuicio, sino que está dispuesto a ponerlo en riesgo para ayudar, consolar, aconsejar y acompañar al otro. 

No es tampoco fácil que exista tal tipo de amor y Don Juan Manuel duda de si alguna vez ha tenido él mismo un amor semejante. Finalmente reconoce que, tras cincuenta años de vida, hay solo una persona de la que pueda decir que es un amigo de amor verdadero, pero no desvela su nombre por no suscitar envidias y por no delatarse el tipo de relación que él mismo mantiene con muchos, que no es de amor verdadero. Tampoco la relación con su hijo es de este tipo. La sinceridad de Don Juan Manuel no es solo dura con casi todas las relaciones y amistades que ha mantenido a lo largo de su vida, sino consigo mismo. Es terrible decirse a uno mismo que nunca ha amado plenamente y que solo con una persona sostiene un amor verdadero. 

Es tan excepcional y difícil alcanzar el amor –siquiera el verdadero- que Don Juan aconseja a su hijo Ferrando que cuando halle a un amigo así, sea fiel y lo cuide y busque hacer por el otro tanto más como el otro hizo por él. Es un don divino que se debe agradecer. 

Solo el amor puede saber de verdad y Don Juan Manuel tiene suficiente lucidez para reconocer que, al no haber amado de ese modo pleno, hay sombras que le impiden alcanzar la sabiduría y la plena felicidad. No oculta a su hijo Ferrando ese hecho ni su derrota en la aventura de amar. Don Juan Manuel vivió desde niño cómo el poder deshacía su familia. Su tío Alfonso luchó contra su padre Manuel y asesinó a su otro tío. Él mismo tuvo que vivir luchando contra parientes que le disputaban violentamente las posesiones que le permitían mantener su posición social. ¿Explica eso que no haya experimentado el amor pleno ni verdadero dentro de su familia? En el libro advierte duramente contra los deberes que exige ser pariente y llama a no engañarse: ser familiar no significa amar, sino que, en su experiencia, está sujeto a tales tensiones del poder y propiedades, que suele alterar las relaciones a mucho menos que amor. 

¿Quería que el propio Ferrando aplicara esa sospecha a su propia relación filial con él? Muy posiblemente estaba aconsejando a su hijo para que fuera cauto con sus propias decisiones aunque fuera su padre, y en el momento que estaba escribiendo eso no solamente estaba poniéndose a sí mismo en riesgo, sino que se estaba perjudicando por amor a su hijo. Quizás un asomo del amor cumplido que nunca había podido alcanzar. El Libro que escribe es infinido, inacabado, porque para Don Juan Manuel solo el verdadero amor tiene la última palabra. 


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