Úbeda, Jorge: La infancia y el filósofo. Entrada y salida de la perplejidad presente. Encuentro, Madrid, 2012. 191 páginas. Comentario realizado por Olga Belmonte.
La infancia y el filósofo es el primer libro de Jorge Úbeda, Director académico de la Escuela de Filosofía (Madrid). En él señala que la filosofía se ha ocupado de la existencia humana tomando como referencia al hombre adulto y presentando la muerte como punto de partida y límite de la reflexión. Hasta ahora no se ha atendido suficientemente a la infancia y el nacimiento, como señala el profesor Miguel García-Baró en el prólogo.
El asombro que dio origen a la Filosofía ha dado paso a la perplejidad, que surge en situaciones de crisis. El capítulo 1 muestra cómo la crisis de la filosofía tradicional se ha producido en tres áreas: la crisis de los fundamentos de las ciencias formales, la crisis de la concepción moderna de sujeto y la crisis de la noción de Estado surgida en la Ilustración. Quizá esta situación sea fruto de una concepción del sujeto que ha resultado ser limitada e insuficiente.
Esta obra señala el reto que la filosofía no ha asumido todavía: pensar con toda radicalidad el nacimiento y la infancia. Precisamente la infancia es el momento en que vivimos los acontecimientos que nos harán ser lo que somos en la vida adulta. Para mostrar la necesidad de este análisis, el profesor Úbeda ofrece un breve y sencillo recorrido por el pensamiento de algunos autores de la Historia de la filosofía, evidenciando las lagunas respecto de su tratamiento filosófico de la infancia.
En este sentido, vemos cómo para Descartes (cap. 2) en la infancia se vive desde los prejuicios heredados, que solo en la vida adulta se superan, si se cuestionan. Comprende la madurez como la entrada en el ámbito de la libertad y la verdad. En cambio Rousseau (cap. 3) ve en el niño la expresión de la voz de la naturaleza, que la educación debe preservar. De nuevo Kant (cap. 4) hablará de la infancia como el momento en que el hombre es incapaz de valerse por sí mismo: el niño depende de otros para razonar. Finalmente Nietzsche (cap. 5) entenderá que el niño representa el juego, la libertad creativa, el sí a la vida. El niño no carga con el peso de la tradición, sino que la olvida, para poder crear algo nuevo y de esa forma, crearse a sí mismo.
En un segundo momento se presenta la fenomenología (cap. 6) como una corriente que sí permite explorar con rigor el mundo de la infancia. En ella se entiende que la mirada del niño es la más adecuada para la vida filosófica, pues atiende a la realidad viviéndola tal y como acontece (y no de acuerdo con visiones heredadas). Éste es el primer paso que el hombre adulto debe dar (en una segunda infancia) si quiere revisar las ideas y las creencias que están en la base de sus acciones.
La actitud fenomenológica se convierte en un imperativo ético: debo saber quién soy (en qué creo, qué sé…), para dar razón de mis acciones. Aunque el profesor Úbeda considera que la fenomenología ha perdido su preocupación inicial por el mundo de la vida, creemos que la fenomenología ofrece hoy grandes ensayos que describen los acontecimientos y las raíces fundamentales de la existencia humana, de la mano de filósofos como Miguel García-Baró, Agustín Serrano de Haro o J.-Y. Lacoste.
Finalmente se nos presenta la filosofía de Platón como una alternativa para, en diálogo con la fenomenología, ensayar una nueva aproximación a la infancia (cap. 7). Atender a la infancia no es simplemente añadir un tema más a la reflexión filosófica, sino que supone un cambio en el modo de concebir la existencia humana y, por tanto, la vida filosófica. El reto queda planteado, esperemos que el propio autor se embarque, en un futuro, en la tarea de navegarlo.
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