Martin Buber (1878-1966), filósofo austríaco/israelí, famoso por su pensamiento de corte existencialista y por su filosofía de diálogo, escribía esta obra en 1962. Sus palabras no pueden tener mayor actualidad.
"Dios es la más abrumadora de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan ensuciada, tan desgarrada. Precisamente por eso no puedo renunciar a ella. Generaciones de hombres han descargado sobre esa palabra el peso de sus vidas angustiadas y la han abatido hasta dar con ella en el suelo... Las razas humanas, con sus escisiones religiosas, han desgarrado esa palabra; han matado por ella y han muerto por ella... ¿Dónde podría encontrar una palabra parecida para expresar lo supremo? Si eligiera el concepto más puro y resplandeciente de la recóndita cámara de los tesoros de los filósofos, sólo podría recoger en él una imagen conceptual sin compromisos, pero no la presencia de aquél a quien las generaciones humanas han venerado o humillado con sus pavorosas vidas y muertes... Aquél a quien aluden las generaciones de los hombres que con tormentos infernales golpean las puertas del cielo..., dibujan caricaturas y escriben debajo "Dios". Se asesinan unos a otros y dicen: "en nombre de Dios".
"Dios es la más abrumadora de todas las palabras humanas. Ninguna ha sido tan ensuciada, tan desgarrada. Precisamente por eso no puedo renunciar a ella. Generaciones de hombres han descargado sobre esa palabra el peso de sus vidas angustiadas y la han abatido hasta dar con ella en el suelo... Las razas humanas, con sus escisiones religiosas, han desgarrado esa palabra; han matado por ella y han muerto por ella... ¿Dónde podría encontrar una palabra parecida para expresar lo supremo? Si eligiera el concepto más puro y resplandeciente de la recóndita cámara de los tesoros de los filósofos, sólo podría recoger en él una imagen conceptual sin compromisos, pero no la presencia de aquél a quien las generaciones humanas han venerado o humillado con sus pavorosas vidas y muertes... Aquél a quien aluden las generaciones de los hombres que con tormentos infernales golpean las puertas del cielo..., dibujan caricaturas y escriben debajo "Dios". Se asesinan unos a otros y dicen: "en nombre de Dios".
Pero cuando todo desvarío y todo engaño se desvanece, cuando se enfrentan a él en la aislada oscuridad y ya no dicen "él, él", sino que suspiran "tú, tú", cuando gritan "tú", cuando todos ellos dicen esa misma palabra y añaden luego "Dios", ¿no es el verdadero Dios aquél a quien invocan, el único Viviente, el Dios de los hijos de los hombres? ¿No es Él acaso el que escucha y presta oído atento? Y sólo por eso, ¿no es precisamente la palabra Dios, la palabra de la invocación, la palabra convertida en nombre consagrado para siempre en todos los idiomas humanos? Debemos estimar a los que la evitan porque se rebelan contra la injusticia y la arbitrariedad, tan prontamente remitidas a Dios en busca de su autorización. Pero no podemos renunciar a ella... No podemos limpiar la palabra Dios y devolverle su integridad. Pero sí podemos, manchada y desgarrada como está, alzar esa palabra del suelo y enarbolarla sobre una hora de máxima zozobra".