Sánchez Adalid, Jesús: Y de repente, Teresa. Ediciones B, Barcelona, 2014. 576 páginas. Comentario realizado por Jesús Ángel Rodríguez.
Aves de presa sobre los campos de Illescas
Este es el título del primer capítulo del libro. Muy hábilmente el autor decidió que su novela estuviera centrada en los problemas con la Inquisición que tuvo santa Teresa de Jesús. Es su faceta menos conocida, y resulta incomprensible al lector del siglo XXI que una santa nombrada “Doctora de la Iglesia” fuera puesta en entredicho por el Santo Oficio. Y es que no eran buenos tiempos para innovaciones. Reinaba Felipe II, que fue un gran impulsor de la “defensa de la verdadera fe” en contra de protestantes, judíos y musulmanes. Es cierto que se dieron algunos episodios de “alumbradismos”, gente sin escrúpulos que, sirviéndose de la buena fe y de la escasa cultura de la época, se aprovechaba de la gente con falsos milagros. Es una época de grandes supersticiones, incluidos reyes y príncipes, cuanto más el pueblo llano era pasto de estos maleantes.
A mediados del siglo XVI, que una monja se pusiera manos a la obra a reformar el Carmelo, volviendo a las esencias y a la pobreza, y que hablara de meditación y de contemplación se hacía muy cuesta arriba a estos defensores de la fe. Esos mismos “defensores” que habían encerrado a fray Luis de León por traducir el Cantar de los Cantares a lengua romance y al arzobispo de Toledo, Bartolomé de Carranza, al acusarlo de hereje. Una Inquisición que puso entre su catálogo de libros prohibidos obras de fray Luis de Granada, san Juan de Ávila (también doctor de la Iglesia) o san Francisco de Borja.