Polanco, Juan Alfonso de: Vida de Ignacio de Loyola. Mensajero - Sal Terrae - UPCo, Bilbao - Santander - Madrid, 2021. 224 páginas. Colección Manresa nº 79. Edición de Eduardo Javier Alonso Romo. Comentario realizado por Enrique García Hernán.
Una de las fuentes apenas usada por los estudiosos de Ignacio de
Loyola es su Diario Espiritual, acaso por la dificultad que
entraña contextualizarlo. Pocos han tratado de considerarlo
como fuente histórica, arrinconado en el arrabal exclusivista de la mística y de la teología. Si admitimos que Ignacio es –dada la escasez del
material documental propio– un enigma histórico, esta fuente es quizá la
más importante. Hay ahí términos que no han pasado a la Compañía de
Jesús, pero que son claramente ignacianos, y acontecimientos históricos
de su alma –día, mes y año– que no se han encuadrado en ninguna biografía. Él anota sus encuentros íntimos con Dios, sus recuerdos –“acordándome de lo pasado”–, sus anhelos más profundos, como acertar en
las Constituciones con “seguridad de ánima” o buscando la “íntegra
seguridad”. Mucho se puede decir sobre la intencionalidad con que lo
escribe.
Todas las fuentes tienen una intencionalidad, así la biografía más autorizada y antigua es la Carta de Laínez de 1547, que fue dictada al padre
Salmerón en pleno debate conciliar tridentino sobre el sacramento de la
penitencia y de la que solo tenemos copia. Por otro lado, algunos puntos
del Diario Espiritual, especialmente [De 52, 54, 67, 87, 121-122], tienen
relación con números de la Autobiografía [Au 30, 29, 96, 29, 99 respectivamente], por lo que ya se vislumbra cierta intencionalidad de conexión
entre uno y otro. Por su parte, la Carta de Laínez (n. 59) trata de justificar
el conocimiento de Dios vía interior de Ignacio apoyándose en la autoridad del teólogo controversista franciscano Gaspar Shatzgeyer. Ignacio le
dice que de las cosas de Dios sabe más passive que active, “lo cual personas que contemplan, como Sagero, ponen en el último grado de perfección”. Pero también hay intencionalidad en Juan Alonso de Polanco cuando en 1548 escribe el Sumario de la vida de Ignacio, que es en realidad una historia de la Compañía en 170 puntos. El trasfondo de todo ello es el “nombre de la Compañía y modo cómo se hizo y confirmó”. Afirma que “de informaciones y escrituras de los mismos padres de la Compañía he podido saber…”. Pero también Juan Alfonso de Polanco escribe una Vida de Ignacio en latín hacia 1573 muy poco conocida, que se puede considerar hoy “nueva”.
Acaba de salir a la luz la Vida de Ignacio de Loyola, de Juan Alfonso de Polanco, traducida al castellano y anotada por nuestro admirado y llorado amigo Eduardo Javier Alonso Romo. Nuestro compañero se había doctorado en filología portuguesa en 1998 con una tesis sobre Los escritos portugueses de San Francisco Javier. Era profesor de la Universidad de Salamanca. Le conocí con ocasión del congreso sobre Francisco de Borja y su tiempo, con un artículo precioso sobre Borja y Simón Rodríguez (E. J. Alonso Romo: “Francisco de Borja y Simao Rodrigues: dos coetáneos frente a frente”,
en Enrique García Hernán - María del Pilar Ryan (coord.): Francisco de Borja y su tiempo. Política, religión y cultura en la Edad Moderna. Albatros: Institutum Historicum Societatis Iesu,
Valencia-Roma, 2011, 269-284). Participó en un seminario que yo organizaba sobre España y el Norte de Europa. Su contribución fue sobre Dos jesuitas portugueses ante Cristina de Suecia. Abordó la influencia que tuvieron algunos jesuitas portugueses en el proceso de conversión de la reina Cristina al catolicismo, en especial António Macedo, capellán de la legación de Portugal en Estocolmo (1650-1651), y luego en Roma, con António Vieira (1673-1674); y también trató de otros jesuitas que Cristina conoció (E. J. Alonso Romo: “Seminario: La contribución religiosa y cultural de los jesuitas iberoamericanos en el Norte y Centro de Europa”, en Tiempos modernos: Revista Electrónica de Historia Moderna, 8/29 (2014) 4 págs). Me di cuenta enseguida de que Eduardo Javier conocía muy bien la historia de los orígenes de la Compañía. Ya sabía de sus obras sobre dominicos y jesuitas, pero en conversaciones posteriores se notaba un conocimiento profundo de las fuentes, y le gustaba que habláramos de María de la Visitación, la que tanto influjo tuvo sobre Ignacio (E. J. Alonso Romo: “Una mística castellana en su contexto europeo, María de Santo Domingo”, en Teología espiritual, 171 (2013) 385-396). Ahora bien, lo que dominaba como nadie era Simón Rodríguez y también Polanco. No sabía yo entonces que preparaba la edición de la Vida de Polanco (E. J. Alonso Romo: “Dominicos peninsulares amigos de los jesuitas: gestos y textos, 1540-
1580 (I-II)”, en Archivo Dominicano 26 (2005) 75-101; 27 (2006) 117-142). Su temprana muerte en 2014 supone un golpe a los estudios ignacianos. Ahora, gracias al esfuerzo de García de Castro, en agradecimiento y homenaje, sale este proyecto de Eduardo Javier en el que trabajó sus últimos años; por tanto, es una obra póstuma.
Ante todo hay que agradecer a la Colección “Manresa” (n. 79) esta publicación, así como a José García de Castro por su introducción y el apéndice con la carta polanquiana sobre la muerte de Ignacio. Se nota que todas sus páginas están escritas con amor, se cuida el detalle, hay notas heroicas, dicen todo lo que se puede decir con las menos palabras posibles. Una “nueva” biografía es siempre bienvenida. La principal virtud de este libro es que facilita el acceso a una fuente hoy día difícil, tanto –como dice José García de Castro– porque el Chronicon –donde aparece esta biografía– no está en todas las bibliotecas, cuanto porque mucha gente no puede hoy día leer en latín. Así, pues, se trata de facilitar el acceso a un público general, no especializado. De haber querido mantener la opción de conservar el texto latino junto al castellano se hubieran conseguido lograr ambos objetivos (J. A. de Polanco: Vita Ignatii Loiolae et rerum Societatis Iesu historia, Tomos I-VI (1491-1556), Monumenta Historica Societatis Iesu (MHSI), Matriti 1894-1898).
La introducción de Cándido de Dalmases antigua también se ha traducido, así como sus notas, pero ya se había dado cuenta de la importancia de esta vida de Polanco el padre Leturia (P. Leturia: Nuevos datos sobre San Ignacio: la labor de Polanco y Nadal en los orígenes
de la biografía ignaciana a la luz de documentos inéditos. Mensajero del Corazón de Jesús, Bilbao, 1925). Lo que se agradece más son los añadidos de Alonso Romo en las notas, que aclaran y enriquecen el texto y el contexto; y lógicamente la bella traducción. Es verdad que todo libro tiene su historia, y este la tiene doblemente. Primero, el contexto en el que lo escribe Polanco tiene su “momentum”. El otro es una vez ya editado el Chronicon por Monumenta, me refiero al proceso por el cual llegamos a que hoy día tengamos en nuestras manos este libro, algo bien explicado en la Introducción.
Polanco escribe este texto hacia 1573, en una situación personal complicada. Sería fundamental recuperar las cartas de su período como Vicario General tras la muerte de Borja hasta que deja la secretaría. De sobra conocido es el ambiente pantanoso que rodea esta elección, y cómo –por resumir brevemente– el golpe contra la Compañía de Jesús fue a parar en la cabeza de Polanco, que cayó como víctima (J. W. Padberg, “The Third General Congregation, 1573”, en Thomas M. McCoog: The Mercurian Project. Forming Jesuit Culture. Roma, 2004, 49-76). El tema más espinoso es la defensa de las Constituciones. La Tercera Congregación General hereda el problema creado por la diversidad de textos en castellano y en latín. Por otro lado está el hecho de que apenas se sabe nada de la vida de Ignacio. Existe la versión latina de las Constituciones y la versión latina de la vida de Ignacio de Ribadeneira. Solo los muy enterados saben que existe un Diario Espiritual de Ignacio de 1544-45, una Carta de Laínez de 1547, un Sumario en español de Polanco de la vida de Ignacio en 1548, y por último una presunta Autobiografía de 1555. Con estas cuatro fuentes hay que manejarse según el orden cronológico, pero sobre todo según la autoridad, y evidentemente lo más importante históricamente es el Diario Espiritual, por cuanto no cabe duda en absoluto de la originalidad y autenticidad ignaciana. Por tanto, lo primero que hay que aclarar es cuánto del Diario se traslada a las tres siguientes fuentes. Cada una de estas fuentes tiene su intencionalidad. Dejando de lado esto, lo que interesa es el proceso de reconstrucción biográfica y su relación con el problema de las Constituciones. No es momento ahora de menudear en cada aspecto, pero sí aclarar que Polanco utiliza las cuatro fuentes –no exento de contradicciones– para la redacción de 1573 con una intencionalidad clarísima: defender la paternidad ignaciana de las Constituciones. Se puede objetar que esto es una constante en las fuentes citadas. Es evidente en el Diario Espiritual, y también en la Carta de Laínez –número 49– porque discuten todos en Roma –él afirma que en 1538– las famosas deliberaciones “de artículo en artículo… sin discrepar ninguno”, y en el punto 59 se deduce que conoce la existencia del Diario Espiritual. Pero también es objetivo de la Autobiografía, porque Cámara en su último punto dice que le pide ver las Constituciones y no le deja, aunque sí ve la parte del Diario que hace referencia a las visiones que confirman las Constituciones. Este es, por tanto, uno de los objetivos de la Autobiografía –acaso el más importante–, porque aparece justo al final como resumen de todo. En cuanto al Sumario de 1548, aparece sobre todo la información de la Carta de Laínez, y también parte del Diario Espiritual. La diferencia esencial entre el Sumario y la Vida polanquianos es que en el primero no necesita citar expresamente las Constituciones, mientras que en el segundo no pierde ocasión de hacerlo, acaso porque se siente postergado.
El Decreto 23 de la Congregación General Tercera establece la inviolabilidad de las Constituciones, deben quedar intocables tal como las entregó Ignacio. Pero, se preguntan todos: ¿Cuáles? Para solucionar esto el Decreto 26 establece una comisión para comparar las dos versiones latinas –con diferencias muy importantes entre sí– con la castellana, presuntamente autógrafa de Ignacio (pero hay tres versiones). El problema que tienen es que las dos versiones latinas son tan distintas que quieren determinar cuál es la que se considera la verdadera en relación a la española, toda vez que ni está impresa ni es accesible generalmente. Una comisión elegida por el general –abierta a recibir cualquier sugerencia– debe estudiar el asunto. En principio se inclinan a que la segunda versión latina (Decreto 34) es la más común y usada por todos y la más parecida a la española, y al mismo tiempo deciden conservar intangible la versión española. Los comisionados son Diego Miró, Miguel Gobierno, Pedro Ribadeneira, Paul Hoffaeus, Dionisio Vázquez y Antonio Possevio. Así Polanco, que ha sido la mano derecha de Ignacio en la elaboración de las Constituciones y vicario general en una situación delicadísima, queda excluido.
Él tiene ahora algo que decir, no se va a quedar callado sin más. Así que aprovecha su Sumario y va añadiendo básicamente dos intencionalidades. La primera, la extrema ortodoxia de Ignacio –antiluterano, antierasmista y antivivesiano, sin nada de raza hebrea, y una Compañía de Jesús providencial como milicia– que también aparece en la Vida oficial de Ribadeneira de 1572 en latín y muy marcadamente en el texto de Simón Rodríguez, que domina perfectamente Alonso Romo (S. Rodríguez: Origen y progreso de la Compañía de Jesús, editado por Eduardo Javier Alonso Romo, Mensajero - Sal Terrae - Universidad Pontificia Comillas, Bilbao - Santander - Madrid, 2005). La segunda, que –no le duelen prendas a Polanco en decirlo– Paulo IV no entendió a Ignacio, pero la Iglesia aprobó la Compañía de Jesús y las Constituciones son una imagen viva de la vida de Ignacio (números 49, 56, 57 –tan controvertido sobre el tiempo de oración–, 110 –dice expresamente que las Constituciones las redactó Ignacio “de un modo mejor”–, 112 –mientras Ignacio viviese no se cambiarían–).
Ahora quiero referirme a algunas notas, brevemente, sobre la construcción del texto polanquiano. Lo primero que llama la atención es que aparece varias veces en el texto su propia autoridad, como “yo” (22, 97, 112). Así a veces hay (22) un “yo mismo le oí decir que en sus últimos diez y ocho o veinte años nunca se había confesado de vanagloria”. Como esto está en la Carta a Laínez (22) exactamente igual y como tal pasa al Sumario, evidentemente suplanta a Laínez. Lo importante es que este es el motivo para empezar la Autobiografía, acaso como recurso literario y acontecimiento ya conocido.
Dice que Ignacio nace en 1495, pero sin embargo en sus Efemérides –mejor informado– mantiene que es en 1493. Comete los mismos errores cronológicos de Laínez –salvo alguna excepción, como la estancia parisina–. Una de los más importantes es la cuestión de la serpiente con siete u ocho ojos (número 16). No está en la Carta de Laínez ni aparece en el Sumario (47). Como luego aparece en la Autobiografía pero como “cosa con muchos ojos… era el demonio” [Au 19], cabe pensar que Cámara –excluyendo la transmisión oral– lo vio en algún sitio. ¿De dónde lo saca? Ignacio no habla nunca del demonio, solo tentador (dos veces en el Diario y una en los Ejercicios), sin embargo, en la Autobiografía (dos veces) y en la Vita aparece como demonio. Este cambio es importante. Y respecto a la posible fuente de Cámara, la más cercana es el Diario Espiritual. Junto a esto está la Eximia Ilustración (22), que aparece en la Carta de Laínez (12), en la Autobiografía [Au 30], pero que toma primero del Diario Espiritual [De 52] –18 de febrero de 1544–. Por tanto, Polanco en 1573 sigue una nueva línea biográfica sobre el demonio (no tentador) e Ignacio que aparecen luego en los Ejercicios (dos veces) y en las Constituciones (dos veces).
Otro punto es la suavización del número 19 sobre que Ignacio fue ilustrado por el Señor de tal modo que podía enseñar a otros sin necesidad de aprender de la Escritura o de los doctores. Esto está en Diario Espiritual [De 52], también en la Carta de Laínez (14), pero vinculado con la Eximia Ilustración, como aparece luego en el Sumario (21) y luego en la Autobiografía [Au 29].
Otro asunto que llama la atención es la ausencia de María de la Visitación, pero sin embargo cita dos veces a Rosell, cosa que no aparece en la Autobiografía. Tampoco aparece Melchor Cano, porque retoca el episodio de Salamanca. Continúo este breve repaso con una palabra sobre la cuestión de Montmartre. Es un error (número 69) señalar que está en la Autobiografía 85, porque no está ahí. No, no está y es una ausencia incomprensible, dado que está en la Carta de Laínez (30), y el Sumario (55). Lo que hay que aclarar es el porqué de que no esté en la Autobiografía. Por último, la visión de la Storta (número 95). Esto aparece en la Autobiografía [Au 96], pero está ya en el Diario Espiritual [De 67] “memoria cuando el Padre me puso con el Hijo” –22 de febrero de 1544–. ¿Por qué no está en la Carta de Laínez? Hay silencios verdaderamente misteriosos que han pasado a la Compañía como hechos absolutos.
Respecto a la edición de la carta de Polanco del 6 de agosto de 1556, hay que agradecer a García de Castro su introducción e inclusión, así como la respuesta de Ribadeneira. Se da a conocer así un documento fundamental con el que se abre el proceso de glorificación de Ignacio. Habría que preguntarse si esta carta se llegó a presentar como prueba en el proceso de beatificación. Creo que habría que encuadrarla en el contexto de las cartas que envía Polanco el día de la muerte de Ignacio y hasta que escribe ésta, por lo que hay que acudir al libro de registro. Además sería bueno hacer una referencia a las Efemérides, porque allí recoge un resumen en nueve líneas de los últimos momentos de Ignacio, y confirma que su agonía fue de cuatro días y que se le hizo la autopsia. También nos dice que ocultaron la muerte de Ignacio al padre Laínez hasta el 4 de agosto, día en que fue elegido Vicario General –sin él saberlo tampoco–, el cual transfirió temporalmente “l’autorità” a Polanco y al padre Madrid. En este contexto escribe la carta dos días más tarde a los superiores de la Compañía para informar de la muerte de Ignacio. Es en realidad una de sus muchas cartas ex commissione, de hecho la misma en italiano se envía a los superiores de Italia. Esta se cree que va dirigida a Ribadeneira porque se conserva su contestación y se sigue el error de Alcázar de 1710, y lo que más llama la atención es que Ribadeneira en su Vida de Ignacio respecto a esta carta endulza el contenido y libera a Polanco de no haber estado presente en el último trance, que es el reproche que le hace en su contestación, porque él sí que hubiera estado presente. Ribadeneira dice en su Vida “hállanle casi espirando”, mientras que Polanco dice que él no estuvo presente, sino solo Madrid y Frusio. La muerte de Ignacio también la recoge en el libro de registros de cartas enviadas, así el 31 de julio, última carta enviada por comisión de Ignacio a los rectores de Italia, anota “hasta aquí por orden de nuestro bendito padre maestro Ignacio, que al último de julio Dios Nuestro Señor se llevó al cielo, y seguirá por orden de nuestro Padre Maestro Laynez, vicario”.
Desde mi punto de vista, lo más importante de esta carta con relación a la intención de la Vita de 1573 es que confirma a todos que Ignacio no quiso “ni nombrar sucesor, ni aun vicario, en tanto que se hará elección, ni cerrar las Constituciones, ni hacer otra demostración alguna”. Así, pues, se abría una lucha en 1556 sobre las Constituciones que se ventiló en 1581 en la IV Congregación General. Polanco entra en esa lucha en 1573 en la Congregación anterior precisamente mediante la Vita.
Ahora que estamos en el centenario de la conversión de Ignacio esta es una buena aportación. Y en la misma línea habría que recuperar alguna otra biografía. La del padre Paul Dudon (París, 1934) me parece la mejor de todas, a pesar de sus limitaciones. Se está insistiendo en el proceso de construcción de la santidad, y de Ignacio todavía queda mucho por decir. Hace falta una biografía espiritual nueva que asuma las aportaciones históricas de los últimos veinte años, diría que una especie de reconstrucción de su Diario Espiritual, que algún día alguien hará (R. García Mateo - J. Burrieza Sánchez: “«Yo te seré propicio en Roma». Ignacio de
Loyola, la santidad y la construcción del santo”, en Anuario de historia de la Iglesia, 29 (2020)
159-194). En este sentido, todavía sería una enorme aportación en este año la edición del volumen inédito de Pedro de Ribadeneira sobre la Historia de la Compañía de Jesús de las Provincias de España, al menos las dos preciosas páginas del “Glorioso tránsito del bienaventurado Padre Ignacio”.
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