Otón, Josep: La mística de la Palabra. Sal Terrae, Santander, 2014. 197 páginas. “El pozo de Siquén" 333. Comentario realizado por Antonio Guillén.
De ordinario, no entra en el campo propio de la revista Manresa recensionar libros que no sean expresamente de espiritualidad ignaciana. Pero, aunque el libro de Josep Otón no pertenece realmente a dicho contexto, sin embargo tiene algo que lo hace recomendable para él, y por esta razón está justificado hacer en este caso una excepción.
El autor es un laico que domina muy bien la teología actual y tiene también un saber actualizado de la Sagrada Escritura, en Antiguo y Nuevo Testamento. Miembro desde hace muchos años de un grupo de oración en alguna parroquia de Barcelona (“Comunidad de Betania”), es además un laico comprometido en la pastoral de jóvenes de diversas procedencias, y ello le ha aportado un lenguaje muy cercano, lleno de símbolos nuevos, para el hombre de hoy. De aquella sabiduría y de este lenguaje se beneficia claramente este libro.
Su composición es sencilla y clásica: 59 capítulos breves en los que se van desgranando, desde un orden lógico, los textos más conocidos del Génesis y del Evangelio, con el objetivo –como dice el autor– de “suscitar la reflexión, invitar a la contemplación y sustentar la acción”. Este resultado se logra de una manera notable. El autor sugiere, con razón, su aplicación inmediata para la meditación diaria y para la celebración litúrgica. Uno se atrevería a opinar que estamos, además, ante unos magníficos esquemas para fundamentar bíblicamente bien unas homilías dominicales centradas en Jesús y el Padre, de una manera actual y lúcida. Desde la espiritualidad ignaciana podríamos añadir incluso su utilidad evidente para ayudar a dar “puntos de oración”, con nuevos símbolos y un lenguaje moderno, en las cuatro Semanas de los Ejercicios de San Ignacio.
Un acierto reconocible de Josep Otón es no querer salirse en su enfoque de la tensión teológica entre el Misterio de Dios, que escapa a nuestra comprensión y supera la capacidad humana, y la “Palabra”, que lo ha hecho próximo y accesible a lo largo de tantas generaciones. Afirmar sólo lo primero dejaría sin suelo toda experiencia orante. Afirmar sólo lo segundo nos volvería a hacer caer (como ha ocurrido tantas veces) en confundir e identificar nuestras palabras con la Suya. La tensión entre estos dos polos es necesaria. En medio de ella avanza toda espiritualidad cristiana y, consiguientemente, también toda praxis cristiana comprometida. Eso sí –como añadiría San Ignacio–, “demandando en cada cristiano un discernimiento permanente”. Sin nombrarlo así, el autor de estas meditaciones lo sugiere y da a entender.
Los primeros capítulos del Génesis, aquí recogidos, nos describen lo que Otón llama “los principales problemas de la condición humana”, como son la aceptación del tiempo (“la pedagogía de Dios nos educa en la espera”) y la inflación del ego (“esto es, la prepotencia”), que es una grave distorsión de la realidad y de Dios, a la que la tradición bíblica llama acertadamente “pecado”. La similitud de estos capítulos con el “Principio y Fundamento” y la Primera Semana de los Ejercicios es evidente.
El libro continúa con la referencia al ministerio público de Jesús, significativamente iniciado con una fiesta, las bodas de Caná, a diferencia del de Juan Bautista. En todas las escenas, exactamente igual que en la Segunda Semana de los Ejercicios, la mirada se centra en la mediación excepcional de Jesús y en su predicación insistente en el perdón. En la presentación de su seguimiento, la soberbia y la humildad son afirmadas como los dos polos de dos caminos opuestos y enfrentados entre sí; uno como tentación y el otro como llamada. Un eco perfecto de lo que en la espiritualidad ignaciana se expresa con la parábola de las “Dos Banderas”.
El paralelismo con los Ejercicios no termina ahí, porque, al llegar a la presentación del Misterio Pascual, el autor no hace ningún subrayado en lo cruento ni en lo espectacular, como tampoco lo hacen los relatos de los evangelistas ni las contemplaciones ignacianas. En cambio, pone el énfasis en el “silencio elocuente” de Dios el Viernes Santo y en la “fecundidad” de la experiencia espiritual que significa la Resurrección. Es inevitable que a cualquier conocedor de los Ejercicios ignacianos le parecerá estar oyendo, con nuevas palabras, las consideraciones de San Ignacio en la Tercera Semana sobre “cómo la Divinidad se esconde”, y en la Cuarta, sobre “cómo la Divinidad se muestra ahora tan maravillosamente, en los verdaderos y santísimos efectos de la Resurrección”.
Tales paralelismos entre los Ejercicios y estas meditaciones orantes de la Palabra hacen especialmente interesante y valioso este libro para el lector ignaciano. Tienen en común la búsqueda incesante del Misterio Inefable que a la vez ha sido “Palabra”. El autor expresa la síntesis con el título de este libro, La mística de la Palabra, cuyo corolario (como también ocurre en los Ejercicios Espirituales ignacianos) es ponerse ante una Palabra que “requiere tiempo escucharla, acogerla, meditarla, entenderla, asimilarla, aplicarla y transmitirla”. Contribuir a esta tarea es lo que ha pretendido ofrecer Josep Otón, con acierto y originalidad, en este libro. La ayuda para el que pretenda dar Ejercicios sirviéndose de él, puede ser grande.
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