Sampedro, José Luis: La sonrisa etrusca. Alfaguara, Barcelona, 2009 (edición original de 1985). 360 páginas. Comentario realizado por Paco Alonso.
Al conocer la noticia de la
muerte de José Luis Sampedro, he vuelto a releer La sonrisa etrusca y he
descubierto, ahora con ojos de abuelo, otra lectura que quiero compartir y
ofrecer.
Salvatore, un campesino calabrés,
tiene que abandonar su pueblo, Rocassera, en el sur de Italia, para ir al
médico a Milán, al norte. Allí vive su hijo que se ha casado con Andrea, y
tienen un hijo, Brunettino, de trece meses. Un cáncer, al que llama la bicha y
Rusca (nombre de un hurón hembra que le regaló su amigo Ambrosio) le va
destruyendo. Pero a él no le importa y entabla una extraña amistad con Rusca.
Salvatore, cascarrabias, arisco,
gruñón, el viejo partisano enfrentado con su enemigo Cantattone y que se queja
de todo, especialmente de su nuera Andrea, poco a poco cambia su corazón y
derrama ternura gracias a su nieto Brunettino.
El abuelo sabe que está llegando
al final de su vida y no pretende dar pena de su situación. La enfermedad le
hace abrirse a un mundo nuevo con el corazón. Su nieto es quien cambia los
sentimientos, el que le inspira una ternura hasta entonces desconocida para él
y que le va a llevar a replantearse su retrógrada virilidad. Se pone a gatas
con él, le pone a horcajadas sobre sus hombros, le acompaña en sus primeros pasos,
pasa las noches al lado de su cuna ocultándose de sus padres, le cuenta en sus
monólogos las historias de su pueblo, sus amores, sus hazañas. El abuelo
querría volver a su pueblo, a vivir su vida, pero necesita del nieto: “me quedo
en Milán porque te necesito, sin ti me derrumbaría”.
Nunca pensó que un rudo
campesino, partisano, fuera capaz de emocionarse y llorar por algo que sólo
comprendería una abuela.