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miércoles, 27 de enero de 2016

Joseph Roth y Stefan Zweig; Ser amigo mío es funesto. Por Fátima Uríbarri

Roth, Joseph y Zweig, Stefan: Ser amigo mío es funesto. Correspondencia (1927-1938). Acantilado, Madrid, 2014. 425 páginas. Edición de Madeleine Rietra y Rainer Joachim Siegel. Epílogo de Heinz Lunzer. Traducción de Joan Fontcuberta y Eduardo Gil Bera. Comentario realizado por Fátima Uríbarri.


Durante doce años, de 1927 a 1938, Joseph Roth y Stefan Zweig se cartearon de una manera más o menos constante. Su correspondencia, recogida en el libro Ser amigo mío es funesto, es de lo más interesante desde varios puntos de vista: porque permite conocer a dos de los más grandes escritores del siglo XX de una manera íntima y en un momento, además, especialmente convulso de sus vidas. Ambos eran judíos y padecieron el cerco diabólico del nazismo; en su acertada lucidez, Roth calificó a la Alemania de Hitler como «la filial del infierno en la tierra».

A través de estas cartas se transparentan dos personalidades opuestas: Joseph Roth es un hombre de vida desordenada, caótica, derrochador, alcohólico, depresivo, en una batalla constante contra una adversidad contra la que se da de topetazos. Stefan Zweig, sin embargo, es un hombre ordenado, escrupuloso, rico, generoso, optimista, sereno…

Joseph Roth (1849-1939) había nacido en Brody en la Galitzia oriental. Su infancia fue esforzada: lo crió su madre sola y para destacar y salir adelante el niño Roth tuvo que conseguir las mejores calificaciones. Las consiguió. Fue a la universidad, pero abandonó los estudios para enrolarse voluntario en el ejército y combatir en la Primera Guerra Mundial. Era un hombre protestón, combativo, y a la vez un defensor del imperio Austrohúngaro y de la monarquía; nació judío, pero se hizo católico. Fue un periodista brillante, peleón. Y un gran novelista, autor de, entre otras obras, La marcha Radetzky, Job y La leyenda del santo bebedor.