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miércoles, 20 de febrero de 2019

Manuel Castells: Ruptura. Por Santi Torres Rocaginé

Castells, Manuel: Ruptura. La crisis de la democracia liberal. Alianza Editorial, Madrid, 2017. 136 páginas. Comentario realizado por Santi Torres Rocaginé.

"Soplan vientos malignos en el planeta azul. Nuestras vidas titubean en el torbellino de múltiples crisis”. Así empieza el libro del profesor Manuel Castells. A caballo de diferentes universidades de todo el mundo, Castells posee dos virtudes que se reflejan en este libro: la del buen observador y poseedor de multitud de datos en los que basar sus argumentaciones, y la del buen escritor capaz de transmitir en escasamente cien páginas, un diagnóstico comprensible sobre el presente de nuestra democracia liberal. El autor no se conforma con los síntomas, y hace bien, pues de los síntomas damos buena cuenta cada mañana al entrar en las redes, al abrir cualquier periódico o al encender la radio y la televisión. Síntomas mezclados con una enorme e indigerible cantidad de información no siempre verídica. Es trabajo del científico despejar el horizonte y estirar de ellos hacia abajo buscando, en palabras del autor, las “raíces de la ira”: la crisis de la legitimidad política, el terrorismo global y la rebelión de las masas. 

Para abordar la primera causa parte de un dato: “Más de dos tercios de las personas en el planeta piensan que los políticos no nos representan”, algo que en una democracia que se define como representativa se traduce en una grave crisis de legitimidad. Para explicar este fenómeno, Castells recurre, como ya hizo en su trilogía La era de la información, a contrastar el carácter estatal de nuestras democracias liberales con la crisis de estos mismos estados debido a la globalización. Se extiende la percepción de que los políticos ya no deciden aquello que resulta fundamental para la vida de las personas, lo que los aleja progresivamente de los ciudadanos y los encierra en dinámicas de poder dentro de sus burocratizados partidos. Eso se agrava en casos como el de España, donde la corrupción no ha hecho sino actuar sobre esta imagen de ineficiencia minando aún más si cabe la confianza en partidos y representantes políticos.