jueves, 3 de mayo de 2012

Benedicto XVI: Deus caritas est. Por Chema Martín

Benedicto XVI: Deus caritas est. Dios es amor. Edic. San Pablo, Madrid, 2005. 88 páginas. Comentario realizado por Chema Martín.

Chema Martín, el autor de este comentario, es sacerdote religioso de la Orden de San Agustín (osa). Entre otras muchas tareas que realiza, trabaja como coadjutor de la parroquia Santa María de la Esperanza de Madrid y como profesor en el colegio Valdeluz, que regenta la orden agustiniana. Desde aquí mi agradecimiento por implicarse en este blog con la redacción de este su primer comentario. (Nota del administrador)

La caridad es el distintivo del cristiano
San Juan nos dice: Dios Padre es amor (1 Jn 4, 8.16). Este es el título de la primera encíclica de Benedicto XVI, publicada el 25 de diciembre de 2005, el primer año de su pontificado. El documento pontificio fue recibido con gran entusiasmo y fue valorado unánimemente de forma positiva en todos los ambientes. En él nos explicaba cuál es la misión de Cáritas y el compromiso social que todo cristiano debe asumir desde el seguimiento de Jesucristo.

La encíclica del “Papa teólogo”, Joseph Ratzinger, sorprendió por su contenido, por la sencillez de la exposición y, al mismo tiempo, por la profundidad con la que aborda el tema del amor. Abunda en ella una visión positiva y esperanzada de la naturaleza humana, a la vez que advierte del peligro que se cierne sobre el hombre cuando el desamor y la inhumanidad reinan en el mundo. Por primera vez en una encíclica, se citan autores procedentes del mundo filosófico y cultural, y se valoran sus aportaciones.

La encíclica consta de dos partes. La primera lleva por título “La unidad del amor en la creación y en la historia de la salvación”. La segunda, “Cáritas, el ejercicio del amor por parte de la Iglesia como comunidad de amor”. Es decir, primero se ponen los fundamentos de lo que debemos entender por amor, el problema del lenguaje, la diferencia y unidad entre “eros” y “ágape”, la novedad de la fe bíblica. Se pasa después a presentar a Jesucristo como “el amor de Dios encarnado”, para subrayar después que amor a Dios y al prójimo deben ir unidos. En la segunda mitad de la encíclica (del número 19 al 42), se presenta la caridad como tarea primordial de la Iglesia, dando por hecho que, para que pueda ejercerse la caridad, antes tiene que haber justicia. Se pone de manifiesto cuál es el perfil específico de la actividad caritativa de la Iglesia y se señalan los responsables de esta acción caritativa. 

El amor cristiano es “ágape”, gratuito y entregado
La mejor definición de quién es Dios nos la aporta san Juan: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16). El cristiano expresa la opción fundamental de su vida en que ha creído en el amor de Dios. “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona que da un nuevo horizonte a la vida”. El que ha tenido experiencia de Jesucristo ha visto transformada su vida.
Después de reafirmar la dignidad del hombre, Benedicto XVI muestra el camino por el impulso radical (eros) por el que el hombre busca la plenitud de la vida, encuentra su forma verdadera y madura, libre de injusticias, en la caridad (ágape), con la que se quiere de modo definitivo y con todas las fuerzas el bien de la persona humana. El amor cristiano es ágape, amor gratuito, que no consiste en la posesión del otro, sino en la entrega y el sacrificio por el otro. Ágape es, en primer lugar, un amor originario, que no nace en respuesta a otro amor previo. No es un amor de correspondencia. Así es el amor del Padre a su Hijo y a nosotros. Él es la fuente primordial del amor. “Él nos amó primero” (1 Jn 4,19). Si queremos ser como nuestro Padre celestial, no esperemos a que nos amen para ofrecer nuestro amor. Ágape es un amor desinteresado que no busca adquirir nada con el amor sino comunicar lo que es y lo que tiene. Al amar se confiere valor a aquello que se ama.
Joseph Ratzinger, Benedicto XVI
Ágape es un amor universal que, a través de su Hijo, llega a todos. Si el amor de Dios es inclusivo, ¿puede ser el nuestro exclusivo? Amar es entregarse, es preocuparse por el otro y ocuparse del otro. El amor que viene de Dios abraza lo humano y lo conduce a su realización más verdadera, porque hay una unidad profunda entre el Evangelio y el hombre. Jesús ha unido el mandamiento del amor a Dios con el amor al prójimo. Amar al “próximo” es la respuesta al don del amor de Dios. No se trata de un amor posesivo, sino oblativo, “ser para el otro”. Pero quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don.
La mejor noticia que el hombre ha recibido es que Dios le ama personalmente. Su amor está por encima de su justicia. Es un amor apasionado, que perdona, que acude en persona en búsqueda de la oveja perdida. Jesús ha perpetuado el acto de entrega en la institución de la Eucaristía. En ella se aprende a mirar a los otros no solo con los propios ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo, que llevó a cabo la realización máxima del amor en el corazón humano, que llegó hasta la muerte en la cruz. El Papa concluye con estas palabras la primera parte: “El amor crece a través del amor. El amor es «divino» porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos trasforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea «todo para todos»”.

El amor-caridad siempre será necesario
Dios nos pide una preferencia: el “amor preferencial por los pobres”. He de preguntarme qué tiempo les dedico, qué recursos económicos les ofrezco, qué nivel de austeridad me exijo, qué cualidades pongo a su servicio, qué aprendo en mi relación con ellos. Todos somos iguales, pero algunos (ellos) son “más desiguales que otros”. El evangelio me pide que sean “más iguales”. Para la Iglesia, ha subrayado el Papa Benedicto XVI, la caridad no es una especie de actividad de asistencia social que se podría dejar a otros, sino que pertenece a su naturaleza y a su esencia. El cristiano tiene que luchar por la justicia, por el orden justo de la sociedad. El amor-caridad siempre será necesario incluso en una sociedad más justa. Siempre es necesaria la atención personal, el consuelo y el cuidado de la persona. Los que dedican su tiempo a los demás en las instituciones caritativas de la Iglesia deben “realizar su misión con destreza, pero deben distinguirse por su dedicación al otro, con una atención que sale del corazón, para que el otro experimente su riqueza de humanidad” (nº 31). El necesitado, pobre en todos los sentidos, tiene nombre y apellidos, no es un número, necesita que le escuchen y, sobre todo, que le quieran. El himno a la caridad (1 Corintios, 13) es la Carta Magna de todo servicio eclesial. Es el amor por el hombre, que se alimenta en el encuentro con Cristo. 



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