García, José A.: Ventanas que dan a Dios. Experiencia humana y experiencia espiritual. Sal Terrae, Santander, 2011. Colección «El Pozo de Siquem» 279. 269 págs. Comentario realizado por Antonio Guillén.
Antonio Guillén es, a juicio de los que le conocen bien, y por este orden, buena persona, jesuita y valenciano. Teólogo y economista, actualmente es el Instructor de Tercera Probación ("segundo noviciado") de la Compañía de Jesús en España, y gran especialista en los Ejercicios Espirituales de san Ignacio. Desde aquí nuestro agradecimiento por su magnífica colaboración en este blog. (Nota del administrador.)
“¿Dónde está Dios?”, se
preguntaban los antiguos, casi desde el inicio de su primera reflexión. “¿Dónde
está Dios?”, se pregunta el hombre moderno, mucho más cansado que aquel de las
preguntas de sentido, pero igualmente necesitado de respondérselas para poder
ser feliz. ¿Cómo descubrir a Dios en medio de una realidad, a veces tan absurda
y desapacible? ¿Cómo encontrarlo en el tiempo tan limitado de vida que a cada
uno nos es dado? La pregunta no desaparece en ninguna cultura, a lo largo de
los siglos, ni dejar de hacérsela aporta el más mínimo sentido a una existencia
humana vivida con honestidad. ¿Dónde está, cómo está y cómo encontrar al que
fundamenta el sentido de nuestras débiles existencias?
La historia de la espiritualidad
humana conserva multitud de respuestas a esta inquietud. Pero no raras veces,
el desgaste de las formulaciones antiguas y la consiguiente carga ideológica
que aquellas entonces adquieren, hacen necesario que cada cultura, con sus
planteamientos propios y con un nuevo lenguaje, aporte respuestas mejor
formuladas a la misma cuestión. Esa tarea de formulación en la cultura actual,
orada y pensada, es la que podemos y deseamos recibir de los maestros del
espíritu.
Una de esas respuestas oradas constituye
este libro. Su autor, José A. García –Toño–, jesuita, es uno de tales maestros
y uno de los teólogos más creativos que tenemos hoy en España. El sustrato de
su reflexión es la espiritualidad ignaciana (“en la que he vivido desde siempre
y a la que le debo lo mejor y más querido de mi vida”, como afirma en el
prólogo). A nadie le puede extrañar, por eso, que en cada uno de los capítulos
de este libro se vislumbre con nitidez algún momento del proceso de los
Ejercicios ignacianos.
¿Cómo perforar la realidad que
nos rodea, hasta encontrar dentro de ella la Presencia real de Dios? ¿Cuál
puede ser la lente especial para percibirla, más allá de la mirada plana que no
supone accesible esa Presencia? Como san Ignacio, también Toño pone en el
centro de la vida de fe la admiración y el agradecimiento. Porque la mirada que
es capaz de verlo todo como un don consigue romper los cerrojos aprisionantes
del Yo y se abre así a una sensibilidad
nueva. Toda experiencia humana se hace entonces espiritual.
El autor, Toño García. |
El autor, como san Ignacio,
encarece el uso ordenado de la memoria. Es decir, la conservación fiel de los
recuerdos de lo bueno recibido (más allá de las experiencias negativas de la
vida), para hacerlo fundamento de la síntesis confiada del creyente: “¡Pase lo
que pase, que me pase contigo, Señor!” No por casualidad, “traer la memoria” es,
en san Ignacio, el comienzo fundante y obligado de toda oración.
Estamos ante un gran libro, muy
recomendable para todos. Es cierto que algunos desarrollos del mismo deben ser
leídos sin prisas y detenidamente. Sus páginas parecen más adecuadas para una
relectura con hambre que para ser leídas de una sola vez. No es un libro que
hable de superficialidades o de trivialidades, sino de experiencias humanas hondas.
De un modo complementario, el autor ofrece también, en un epílogo, la síntesis
de vida espiritual de tres autores modernos, específicamente ignacianos:
Teilhard, Rahner y von Balthasar. Ello hace al conjunto más iluminador todavía.
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