miércoles, 12 de febrero de 2020

Victoria Camps: El declive de la ciudadanía. Por Severino Lázaro

Camps, Victoria: El declive de la ciudadanía. La construcción de una ética pública. PPC, Madrid, 2010, 192 páginas. Comentario realizado por Severino Lázaro.

En tiempos como los que vivimos de «crisis de todo» cabría esperar que la conciencia ciudadana de nuestras sociedades democráticas hubiera despertado y repuntado. Pero desgraciadamente no ha sido así, dirá nuestra autora, lo que confirma el problema de «desorientación» que en el ámbito ético arrastramos.

Para salir de esta situación, nada mejor que fijar un par de coordenadas, para saber dónde nos encontramos y, desde ahí, tener más claro por dónde debemos avanzar. ¿Dónde nos encontramos o vivimos a nivel ético? Vivimos desde hace años, por lo que a nuestro país se refiere, en el seno de una sociedad pluralista, en el que la única ética que podemos profesar, a nivel público, es lo que la autora llama una «ética sin atributos» (capítulo 1) o una «ética laica» (capítulo 5). Muy lejos de los tiempos en los que la ética de un grupo (cristianos) podía imponerse al resto. La sociedad de nuestros días tiene una matriz plural, ética, religiosamente hablando. A cada uno se le debe respetar su opción, en el foro privado, y escuchar su aportación, sobre la cosa pública. A todos se les debe exigir el consenso y el compromiso con una serie de valores irrenunciables sobre los que pivotará eso que llamamos «la ciudadanía».

El problema de nuestros días radica en la mayoría de edad de esta «ética sin atributos» o «ética laica» (capítulos 2 y 4), pues la emancipación de lo religioso y el afianzamiento de la democracia no han devenido en una auténtica «autonomía moral» sino en un «declive de la ciudadanía». La conquista de la libertad y de los derechos individuales, de la mano del capitalismo y de la sociedad del bienestar, han hecho de nosotros, no personas más comprometidas con nuestro mundo, sino personas egoístas y a las que cualquier clase de legislación u obligación ética les suena a imposición intolerable y amenaza a su libertad.

Para corregir esta «apatía» e «indiferencia» ética y ciudadana, la autora echa mano de una de las tradiciones de pensamiento alternativas al liberalismo: la tradición republicana (capítulo 3). Ésta, respetando la libertad y los derechos individuales sobre los que se apoya toda ética autónoma, sin embargo, no cree tan ciegamente como el liberalismo que un sistema democrático, dejado a su propio devenir, vaya a generar de forma automática ciudadanos democráticos; más bien piensa que esto solo se logrará desde una apuesta seria por la educación cívica.

¿Hacia dónde tenemos que caminar para invertir este declive de ciudadanía que padecemos? Camps lo tiene claro. Se necesita una gran alianza de todos los agentes sociales que intervienen en la socialización del niño, a favor de una educación cívica. Hacer ciudadanos sólo puede tener éxito si es una «responsabilidad compartida» de todos (capítulo 6). La autora va a dedicar un capítulo específico a tres de estos agentes: los mass media (capítulo 8), la familia (capítulo 9) e internet (capítulo 10), describiendo las encrucijadas éticas que cada uno tiene por delante.

¿Cuáles tienen que ser los contenidos de esta educación cívica? No pueden ser otros que los de un mínimo común ético (capítulo 7); un conjunto de valores que entroncados en la formulación de los derechos humanos, no pueden ser discutidos ni negociados. Se habla de libertad, de igualdad, de bien común… no es que tengamos una lista cerrada, ni mucho menos que se cumplan en todas las partes del mundo, pero lo que es claro es que no podemos volverles la espalda ni dejar de interrogarnos y comprometernos con ellos, pues los necesitamos para la construcción de «nuestro» mundo.

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