Arzubialde, Santiago: Ejercicios Espirituales de san Ignacio. Historia y análisis. Mensajero-Sal Terrae, Bilbao-Santander, 2009. 1.078 páginas. Colección Manresa, n. 1 (segunda edición). Comentario realizado por José García de Castro (Universidad Comillas, Madrid).
Hace tan sólo unos meses ha aparecido la segunda edición de este libro de Santiago Arzubialde, Ejercicios Espirituales. Historia y análisis. Dada la importancia que en su día tuvo la primera edición (1991) y lo que este libro ha venido significando en el estudio, la interpretación y también en la práctica de los Ejercicios en los últimos casi 20 años, creemos que una presentación detenida de este nuevo texto puede resultar de interés para muchas personas.
1. El autor en su trayectoria
El P. Santiago Arzubialde (San Sebastián, 1940) ha sido Profesor de Teología Espiritual en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid. Desde el año 1981 ha venido trabajando en el Instituto Universitario de Espiritualidad de dicha facultad, enriqueciendo a la institución con su labor docente, su tarea investigadora y la colaboración incondicional en los planteamientos y orientación del Instituto.
Desde los comienzos de su tarea universitaria, la espiritualidad ignaciana fue uno de sus principales ámbitos de estudio, en los que supo integrar la fidelidad a la exégesis del texto con la reflexión teológica contemporánea. Sus estudios aparecidos en la Revista Manresa sobre la «contemplación del nacimiento» (1983), las raíces de Teología Espiritual en la dos Banderas (1984), «Discernimiento, Unción del Espíritu y Discretio» (1998) o la lectura teológica de la aparición del Resucitado a Nuestra Señora (1992) son, entre otros, algunos títulos que dan prueba de ello. Es también el autor de una edición manual del texto autógrafo de los Ejercicios (Bilbao 1991) que ha venido reimprimiéndose a lo largo de todos estos años. Gran conocedor de las fuentes ignacianas, ofreció su principal aportación en el estudio sobre la influencia de la doctrina de Juan Casiano en los escritos de Ignacio de Loyola (Bilbao 1998), ámbito este, el patrístico, que le ha venido ocupando también en los últimos años de su investigación teológica.
2. El libro en su contexto
La colección Manresa. En el año 1991, con motivo del V centenario del nacimiento de San Ignacio de Loyola (Loyola 1491), echaba a andar esta colección de libros de espiritualidad ignaciana que dio en apellidarse «Manresa». Firmemente arraigada en la inspiración, creatividad y constancia del P. Ignacio Iglesias, veía la luz con la pretensión de ofrecer a toda la Iglesia un servicio inspirado en el espíritu y el carisma de San Ignacio y tratando de continuar la línea iniciada por grandes ignacianistas del siglo pasado, como José Calveras, Cándido de Dalmases o Ignacio Casanovas, que tanto tiempo y esfuerzo dedicaron al estudio y la edición de fuentes ignacianas. Hoy, bastantes años después, esta colección «Manresa» cuenta ya con cerca de noventa volúmenes de historia, espiritualidad o teología ignacianas, de los cuales muchos están dedicados directamente a los Ejercicios, tanto a sus aspectos históricos (23 y 29) como psicológico-antropológicos (5, 6, 10, 22, 30), teológicos (13, 15, 20, 26, 40) o teológico-pastorales (4, 8, 9, 36), así como a algún comentario de conjunto (24). El grueso volumen del P. Arzubialde abría el primero de los textos de esta colección.
No cabe duda de que, de entre las fuentes ignacianas, el texto de los Ejercicios Espirituales es el que mejor encierra la experiencia y la sistemática ignaciana para favorecer, en todo aquel que los recibe, aquello que llamamos «experiencia de Dios». Los Ejercicios integran armónica y pedagógicamente tres datos de vida: la experiencia de su autor desde los primeros meses de su conversión (Loyola – Manresa 1521-1523), el saber teológico adquirido en las aulas de París (1528-1535) y la experiencia de haberlos dado a no poca gente, entre los que destacan los primeros seis compañeros de París (D. Laínez, A. Salmerón, P. Fabro, F. Javier, S. Rodrigues y N. de Bobadilla). Los frutos que los Ejercicios iban dando les otorgaban una «autoridad espiritual» indiscutible.
Con la aparición del volumen 100 –Exercitia Spiritualia (1969)– de la enorme colección de fuentes «Monumenta Historica Societatis Iesu» (MHSI), se cerraba la edición crítica de todos los textos de que tenemos noticia sobre los Ejercicios Espirituales, tanto latinos como castellanos; desde los más primitivos, como el texto Helyar (1535) que Pedro Fabro ofreció a la comunidad de Cartujos de Colonia, hasta la versión oficial latina (Vulgata, 1546-7) o el texto conocido como Autógrafo (1544), por contener 32 correcciones de la mano de Ignacio. Los rigurosos editores de este volumen 100, los PP. J. Calveras y C. de Dalmases, dejaban así preparado el camino para poder elaborar posteriores comentarios históricos, filológicos o teológicos basados en el firme terreno de una crítica textual e histórica hasta hoy no superada. En no pocos aspectos, este libro de Arzubialde pretende entroncar con esta tradición española de estudio de las fuentes y rescatar del posible olvido a los principales estudiosos de entonces.
3. La novedad de un libro
Es, pues, muy comprensible que el primero de los volúmenes de la colección «Manresa» estuviera dedicado a un estudio en profundidad del breve manual ignaciano. A continuación verían la luz la edición de otras fuentes importantes, como la Autobiografía de Ignacio (vol. 2) y el Diario Espiritual (vol. 3). Una edición rigurosa, pero al mismo tiempo de amplio alcance, sobre las Constituciones vería la luz pocos años después (vol. 12 [1993]), del que Arzubialde sería uno de los principales editores.
Así, en 1991 aparecía, fruto de la expansión de una tesis doctoral de su autor, la primera edición del libro que hoy presentamos, Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Historia y análisis. Ya entonces el libro sorprendió tanto cuantitativa (904 páginas) como cualitativamente, por el rigor, la profundidad y la extensión de citas y referencias teológico-patrísticas de que Arzubialde se servía para iluminar lo más posible el itinerario que san Ignacio iba describiendo a lo largo de las cuatro semanas que componen la propuesta mistagógica del de Loyola. Desde su aparición, este comentario se convirtió en un manual de obligada referencia para posteriores estudios sobre los Ejercicios; se podría discrepar de Arzubialde, o tal vez matizar el enfoque o la interpretación de alguno de los numerosísimos puntos que abordaba, pero no se podía discutir el fundamento sobre el que se apoyaba cada una de las afirmaciones del autor.
El libro estaba firmemente construido sobre cuatro grandes pilares:
a) Los autores de la tradición cristiana que podían en alguna medida estar soportando el discurso de Ignacio: Agustín, Bernardo, Atanasio, Evagrio Póntico, Gregorio Nacianceno, Gregorio Magno, Gregorio de Nisa, Hugo de San Víctor, Juan Casiano, Juan Clímaco, Juan Crisóstomo, Ludolfo de Sajonia, Orígenes, Tomás de Aquino, Tomás de Kempis, entre otros.
b) Los primeros colaboradores textuales y, en cierta manera, primeros traductores e intérpretes del libro, como el caso de los compañeros jesuitas de Ignacio: Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Francisco de Borja, Pedro Fabro, Jerónimo Nadal, Claudio Aquaviva, Juan Alfonso de Polanco o Pedro de Ribadeneira.
c) Los principales teólogos y exegetas contemporáneos de los Ejercicios, como E. Arredondo, H.U. von Balthasar, J. Calveras, H. Coathalem, C. de Dalmases, G. Fessard, M. Giuliani, I. Iparraguirre, P.-H. Kolvenbach, E. Przywara, H. Rahner, K. Rahner.
d) Autores de ciencias auxiliares (historia, filosofía, semiótica, psicología...), tales como M. Bataillon, R. Barthes, R. García Villoslada, J.I. Tellechea, H.G. Gadamer, S. Kierkegaard, entre otros muchos.
La estructura principal del libro de Arzubialde viene dada por la misma estructura del libro de Ignacio; en este punto, dadas las características y la pretensión del libro, no se buscaba ni perseguía originalidad: se comienza por las anotaciones [EE 1-20] y se termina con las «Reglas para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener» [EE 352-370], con las que se cierran los Ejercicios. Para su comentario Arzubialde ha creado su propio método y aborda cada uno de los grandes apartados del texto de los Ejercicios de la siguiente forma:
• Transcripción del texto, con una anotación léxico-semántica pertinente a pie de página. Hay que hacer notar las numerosas referencias al Tesoro de la lengua castellana, de Sebastián de Covarrubias (1611), o al Diccionario de Autoridades (1726) para adentrarse en el más preciso significado ignaciano de las palabras. No debemos olvidar que la distancia temporal del español de San Ignacio (mediados del siglo XVI) es ya, por sí misma, una posible barrera semántica que en no pocos casos puede inducir a errores de interpretación; por eso la primera tarea es la de fijar el texto.
• A continuación, unos párrafos o páginas dedicados a dar a conocer la «génesis del texto», siempre y cuando se muestre conveniente, para situar tal parte de los Ejercicios en su lugar adecuado con respecto al conjunto. Variantes, posibles diferentes manos, traducciones...
• Seguidamente, un cuadro esquemático («análisis formal») que ayuda a comprender y captar «al primer golpe de vista» la estructura interna, el haz de relaciones semánticas y la coherencia de las oraciones ignacianas, a veces de estructura sintáctica no fácil de seguir para un lector no acostumbrado.
• Situado el lector en el contexto histórico y en la aproximación textual, sigue el comentario analítico del autor en diálogo con la tradición y con la teología contemporánea de los Ejercicios.
• Finalmente, una conclusión-«Directorio» que cierra cada uno de los capítulos del libro y ofrece pistas para la práctica pastoral de tal o cual fragmento dentro del proceso de Ejercicios.
No cabe duda de que Arzubialde ha ido, en cierta manera, «re-construyendo» el breve manual ignaciano iluminándolo desde numerosas disciplinas (historia, filología, exégesis bíblica, teología, patrística...). El resultado es un sólido y sistemático edificio que refleja la sorprendente solidez y coherencia del Santo de Loyola en su breve manual.
4. Añorada y esperada segunda edición
El libro llevaba agotado unos diez años, y desde diversos lugares de estudio y la pastoral de los Ejercicios se venía reclamando una segunda edición o, al menos, una reimpresión «tal cual» de la primera. Tras fecundas deliberaciones con las editoriales, S. Arzubialde optó, creo que con gran acierto, por trabajar una segunda edición «corregida y aumentada» en la que poder incorporar sus reflexiones de los últimos años sobre el tema. Veamos algunas de estas correcciones y los aumentos más significativos.
4.1. A vista de pájaro
• La primera edición (a partir de ahora, 1991) está dedicada al siervo, a Ignacio de Loyola «como testimonio de admiración y gratitud»; la segunda edición (a partir de ahora, 2009) viene dedicada a la Madre del Señor, «la Virgen María, madre del Verbo eterno encarnado», dedicatoria a la que sigue la oración del «Anima Christi», ausente en la primera, y que San Ignacio, gran devoto y divulgador de esta plegaria, recomienda tanto en los triples coloquios [EE 63 y 147] como en el segundo y el tercer modo de orar [EE 253 y 258].
• El autor, acertadamente, ha optado por colocar al comienzo de 2009 la larga lista de abreviaturas (9-16) que en 1991 iba al final del libro (851-857). Notamos que se repite fuera de sitio, por error, la abreviatura RThL, correspondiente a Révue Théologique de Louvain, sube una línea OGE (Ons geestelijk erf, Anvers 1927) y se echa de menos en la lista DicHCJ, Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús (Roma-Madrid 2001), que, aunque de poco rendimiento, sí se utiliza alguna vez (954, n. 1).
• 2009 añade un «organigrama de Monumenta» en dos cuadros de las páginas 12-13, mejorando así la «lista de abreviaturas de Monumenta» de la primera edición (852-853).
• En 2009, Arzubialde completa la lista de los códices de Ejercicios añadiendo Ex1 y Ex2, ausentes en 1991, así como añadiendo un breve cuadro muy clarificador sobre las versiones castellanas y latinas arquetípicas y adaptadas de los Ejercicios (17) (Cf. Dalmases, Ejercicios, Santander 1985, 25-31).
• En cambio, el Índice general, que en 1991 se encontraba al comienzo (7-15), pasa en 2009 al final (1055-1078), ganando en extensión –de 9 a 23 páginas– y en claridad, con un nuevo diseño de los epígrafes y títulos que ayudan a comprender mejor, a primera vista, la estructura de la información que se propone. Algunos de los cambios revelan un cambio en la concepción del texto. Sobrevolemos el índice para indicar algunas modificaciones significativas.
– 1991 situaba los ejercicios de «examen particular y general» [EE 24 31] antes de la primera semana (Índice, 7), mientras que 2009 lo incluye bajo el epígrafe de «Primera semana» (Índice, 1.057). Además, 2009 concede un lugar explícito al «cuarto ejercicio» de la primera semana [EE 64], sacándolo del paraguas del «tercer ejercicio» donde se encontraba en 1991 (Índice, 8).
– En otros numerosos aspectos, el Índice gana en claridad. Arzubialde ha hecho el esfuerzo de expandir los epígrafes, ayudando al lector a captar mejor el discurso interno de cada apartado y a localizar con mayor precisión y rapidez la información que va buscando. Es ilustrativo el caso del epígrafe «Estructura y contenido» del Quinto ejercicio (1991, 8 / 2009, 1.060) donde en 2009 se añaden 6 nuevos subtítulos que van desglosando dicho contenido; o el caso de la información dedicada a la penitencia (2009, 1.060). Supone un avance en claridad y precisión.
– 2009 ha cuidado el tránsito de la primera a la segunda semana añadiendo un «Organigrama de la segunda semana» (269-272) con un cuadro ilustrativo de los 12 días de que consta este tiempo contemplativo, con sus referencias al texto de los Ejercicios y a los pasajes bíblicos que Ignacio va proponiendo. Así mismo, 2009 añade «un apunte teológico final» (488) donde Arzubialde sugiere ya la interpretación pneumatológica de la configuración con la kénosis del Verbo, al tiempo que reconoce el enraizamiento de Ignacio en la tradición latina, por su clara dependencia de la Devotio Moderna. Prepara así al lector para el cierre final de la obra y su «reflexión teológica conclusiva», a la que más adelante nos referiremos.
– En el tema de la elección, 2009 prefiere hablar de la «circularidad de los tres tiempos» (468), frente a la «unidad» de que hablaba 1991 (395), un término («circularidad») que refleja mejor la realidad a la que se refiere, pues cada uno de los tiempos mantiene su independencia «formal», pero se vive en una interrelación de contraste y enriquecimiento con los otros, a menudo necesarios para concluir el proceso y búsqueda de Su voluntad. Además, 2009 incluye un nuevo cuadro acerca de [EE 169] «Análisis formal del preámbulo para hacer elección» (471).
• 2009 conserva todos los cuadros esquemáticos de la edición anterior. Aunque se ha reducido un poco el tamaño de letra, algunos han ganado en claridad con la inclusión de algún nuevo signo, flecha... que clarifica la compleja red interna de relaciones (cf. 742-745). En otros se añade información, como el que refleja la lógica de la «Contemplación para alcanzar amor» (2009, 566), que incluye la referencia a los tres ciclos, cristológico-pneumatológico-trinitario, así como la respuesta que se espera del ejercitante.
• 2009 ha suprimido, y lo sentimos, el completo y muy útil índice analítico que 1991 ofrecía en 896-904, pero ha mejorado, en cambio, la presentación, claridad y precisión del índice onomástico (2009, 1045-1054).
• 2009 ha ampliado muy selectivamente la abundante bibliografía (1011 1043) de la edición anterior y ha introducido en ella algunas referencias cruzadas que facilitan su consulta, así como añadido las fechas de los autores de la tradición cristiana para situarlos con facilidad en la línea del tiempo. Un rápido vistazo por los nombres de los Santos Padres ayuda a caer en la cuenta del esfuerzo que se ha hecho para ofrecer el fundamento patrístico sobre el que se construye el escrito ignaciano, lo supiera o no el propio Ignacio de Loyola.
• Con todos estos cambios, y otros en los que no podemos detenernos, 2009 justifica con creces el subtítulo de «edición corregida y aumentada». El libro ha ganado en precisión, en estructura y, sin duda, en información histórica, exegética y, sobre todo, teológica. Es de agradecer el nuevo tipo de letra que ofrece 2009, más agradable a la vista, así como toda la organización tipográfica de títulos, subtítulos y epígrafes, aspecto éste, nos consta, muy cuidado también por el propio autor.
4.2. Focalizando el objetivo
Además de todos estos aspectos que venimos comentando, ya de por sí muy valiosos, ¿dónde se encuentra la mayor novedad de esta nueva edición? Comparando los dos textos (1991 y 2009), esta nueva versión ofrece tres importantes novedades.
En primer lugar, treinta y dos nuevas páginas (31-62) situadas a continuación de la Introducción, tituladas «La Génesis del libro de los Ejercicios» y que, a modo de solemne pórtico, van reconstruyendo la materialidad del texto autógrafo que hoy conservamos. Desde la «época que va de Loyola y Manresa» (35), pasando por la «fase redaccional que va de Manresa a Salamanca» (37), y la «etapa redaccional parisina a la luz de la obra investigadora del P. José Calveras» (42), para terminar con la etapa redaccional en Italia «post consumata studia» (50), en expresión del mismo J. Nadal. ¿Qué se pretende? En primer lugar, ofrecer al lector unas claves de lectura básicas para la mejor comprensión del vol. 100 de MHSI, tan valioso como distante y desconocido; en segundo lugar, Arzubialde pretende también rendir un homenaje a los investigadores que nos han precedido y que «trabajaron tan denodadamente por poner de relieve el inapreciable don de Dios a San Ignacio de Loyola» (34).
Arzubialde ofrece una muy densa síntesis de toda la cualificada información que ofrece el volumen 100 de Monumenta (todo él redactado en latín), así como de los estudios exegéticos, hoy no superados y universalmente admitidos, del P. José Calveras. Hasta donde conocemos, no teníamos al alcance una labor tan minuciosa construida desde un trabajo exegético-textual basado en el análisis comparativo de los textos de Ejercicios y realizado con precisión filológica. Es cierto, Cándido de Dalmases, en su cuidada edición del Autógrafo (Santander 1987), el «librito verde», ofrece una información somera acerca de todo este proceso de composición, pero sin la pretensión de exhaustividad que nos ofrece Arzubialde. Al terminar de leer estas páginas, el lector cae en la cuenta de la complejidad redaccional del breve manual que tiene en sus manos; nacido, sin duda y en parte, de una profunda experiencia espiritual y mística del autor, no se vio exento de correcciones, interpolaciones, traducciones, añadidos...: la precisión conceptual y terminológica era importantísima en pleno siglo XVI, cuando la Inquisición había llamado «a declarar» siete veces al autor de los Ejercicios, el cual conocía los riesgos y las consecuencias de una posible condena por heterodoxia. Por su texto pasaron las manos de J.B. Viola, P. Fabro, A. Salmerón, P. Broët, B. Ferrão. Este extremo cuidado con que los primeros compañeros de Ignacio trataron el libro revela la devoción que por él sintieron, así como la trascendencia que ya intuían que podía tener este método en la historia de la Iglesia.
La segunda de las novedades comprende las páginas 665-683, que configuran un fundamento pneumatológico de enorme interés para conocer el desarrollo de la redacción de las reglas de discernimiento y, desde tal redacción, la propia experiencia espiritual de Ignacio, que sin duda iba clarificando ideas y conceptos al tiempo que analizaba sus mociones. Es de especial interés el análisis exegético y teológico que Arzubialde realiza de dos textos tempraneros como son el códice Helyar (Paris 1535) y la carta a Sor Teresa de Rejadell (Venecia 1536), imprescindibles para comprender la génesis de las reglas de discreción de espíritus de los Ejercicios [313-336]. Estas dieciocho páginas recogen y avanzan sobre los estudios de Leo Bakker sobre la historia de la redacción de las reglas de discernimiento, Freiheit und Erfahrung (1970) (trad.: Libertad y experiencia, Col. «Manresa», n. 13, 1995) y se complementan muy bien con el artículo «Discernimiento-Unción del Espíritu y Discretio» (Revista Manresa 1998), así como con el más reciente «Discretio» que el mismo Arzubialde escribió para el Diccionario de Espiritualidad ignaciana (II, Bilbao-Santander 2009, 623-637).
La tercera de las novedades a las que arriba nos referimos se encuentra al final del texto. Arzubialde ha sustituido las ocho páginas y media que formaban la conclusión en el primer texto (1991) («Aproximación a un posible núcleo tradicional y nueva hipótesis sobre la historia de la redacción de las reglas de discreción de espíritus») por las casi sesenta páginas (951-1009) que cierran la edición de 2009: «Reflexión teológica conclusiva. En busca del horizonte hermenéutico adecuado».
Una de las críticas que en su día recibió la primera edición aludía a la falta de compromiso teológico del autor a la hora de posicionarse en una interpretación adecuada y, tal vez, plantear los desafíos de mayor calado que la teología de los Ejercicios tenían al finalizar el siglo XX. Arzubialde fue en su momento muy consciente de esta limitación, que observaba en su propio manuscrito, y por eso subtituló el libro «Historia y análisis», dando así a entender que no pretendía ofrecer una propuesta teológica determinada ni sentar cátedra sobre alguna interpretación definitiva de los Ejercicios. Al fin y al cabo, aquella primera versión era un libro de alguien que comenzaba su andadura en el mundo académico ignaciano. Esta segunda versión, casi veinte años después, la ofrece un autor que no ha dejado de leer y repensar la propuesta de San Ignacio y la teología a ella subyacente, de manera especial desde sus claves teológico-dogmáticas y patrísticas más hondas. Las sesenta páginas finales de este libro revelan la madurez de un pensamiento que con humildad desea dejar una intuición «como una hipótesis abierta a la crítica y la labor de los futuros investigadores» (951). En mi opinión, esta segunda edición debería haber añadido en el subtítulo la palabra Teología a continuación de «Historia y análisis»; haría más justicia a su contenido. Vistos el alcance y la hondura de las 950 páginas precedentes, tal intuición ha de ser considerada muy detenidamente a la hora de ofrecer en el futuro posibles reinterpretaciones del manual ignaciano.
Entonces, ¿qué contiene esta última y novedosa parte del libro? Me parece que la propuesta de Arzubialde pretende situar el manual ignaciano en el cruce de las dos cosmovisiones del Misterio de Dios, la occidental latina y la oriental grecobizantina, como aproximaciones al Misterio que se reclaman y hasta se necesitan para hacer respirar a la Iglesia «con los dos pulmones con los que ha respirado desde siempre, si desea caminar hacia la unidad» (953). Para ello estas páginas contienen un díptico en cuya primera escena se revisan los cuatro grandes intentos de interpretación de los Ejercicios en el siglo XX, a saber: Erich Przywara (1889-1972), Gaston Fessard (1897-1978), Karl Rahner (1904-1984) y Hans Urs von Balthasar (1905-1988), separados, dos a dos, por un breve nexo: «El preludio teológico anterior al Concilio Vaticano II» (971-972). Es difícil decir más en tan poca extensión: apenas treinta y cinco páginas para dar cuenta de conceptos teológicos de profundo contenido semántico y simbólico-teológico, como son «analogia entis», o el «Deus semper maior» de Przywara, «la dialéctica de la libertad» o la «position de soi par soi» de Fessard, la «experiencia trascendental de la Infinitud» y «el tránsito de la experiencia inobjetal a la experiencia del espíritu» de Rahner, o el «drama de la libertad», la «kénosis primigenia intradivina (Ur-Kenose) y la «elección» en la hermenéutica de von Balthasar. A cada uno de estos intentos responde Arzubialde con unos breves párrafos a modo de juicio valorativo, en los que retoma lo que de actual hay en estas propuestas, al tiempo que expone las limitaciones que encuentra.
¿Dónde reside, pues, para este autor la clave hermenéutica angular de la unificación del corpus ignaciano? En el giro pneumatológico: «porque me parece que la persona del Espíritu, el tercer artículo del Credo, tal vez sea hoy la pieza clave que ha de iluminar y completar el contenido y el significado de los otros dos artículos de la fe referidos a las personas del Padre y del Hijo» (989). Arzubialde ofrece la clave trinitaria como sentido último de todo acontecer místico, en el que todo tiende al Padre en el Hijo por el Espíritu. Así, la identificación con Cristo a través del largo proceso del conocimiento interno es la acción del Espíritu en el hombre para conducirle hacia lo absoluto del amor del Padre, realidad última hacia la que apunta «la contemplación para alcanzar amor». La vida en el Espíritu, que es el conocimiento del Padre por el Hijo (y eso mismo es la Verdad), es en gran medida la vida mística de Ignacio tal como la recoge en su Diario Espiritual, expresión de su experiencia metafísico-trinitaria, despliegue del don recibido ya en Manresa, a orillas del río Cardoner (agosto-septiembre 1522). Por su parte, un texto tan aparentemente sólo normativo, como puede ser el de las Constituciones de la Compañía de Jesús, revela también esta propuesta de vida en el Espíritu en la que la categoría de discretio aparece como la norma caritatis, la ordenación del amor, como vía hacia el mundo, manera ignaciana de incidir en la historia para conducirla hacia el Padre.
Arzubialde organiza su intuición de manera sistemática en cinco momentos de la dinámica de la Salvación, que van desde la presencia y participación del Verbo y del Espíritu en el acontecimiento creacional (1), pasando por la presencia del Espíritu «en y sobre» la humanidad de Jesús (2), la revelación definitiva del Ser trinitario en el misterio pascual (3), el Espíritu, don de Cristo resucitado (4), hasta concluir con la teología apofática y reinado de Dios: «Ad Patrem» (5).
Estos cinco puntos son un despliegue sintáctico de una única realidad de salvación ofrecida por el Padre en Cristo y en la que convergen la perspectiva creacional y la histórico-salvífica; la kénosis de la cruz y el esplendor de la doxa (1009). En definitiva, es en este giro pneumatológico como método hacia el corazón de la Vida Trinitaria donde se posibilita la integración de las dos perspectivas, la sinóptica del seguimiento de la humanidad y de la kénosis de la cruz (más propia de Occidente) con la metafísica joánica de la majestad del Logos y de la dimensión infinita de todo lo creado (más propia del Oriente).
Ignacio, sin ser teólogo de academia, supo integrar estas dos dimensiones irrenunciables en todo proceso místico, que es el crecimiento en Cristo, por el Espíritu, hacia la Verdad del Padre. Todo el proceso de aproximación hacia la humanidad de Cristo por la contemplación de los Misterios de su Vida queda enmarcado en un origen y sentido de todo, ya presente proposicionalmente en el Principio y Fundamento [EE 23], que se retoma existencialmente en la verdad de la vida divina que se le ofrece al ejercitante como don del Espíritu en la «Contemplación para alcanzar amor», donde todo se descubre en su eterno retorno escatológico al Padre [EE 230-237].
Sabemos del esfuerzo que ha supuesto para Santiago Arzubialde la revisión y corrección del libro de 1991. La nueva edición ayudará a profesores, a alumnos, a los que «dan los ejercicios» y a los que los reciben (si saben leerlo en su justa y discreta medida). Con el nuevo texto sobre la mesa, sólo podemos estar agradecidos. Contamos con un libro de estudio riguroso, de altura académica y de madurez intelectual y espiritual fruto de largos años de pensar ignacianamente el proceso de configuración con Cristo y de acompañarlo como testigo privilegiado en la misma vida, en numerosos grupos de Ejercicios Espirituales. En no pocas ocasiones escuché a su autor comentar que la experiencia de los Ejercicios ha de ser el lugar hermenéutico de la reflexión teológica.
Como buen hijo de San Ignacio, Arzubialde había de cerrar su conclusión con una confesión de optimismo antropológico en el sujeto que vive los Ejercicios y que, por tanto, está en proceso de semejanza con el Icono del Padre: «poder presentar ante un mundo plural, sin complejos ni ambages, desde el punto de vista cultural y religioso, la relación histórica de Cristo al Padre y el esplendor de la gloria de la Trinidad como el sentido de la creación y el futuro de la comunidad humana» (1.009).
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