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lunes, 6 de julio de 2015

Olegario González de Cardedal: El hombre ante Dios. Por Juan Quelas

González de Cardedal, Olegario: El hombre ante Dios. Razón y testimonio. Sígueme, Salamanca, 2013. 157 páginas. Comentario realizado por Juan Quelas (Universidad Católica Argentina).

«¿Es Dios una pregunta perenne ínsita en el corazón del hombre para la que busca respuesta, o es una respuesta que dan los creyentes para la que no existe previamente ninguna pregunta, espera, o deseo en el corazón humano?» (10). Pareciera que la historia de los últimos siglos de Occidente se decanta por la segunda respuesta. Y, sin embargo, la especificidad del cristianismo está en el primer camino: el hombre se pregunta por Dios porque ya ha sido encontrado por Él, con un ardiente amor que sale de sí para buscar al hombre. Este primer camino es propio del cristianismo. El otro es la tentación de todos los prometeísmos de la historia (y, por supuesto, también los contemporáneos) que, a fuerza de buscar el hombre, pretenden que podrá hallar algo por su propio esfuerzo desmedido: se trata de la recreación permanente del mito de Prometeo o de Sísifo, el reverso de la vía cristiana. El resultado final de esto es el estrellarse contra un muro infranqueable (esta vía está recreada magistralmente como relato en el admirable cuento «El perseguidor», de Julio Cortázar). Desde aquella pregunta que encontramos en el inicio del primer libro de la Biblia: «Adán: ¿dónde estás?» (Gen 3, 9) hasta las últimas palabras del último libro de la misma Biblia: «¡Ven! Que venga el que tiene sed» (Ap 22, 17), las Sagradas Escrituras se alzan como testimonio de esa búsqueda permanente que, a lo largo de la historia, Dios ha hecho del hombre. Y de ese hombre que, como respuesta a ese deseo inscripto en sus entrañas, sale de sí para buscar a quien lo busca. Así se encuentra el hombre ante Dios. El buscado ante el buscador. Si este es el camino, la posibilidad de encontrar a aquel que nos ha encontrado dependerá en gran parte de saber oír esa voz que nos busca y, habiéndola percibido, responderle. Afinar los instrumentos de percepción es tarea urgente si el hombre actual no quiere eliminar la palabra y la realidad de Dios de su horizonte y, de este modo, estrechar su propia humanidad. Porque don Olegario se refiere a ese Dios philántropo, amigo-de-los-hombres, y no (nunca) de un Dios inquisitorial ante el que hubiera que ocultarse o del que hubiera que defenderse.