Montero, Rosa: Lágrimas en la lluvia. Seix Barral, Barcelona, 2011. Colección Biblioteca Furtiva. 480 páginas. Comentario realizado por Jesús Oteo.
Debe hacer ya
más de diez años, un domingo cualquiera ojeando el dominical de El País
encontré un artículo que me impactó. La autora se recreaba en cómo el paso del
tiempo modula la forma de sentir, en cómo las emociones pueden volverse más
intensas y desgarradoras con el paso de los años. Para ello recurría a la
escena final de Blade Runner,
película clave en la historia del cine de ciencia ficción. En ella, un duro y
despiadado replicante, pseudohumano sintético producto de la biotecnología con un
límite vital preestablecido, sentía acercarse dicho límite bajo un
impresionante diluvio, y con ello tomaba conciencia de cómo todas sus extraordinarias
vivencias “…se perderían en el tiempo
como las lágrimas en la lluvia”. Rosa Montero, autora de este artículo,
recordaba aquella sensación cercana a la hilaridad que le abordó la primera vez
que vio dicha escena allá en su juventud, y cómo, casi inexplicablemente, esa
sensación había mutado convirtiéndose en una profunda tristeza en las sucesivas
veces que la había vuelto a ver.
Mi
identificación con esta sucinta y concisa reflexión, que posiblemente pasara
desapercibida para la mayoría de los lectores, fue inmediata. Por aquella época
atravesaba un momento vital en el cual mi perspectiva de las cosas había
cambiado de manera radical, en el cual esa falsa sensación de omnipotencia que
da la juventud se había truncado definitivamente, en el cual la fragilidad vital
se había asentado como un sentimiento predominante de mi identidad. Experiencias
posteriores me han confirmado que esa impresión personal, compartida con Rosa
Montero, es una característica privativa del ser humano y que el inexorable
transcurrir del tiempo hace aflorar el sentimentalismo en la mayoría de
nosotros, quizás previamente oculto tras la capa de superhéroe con la que nos
dota la juventud. El efecto sinérgico del continuo cúmulo de experiencias de
diferente signo con la reducción implacable de nuestro tiempo vital seguro
contribuye en gran parte a este fenómeno de hipersensibilización.
Perdí la pista
de aquel artículo. Varias veces intenté recuperarlo sin éxito hasta que, hace
dos años, llegó a mis oídos la noticia de que Rosa Montero había publicado su
última novela, y primera de ciencia ficción, titulada Lágrimas en la lluvia. No podía ser casualidad y, efectivamente, no
lo era; aquel artículo que tanto me había impactado no era más que una especie
de prólogo de esta novela futurista ambientada en el Madrid irreconocible de 2109.
En ella una detective replicante, ruda e inadaptada, se enfrenta a una trama
mundial que busca el poder potenciando las diferencias entre diferentes y la mutua
incomprensión, todo ello mientras se ve sometida a la terrible presión psicológica
que le supone sentir el desgranar del tiempo, de su escaso tiempo que tiene,
cual producto perecedero, fecha de caducidad conocida.
Rosa Montero |
La que nos ocupa
es una interesante obra, mixta de novela negra y futurista, que rinde culto a su
predecesora cinematográfica de Ridley Scott adaptando, y haciendo evolucionar,
el mundo de ficción por él concebido. En ese marco imaginario se abordan
cuestiones intemporales como la traición, la supervivencia y la lucha de la
moral individual contra la, en ocasiones tan maltrecha y viciada, moral
política.
Pero todo ello
gravita y se articula sobre lo que, para mí, dota a la novela de un halo
diferenciador y enaltecedor: la conciencia humana, y pseudohumana en el caso de
esta quimera vertiginosa, de un concepto tan subjetivo y a la vez tan real y
limitante como es el paso del tiempo. Desde un punto de vista antropológico, la
capacidad de situarse mentalmente en un tiempo actual, entre un pasado conocido
que nos condiciona y un futuro ignoto que nos amedrenta, supuso uno de los
grandes eventos evolutivos diferenciadores de la especie humana. Gran parte de
las conductas sociales, culturales y espirituales que empezaron a marcar
diferencias entre el ser humano y sus inmediatos predecesores estuvieron en
gran parte motivadas por la necesidad de recordar los hechos ya acaecidos,
enfrentarse de forma exitosa a los acontecimientos venideros, y vencer la gran
incertidumbre que supone el mañana. Rosa Montero da una vuelta de tuerca
adicional y lleva al límite estas inquietudes humanas al dotar a su
protagonista de un pasado inventado, e implantado en su memoria, y de una
frontera vital conocida y amenazante. Con ello pone de manifiesto la gran
paradoja del ser humano, que es también su principal reto y amenaza, como es que
la mayor de sus virtudes sea a la vez su principal debilidad. La dualidad
cuerpo-mente de la que presume y que, sin duda, le ha llevado a alcanzar la
capacidad de abstracción en la que ha basado su éxito biológico como especie,
es a la vez el mayor de sus enemigos. La continua incertidumbre, la obsesión
por el pasado, el temor al futuro, los miedos a cosas inexistentes o
irracionalmente sobreestimadas…, y la ansiedad que todo ello genera, exacerban
esa dualidad cuerpo-mente y cuestionan la idea del ser humano como punto culmen
del proceso evolutivo.
Lejos de tan
profundas reflexiones, la necesidad de gestionar nuestro día a día nos aconseja
una actitud más pragmática, como la que la detective protagonista Bruna Husky
aprende a adoptar durante el transcurso de la novela. Hacer caso de influencias
tan alejadas entre sí como la de la cultura popular, “agua pasada no mueve molinos”, o la del científico responsable del
concepto de la relatividad del tiempo, Albert Einstein, “no merece la pena pensar en el futuro, llega demasiado deprisa”,
seguro nos ayudarán en esa delicada gestión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario