Díez Jayo, Juan Carlos: Libros malditos, malditos libros. Piel de Zapa, Madrid, 2013. 257 páginas. Comentario realizado por Fátima Uríbarri.
La vida de los libros ya era una prodigiosa aventura incluso antes de que existieran tal y como los hemos conocido nosotros. Han vivido experiencias trepidantes, han sido diana de las más locas excentricidades cuando la literatura se difundía enrollada en papiros, pergaminos, tablillas, y también en papel, claro, en todos los formatos. Juan Carlos Díez Jayo recopila en Libros malditos, malditos libros algunas de las curiosas vicisitudes librescas.
El arranque ya da una idea de lo imprevisto de sus andanzas con un capítulo en el que se da cuenta de libros encuadernados ¡en piel humana! La variedad de anécdotas y rarezas es asombrosa. También habla esta recopilación de volúmenes minúsculos, microscópicos, propios del Guinness de los récords y de la portentosa biblioteca reunida por el visir Ibn Abbad, uno de los muchos ilustres enamorados de las letras. Hay libros, también, que por sí solos protagonizan curiosos episodios: hay un libro, por ejemplo, al que los sijs reverencian como su undécimo gurú. Las anécdotas continúan con interesantes sorpresas como cuando George Bernard Shaw se enfadó porque le pidieron que escribiera un libro para que pasara a formar parte de la biblioteca de la Real Casa de Muñecas de la reina María, la abuela de Isabel de Inglaterra.
Misterios, caprichos, disparates, incluso locuras han afectado al fascinante mundo de la literatura impresa. Todas son interesantes, como la experiencia laboral de Jorge Luis Borges en una biblioteca de barrio o las terribles manías librescas de los tiranos: Kim II Sung de Corea del Norte, por ejemplo “dejó escritos 18.000 libros”; su hijo Kim Jong II solo ha escrito 1.600, pero ha memorizado la obra completa de su padre. A Hitler le gustaron Robinson Crusoe y El Quijote. Al párroco prusiano Johann Georg Tinius le atraparon tanto los libros que por poseerlos se convirtió en ladrón y asesino en serie: machacó a martillazos a su primera víctima en 1812. Mataba para robar libros. Son algunas de las sorprendentes anécdotas (unas más que otras) que cuenta Juan Carlos Díez Jayo en esta compilación redactada en tono desenfadado de la que disfrutarán los amantes de los libros.
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