Bobien, Christian y Almodóvar, Cristina: El encanto sencillo. La Cama Sol, 2020. 128 páginas. Comentario realizado por Bert Daelemans (Universidad Pontificia Comillas, Madrid).
Este hermoso libro es una traducción al castellano del libro de 1986 del célebre autor francés Christian Bobin, ilustrado con 45 magníficas obras de la artista madrileña Cristina Almodóvar. El texto y la imagen se compaginan literalmente a la perfección, porque ambos “pertenecen tanto a la estética como a la reflexión”, como acierta Daniel Giralt-Miracle en su presentación de la artista (p. 120).
Ambos, Cristina y Christian, la escultora y el escritor, miran al mundo como “guardianes del silencio” (Thomas Merton) y, con ojos de niña, descubren la plenitud en el vacío, el milagro en la espera y la presencia en la ausencia. O sea, lo invisible en lo visible. Con delicadeza y pudor, ambos escriben y describen desde el asombro, abriendo al lector un universo encantado, un jardín donde reina el encanto de lo sencillo.
Para ambos valdría lo que escribió el emperador Marco Aurelio como perenne recordatorio para sí mismo: “La gente se suele retirar al campo, a la costa o a la montaña. Tú mismo lo deseas a menudo. Pero es un tanto ingenuo, pues en cualquier momento te puedes retirar en ti mismo. En ninguna otra parte se encuentra más sosiego y quietud que en la propia alma; especialmente quien tiene tales bienes en su interior: su mera visión le proporciona una paz plena. Y esta paz no es más que un alma bien ordenada. Regálate constantemente este retiro reparador”.
Los hermosos fragmentos de Bobin, formulaciones inacabadas de una búsqueda alimentada por el amor, por “la ausencia fúnebre” (p. 93) de la persona amada, son observaciones de la vida cotidiana, sobre todo del jardín donde juega la pequeña Hélène de cuatro años, observaciones que afloran la eternidad que se cobija “entre el cuerpo y su sombra” (p. 11), en este “entre” donde la espiritualidad y la más profunda humanidad con sus ansias y sus deseos se dan la mano. Incluso para quien ya conocía el texto, las obras de Almodóvar, pequeñas miniaturas acabadas de vida condensada, de transformación de lo mineral en natural y de lo industrial en orgánico, celebraciones optimistas y esperanzadas de la fortaleza de lo frágil y de la vida victoriosa, a pesar de todo, abren ahora umbrales a universos insospechados, conectando con una idea o una palabra a la cual, en nuestro afán para avanzar, tal vez no hubiéramos dedicado la lentitud adecuada ni el tiempo que merece. Así el texto y la imagen nos ofrecen lo que más necesitamos: espacio despacio. Nos invitan a la contemplación, a descubrir en la soledad y en el silencio un mundo rico y habitado.
“Algunas personas vienen a vernos, en esta casa. Hablan con nosotros, ignorando a la niña que canta en el jardín. Su desprecio de lo cotidiano es violento, no son conscientes de ello. Es algo que me sorprende siempre. Si ven la infancia, es como una imperfección pasajera, no exenta de esas gracias que a veces rodean con un halo una tara física o un defecto de la mente, suscitando una nueva compasión. Hoy me reúno con ellos. Siempre la misma dificultad para rechazar las invitaciones. Desplazamientos en coche, en distancias cortas. El espacio de fuera y el de dentro van a la misma velocidad. A la llegada, hablamos; es una forma de no decir nada” (p. 93).
Algunos dípticos de texto y de imagen son rotundamente milagrosos. Más que meramente adornar el texto, las fotografías enriquecen y profundizan el texto, la peregrinación forestal por la vida. Se lucha con la soledad y con la desesperación, pero no se sucumbe porque la vida sale siempre victoriosa: “Yo miro un árbol de un verde múltiple, sometido a los aguaceros del aire y del espacio. Ya viejo, va a mendigar la luz allá arriba, molestado por otros follajes demasiado próximos, pero va, a pesar de todo. Desmoraliza a cualquier entendimiento del mundo” (p. 61). Al lado, contemplamos cómo el viento, invisible, dentro de una casa mueve unas delgadas y elegantes tallos con sus hojas, hierro transfigurado en pura belleza y energía, nada de naturaleza muerta, sino en efecto “still life”, vida en suspenso.
El libro, hermosamente editado, es en sí mismo una obra de arte. Se lee, ahora más que nunca, como “una guía forestal de la eternidad”, en palabras del autor (p. 11). Deplorando que “soportamos a todos esos que escriben haciendo ruido con palabras que sólo adornan”, como observa Pierre Bettencourt en el prefacio, se maravilla porque “es increíble poder escribir así para que reine el silencio” (p. 7).
No hay comentarios:
Publicar un comentario