Martínez Gordo, Jesús: Entre el Tabor y el Calvario. Una espiritualidad “con carne”. Ediciones HOAC, Madrid, 2021. 242 páginas. Comentario realizado por José Ignacio González Faus.
Vale la pena llamar la atención sobre este pequeño volumen que puede ser muy útil, por lo que dice y por la pedagogía con que lo dice. Jugando con los tres montes: el Tabor, el Calvario y el de las Bienaventuranzas (que los une a ambos) el autor procura tejer una espiritualidad que se confronte con otras cinco formas de espiritualidad. Una atea (comentando el precioso libro de A. Comte-Sponville al que cabe preguntar si no se ha quedo mirando asombrado la señal, sin mirar a donde remite esa señal). Otra centrada en “la mismidad” y su relación con lo que denominan Unidad o Realidad no dual. Y la que el autor llama expresamente no cristiana sino “jesucristiana” y “unitrinitaria” la cual, a lo largo de la historia, se desglosará en la espiritualidad ortodoxa y la latina.
El diálogo está hecho de forma totalmente integradora, recogiendo todo lo que el autor ve de positivo en cada postura e intentado completarla con lo que le falta. Y esto lleva claramente al tema de los pobres, presencia de Dios y vicarios de Cristo para un jesucristianismo unitrinitario. Un tema que se lleva buena parte del libro en un recorrido histórico. Esta es “la carne” que debe tener toda espiritualidad que no quiera quedarse en una especie de gnosticismo. Vale la pena un par de citas que, aunque un poco largas, dan buena idea de la orientación del libro: “hay verdades que, por mucho que molesten no se pueden poner entre paréntesis o descalificar como ‘ideológicas’, o como ‘resabios dogmáticos’ de los que liberarse cuanto antes para relacionarse con un Dios que ‘Océano de la unidad infinita’ o ‘sí eterno’, no tiene nada que ver con la cruz ni con los calvarios de todos los tiempos. La búsqueda de la paz interior es importante pero no al precio del olvido, descuido —y menos descalificación o desprecio— de la cruz o del monte de las bienaventuranzas” (p. 126). Una experiencia de Dios directa o “sin carne”… “no es racionalmente consistente entenderla como puerta que abre a la fusión con Él. Empeñarse en lo contrario constituye una obcecación con riesgo de incurrir en fundamentalismo” (p. 234). Por señalar alguna limitación, cabría decir que falta un desarrollo de la espiritualidad luterana de la justificación por la fe y que la fundamentación cristológica podría haber ido más allá de Nicea y Constantinopla I, hacia Éfeso y Calcedonia.
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