Benjamín González Buelta, El discernimiento. La novedad del espíritu y la astucia de la carcoma. Sal Terrae, Santander, 2020. 136 páginas. Comentario realizado por José Mª Fernández-Martos.
Lo veía venir hace meses: libro tenemos. Benjamín me hablaba como las jóvenes casadas a sus amigas: “Me parece que estoy embarazada”. Le pregunté si niño o niña. Me dijo que niño y que se llamaría, “Discernimiento”. El nombre no me entusiasmó, pero siendo suyo... Benjamín no escribe por escribir, sino como los profetas hablan a su pueblo: “Vete y dile a mi pueblo...”. Dios le comunica un mensaje oportuno y poco a poco se va tejiendo en su entraña.
Este libro nos llega de mano de tres verbos, infatigablemente conjugados por él en su ya extendida vida: mirar, escuchar, adorar. Con ellos, Benjamín, ausculta cada instante.
A Benjamín le ha gustado siempre pasear y más por calles polvorientas que por anchas y deliciosas avenidas o esmaltadas praderas. Su pasear debe más a su corazón alerta que a sus ojos o sus pies. Benjamín, no ve, mira con miramiento todo y todo lo que la vida le muestra. Como Isaías, lo que donde los curiosos de las azoteas (internet de la época) ven tan solo una “urbe estridente y ciudad divertida”, él “mira al que lo dispuso hace tiempo” (cf. Is 22, 1-11).
Ha escuchado de maestro de novicios (15 años), de provincial (9), de Instructor de Tercera Probación (9), de acompañante (todos). Benjamín no ha dado ni golpe. ¡Que pase otro u otra! Esa larga escucha le ha hecho agudo discernidor de las luces y sombras de todo ser humano y experto cazador de “raposas pequeñitas que destrozan nuestras viñas” (Cant 2, 15).
Y adorar: lo que Benjamín nos cuenta tiene el calor inconfundible de su cálida amistad con Jesús. No con cualquier Jesús, sino el amigo de viudas y sencillos y enamorado de semillas pequeñas, lirios y vuelos de pájaros. Poeta con entraña mística o viceversa.
Bueno, a todo esto y yo sin decir palabra del libro. Bueno, quizás presentando a la fuente del libro. Lo he dicho casi todo. Quien quiera aprovecharse de este denso y agudo libro tiene que mejorar la conjugación de los tres verbos de los que nació: mirar, dentro y fuera; escuchar dentro y fuera, y adorar al Dios de pasos quedos que habita en la “brisa suave” (1 Re 19, 12). Quien quiera un libro de autoayuda se puede ahorrar comprarlo. ¡Ojo con Benjamín! Te puede despistar con su gorra de pueblo, amable con su calvicie: no deja raposa viva. Basta meditar su enjundiosa glosa al salmo 25: pura y bíblica sabiduría.
Una palabra sobre su estilo cada vez más afinado y expresivo. Dos reparos: la parábola de la carcoma se la ha copiado a Jesús (cf. Mt 6, 19). El otro, que este libro lo escribió Benjamín medio dormido y sin gran trabajo. Más de la mitad del mérito es de Ignacio de Loyola en su texto de Ejercicios. Benjamín ha dado mil y pico tandas de Ejercicios: así cualquiera...
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