Cervera Barranco, Pablo: El peregrino de Loyola. La “Autobiografía” de San Ignacio, escuela de discernimiento espiritual. BAC, Madrid, 2017. 395 páginas. Comentario realizado por Enrique Climent Carrau.
En una entrevista (Religión en Libertad, 27 de noviembre de 2017), Carmelo López-Arias pregunta a nuestro autor si la obra que hoy comentamos es su libro más personal. La respuesta de Pablo Cervera es muy significativa: “He llegado a decir que este libro lo empecé a escribir a los 14 años. A esa edad hice mis primeros Ejercicios Espirituales ignacianos y el Señor me cautivó a través del santo de Loyola”. Esa fascinación por san Ignacio ha sido motor de muchas de las búsquedas vitales y de las experiencias religiosas y eclesiales de Pablo Cervera. Todo ello aparece en la obra que recensionamos: El peregrino de Loyola. En sus páginas hay mucha vida, la del peregrino cuya “autobiografía” se analiza detalladamente y la de nuestro autor, cuya pasión por el santo fundador de la Compañía es patente. El P. Manuel Ruiz-Jurado, S.J. en el prólogo, afirma: "Este libro nace del amor y devoción de Pablo hacia san Ignacio y de la convicción de lo que ha de ser un santo canonizado en la vida de la Iglesia: ejemplo e intercesión".
Ciertamente este libro nace de la pasión de su autor por san Ignacio, su figura y su espiritualidad. Pero además de devoción, hay mucha inquietud vital y mucha investigación. Doctor en Teología por la Universidad Gregoriana, licenciado en Filosofía por la Universidad de Santo Tomás y diplomado en Vida Religiosa por la Universidad de Letrán. Ha sido capellán universitario en las universidades Complutense y CEU-San Pablo. Fue director de la BAC. Es director de la edición española de la revista Magníficat y autor y traductor de innumerables libros… Y, sobre todo, Pablo Cervera conoce bien las fuentes ignacianas, las Constituciones, el Diario Espiritual y las cartas de Ignacio que mejor iluminan el texto de la Autobiografía.
El subtítulo de la obra nos indica cuál es la perspectiva desde la que el autor ha decidido situarse: La “Autobiografía” de San Ignacio, escuela de discernimiento espiritual. A través de diez capítulos se nos va mostrando con detenimiento y abundancia de saber espiritual –que no es sólo información, de la que el autor dispone con abundancia, sino de los posos de una experiencia vivida y rezada en la práctica de los ejercicios– el proceso ignaciano desde la conversión en Loyola, ‘un nuevo nacimiento’, a Monserrat, Manresa, Jerusalén, Barcelona, Salamanca, París… Lugares que fueron para san Ignacio etapas de un aprendizaje espiritual y profundamente humano, de lo que supone discernir la vida “sin determinarse por afección alguna que desordenada sea” [Ej 21].
La Autobiografía, no es una mera historia de Ignacio. El santo tardó mucho tiempo en decidirse a compartir con sus compañeros los recuerdos de su vida; cuatro largos años le costó al P. Nadal, a pesar de insistir en la importancia que tendría para sus hijos que les contara cómo Dios fue llevándole. A Ignacio solo esa razón le mueve a contar su vida. Narrar una historia transcendida por la actuación del Dios providente de la “contemplación para alcanzar amor”. Se trata más de una lectura «espiritual» que hace Ignacio treinta años después de su propia historia (con los ojos del Espíritu) de «cómo le fue llevando Dios». Cómo San Ignacio “va madurando, en un proceso de discernimiento, la decisión de mitigar los excesos, renunciar a protagonismos innecesarios… o la experiencia del fruto espiritual que sus conversaciones hacen en las personas que se acercan a él”. A través de cada uno de los diez capítulos se nos presenta la vida de san Ignacio como un viaje iniciático que posibilita al orgulloso caballero, “hombre dado a las vanidades del mundo” [Au 1], a alcanzar gracias tan definitivas como las recibidas junto al Cardoner por las que al peregrino le parecían todas las cosas nuevas [Au 30], o la visión de la Storta, verdadera “mutación en el alma”, nos dirá Pablo en su comentario.
La perspectiva elegida da a este comentario de la Autobiografía ignaciana una originalidad que la hace particularmente interesante. Al lector se le facilita una muy rica información de las fuentes ignacianas de las que dispone su autor y a través de sus páginas somos invitados a hacer nuestro el recorrido espiritual de Ignacio.
Pablo Cervera añade un segundo objetivo: quiere que el lector sea partícipe de esa aventura espiritual con el convencimiento de que “muchos elementos que aparecen en la vida de Ignacio, en tanto en cuanto son universales en el cristianismo, son de gran ayuda para todos nosotros”, y no solamente para los jesuitas. Con una inmensa erudición el autor se acerca a cada uno de los pasajes de la Autobiografía y extrae del texto ignaciano las consecuencias espirituales a las que apunta Ignacio. Así nos hace ver a través del texto estudiado (que pasamos como por un escáner) cómo aparecen las huellas de lo que más tarde conoceremos como las 'reglas para el discernimiento de espíritus', ‘para ordenarse en el comer’, ‘distribuir limosnas’, ‘escrúpulos’ o ‘para sentir con la iglesia’. En el texto de la Autobiografía así ‘radiografiado’ descubrimos la pedagogía, recomendaciones y características carismáticas de la misión, orientaciones de las Constituciones, etc. El lector es interpelado, exigido, invitado, a implicarse al hacer suyas las diversas experiencias espirituales por las que Dios guiará a Ignacio. Esta interpelación del texto ignaciano es decisiva para que la lectura se convierta en un auténtico diálogo espiritual, en una sincera conversación espiritual al modo ignaciano.
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