Rodríguez Olaizola, José María: La alegría, también de noche. Sal Terrae, Santander, 2008. 112 páginas. Comentario realizado por Mª Ángeles Gómez-Limón.
José Mª Rodríguez Olaizola, jesuita, no resulta, en modo alguno, alguien a quien sea especialmente necesario presentar. Miembro del Consejo de Redacción de esta revista Sal Terrae y otros equipos de reflexión, su formación teológica y sociológica, su experiencia pastoral y sus publicaciones sobre diversos temas de actualidad en teología pastoral hacen que se reconozca ya que tiene «palabra que decir» ante las preguntas que tantas veces acechan a los hombres y mujeres de nuestro tiempo.
En este caso se acerca a nosotros con un tema verdaderamente motriz en nuestras vidas y razón última de tantas palabras y acciones: la controvertida búsqueda de una felicidad que parece jugar al escondite y que sólo se resuelve en síntesis de contrarios, algo que se apunta desde el mismo título de la presente obra. La alegría, también de noche se inicia con una introducción: «Queremos ser libres. Queremos ser felices. Queremos tener algo sólido en la vida». Esta triple afirmación asienta el punto de partida del volumen, en el que se va a tratar no sólo de la libertad, de la felicidad y de lo que fundamenta la vida, sino, más aún, de lo que tienen que ver estos aspectos entre sí y de cómo se entienden unos a la luz de otros. Seguidamente, seis capítulos desarrollan la declaración de intenciones y tesis de fondo que se plantea en la introducción. El primero se ocupa de «Algunas tiranías sociales», clarificando en qué consiste la trampa del «tirano» y las tiranías sociales, entre las que destaca la del consumo y la belleza. El segundo capítulo –«La tiranía de la felicidad»– desarrolla más detenida mente lo que, a juicio del autor, es otra tiranía social. La describe evidenciando cómo frecuentemente se satisface la búsqueda de felicidad mediante sucedáneos como la euforia, el éxito y el placer, y se olvida que la vida es una historia de éxitos y fracasos, que incluye el sufrimiento, que no hay felicidad sin sentido y una dosis de rutinas y hábitos. El tercer capítulo, «Trampas y trampillas. La felicidad atrapada», tiene por objeto verbalizar –y también neutralizar– el poder de los Leitmotiv que nos bombardean: «¡Siente!»; «¡Todo es mentira!»; «¡Nada es para siempre!»; «¡Vive al día!»; «No limits!»; etc. El siguiente capítulo, «Felicidad para todas las estaciones», responde, ya específicamente, al título de la obra. Desde diversos epígrafes va desgranando una idea fundamental: «la trampa sería creer que uno sólo puede ser feliz en los momentos luminosos [...]. Cabe un gozo que mantiene su empuje incluso cuando lo que nos brotan son lágrimas por las heridas que la vida nos va infligiendo» (p. 62). Continúa avanzando el autor, y en el capítulo quinto–«Llaves y puertas abiertas. La feli cidad liberada»–, partiendo del necesario diálogo entre corazón y cabeza y la constatación de que «vivimos historias, no momentos», se invita al lector a aprender de toda experiencia de limitación y debilidad, poniendo como testigos de ello a los que él llama «iconos de la alegría» (Nelson Mandela, Teresa de Calcuta, Pedro Arrupe...). El último capítulo, «La felicidad evangélica. Desde la fe...»–, como su título indica, no sólo ofrece una hermosa síntesis de la alegría a la luz del Evangelio, sino que, en cierto modo, da respuesta y concentra las líneas de fondo que han venido articulando internamente la obra. La conclusión –«Feliz vida» es un auténtico canto a la «dicha capaz del llanto y la risa» (p. 108) que, libre de todo, hasta de la tiranía del tener que «estar bien», elige vivir amando, vivir dando, dándose, como el recurso más seguro para que nadie nos pueda quitar esa alegría. «Porque –concluye Rodríguez Olaizola– la vida puede ser Vida. ¿Y quién querría vivirla a medias?» (p. 111).
De lectura agradable y fluida, el autor acierta en presentar sus reflexiones dirigiéndose periódicamente a un tú que hace que el lector se sienta implicado personalmente en un tipo de diálogo que nos afecta. Hábil en las descripciones y en el dibujo de situaciones, a veces nos resulta excesivamente rápido en las respuestas que ofrece a los problemas planteados, quizá porque sería de nuestro gusto ahondar más en ese «también de noche» hacia donde apunta el contenido de la obra, y que es donde nos jugamos, no ya el tema de la felicidad o de la alegría, sino el de esa otra cara de las mismas que es el sentido y la dignidad última de la condición humana.
Sugerente, a veces provocativo, intuitivo y lúcido, Rodríguez Olaizola invita a desmontar los tópicos sobre la felicidad recordándonos algo que no queremos creer porque supone una radical responsabilización sobre lo que no deja de ser una tarea vital: la alegría también habita en la noche; la alegría verdadera es la que nada ni nadie nos puede quitar, por que encuentra su fuente más adentro y nace de la experiencia pascual, por más antropológica que ésta sea. De ahí que no podamos por menos que evocar, a la par de las páginas comentadas, el apólogo de la Perfecta alegría de Francisco de Asís, que tanto recuerda al espíritu de las bienaventuranzas.
Finalmente, indicamos que nos parece una reflexión valiosa, de lectura aconsejable para tantas personas que se desconciertan a la hora de plantear sus búsquedas personales. Entre las diversas afirmaciones recogidas en la obra, cerramos nuestra reseña con una de ellas en la que se condensa buena parte de la tarea que Olaizola nos recuerda: «Una lección curiosa de la vida es que, aunque uno aspira a ser amado, lo único que está en nuestra mano es amar [...]. Muchas frustraciones y heridas arrancan de la exigencia asociada al amor. En realidad, si fuéramos capaces de vivir el amor desde la libertad, ello nos haría muy dichosos. Sin estar atados a una respuesta» (p. 65).
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