Salto Sánchez del Corral, Ana: La dignidad humana. Dignidad de la mujer. PPC, Madrid, 2007. 172 páginas. Comentario realizado por Rosario Paniagua.
La primera parte quiere fundamentar la dignidad humana de la mano de Hannah Arendt, buscando explicitar la dimensión creyente de esa dignidad.
La segunda parte se centra en la dignidad de la mujer, de la mano de otras dos grandes mujeres del siglo XX, Simone de Beauvoir y Edith Stein, en un intento de escuchar voces femeninas altamente cualificadas que reclaman el debido lugar de la dignidad femenina.
La autora, Ana Salto, se presenta a sí misma «desde su experiencia de esposa y ex-esposa, de madre y de docente». Licenciada en Filología Semítica y en Ciencias Religiosas, ejerce su profesión docente en un Instituto de Enseñanza Media de Madrid, desde el que anima la asociación «Somos Mediterráneo», para tender puentes de unión entre alumnos de las culturas cristiana y árabe.
Para Hannah Arendt, filósofa y politóloga judía (1906-1975), «nada hay más grande que ser verdaderamente humanos». Ella intervino desde la teoría y desde la praxis en los problemas de su tiempo: la realidad nunca la dejó indiferente. Su denuncia del mal y la llamada urgente a salvaguardar la dignidad humana, la dignidad de la mujer, recuerda la voz de los profetas del pueblo judío, al que ella pertenecía. Con la creación del hombre se creó el principio de la libertad; que el hombre sea capaz de acción significa que cabe esperar de él lo inesperado; el error del materialismo consiste en pasar por alto la revelación que los hombres hacen de sí mismos como distintas y únicas personas. Para Arendt el pensamiento es la quintaesencia del estar vivo, de manera que una vida sin pensamiento no logra desarrollar su esencia.
Hannah Arendt es un magnífico ejemplo de cómo la vida y su defensa pertenece a toda conciencia humana que aspire a la verdad y esté atenta y preocupada por la suerte de la humanidad. Ella quiso reconciliar al ser humano con la vida y quiere, desde su palabra profética, contribuir a una cultura de la vida. Ésta es su aportación fundamental a la humanidad.
Simone de Beauvoir, filósofa existencialista y escritora (1908-1986). Su obra El segundo sexo es considerada un hito en el proceso de reivindicación de la dignidad humana y de los derechos inherentes a la misma por y para las mujeres. Sus principios han sido incorporados a las políticas de igualdad europeas, y las diversas corrientes del feminismo se consideran deudoras de esta filósofa del siglo XX. El libro marca el rumbo del feminismo, pues aborda el problema de la condición femenina en la sociedad occidental desde una perspectiva totalizadora: histórica, cultural, antropológica, psicológica, biológica y metafísica.
Sostiene que la mayoría de las mujeres han estado privadas de una existencia autónoma, siendo así que la mujer puede, si ella quiere, avanzar por el camino de la liberación. Sostiene que el lugar de la mujer es el punto de vista idóneo para tratar la condición femenina. Hay que reivindicar para la mujer todos los derechos y oportunidades propios de cualquier ser humano, con independencia de su condición de mujer. Beauvoir mostró auténtica admiración por Teresa de Jesús, Catalina de Siena y Juana de Arco, por la firmeza viril que pocos hombres han alcanzado.
Edith Stein, filósofa, teóloga y pedagoga (1891-1942). Desde su juventud fue defensora de los derechos de la mujer, y en el ambiente universitario formó parte de grupos femeninos para reivindicar tales derechos. No tuvo posibilidad alguna de acceder a una cátedra, debido a su condición femenina, pero gracias a su petición a favor de las mujeres se consiguió «abrir» la puerta a las mujeres en las universidades (1919). Desde 1929 desplegó una intensa actividad como conferenciante sobre la cuestión de la mujer. No se puede hablar de un dominio del hombre sobre la mujer, que es denominada compañera del hombre, con el que se unirá para formar una sola carne, en plena armonía, sin predominio del uno sobre el otro. A la mujer le corresponden los mismos bienes que al varón. Estos dones son la capacidad de conocer/saber, de poseer/gozar, de crear/configurar. Mantiene que el valor propio de la mujer se fundamenta en la especificidad femenina, y reclama el valor de la mujer para la comunidad desde su sensibilidad social. Edith es feminista en cuanto pionera en la lucha por la defensa de la dignidad humana de la mujer y en la reivindicación de la igualdad de sus derechos respecto del varón.
Desde su conversión se mantuvo muy fiel al Magisterio de la Iglesia, aunque introdujo una perspectiva feminista innovadora de reivindicación de la igualdad fundamental de la mujer con el varón. Inauguró una hermosa teología feminista del laicado, acción genuinamente femenina de la solicitud por lo humano concreto. Para ella la actividad en medio del mundo exige un anclaje en el conocimiento y amor a Dios a través de una relación íntima y constante con Él. Juan Pablo II consideró ejemplar la contribución de Edith a la promoción de la mujer, en lo cual desempeñó un papel muy significativo. Como religiosa, abrió nuevos caminos para la vida contemplativa femenina, que no debe identificarse sólo con el trabajo manual, y no se puede equiparar la humildad con el no saber: la ignorancia, la no realización de una persona, supone un hueco insustituible en la historia de la humanidad.
En síntesis, estas tres mujeres han sido muy representativas en la defensa de la dignidad de la mujer, contribuyendo desde sus intuiciones a una cultura de la vida donde se sitúan en paridad de condiciones los hombres y las mujeres, conservando la especificidad de los géneros. El reconocimiento y realización de la dignidad de las mujeres debe traducirse en el libre ejercicio de aquellas virtudes y valores propios, adquiridos a lo largo de la historia, que pueden y deben ser sus mejores aportaciones al mundo contemporáneo. Se trata, pues, de feminizar la sociedad, haciendo más públicos y prevalecientes en una nueva humanidad los valores de las mujeres. La inteligencia cordial que han desarrollado las mujeres tiene mucho que aportar al discurso de la dignidad humana, porque llega a descubrir lo que da sentido y valor al ser humano. Reinterpretar la feminidad supone reinterpretar la masculinidad y permite desplegar lo que se ha reprimido en ella, es decir, liberarla.
La teología feminista refleja no sólo el acceso de las mujeres al conocimiento de la teología, sino también la conversión de éstas en sujetos activos del quehacer teológico. En el discipulado de iguales suscitado por Jesús, María desempeña un papel primordial, ofrece una visión dignificante de lo femenino y un modelo de discipulado válido para hombres y mujeres. La figura de María no debe presentarse como modelo de sumisión, sino, por el contrario, como arquetipo de mujer y de creyente en la Iglesia, que pide el respeto y la valoración de lo femenino dentro de la misma.
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