Ramón Carbonell, Lucía: Queremos el pan y las rosas. Emancipación de las mujeres y cristianismo. Ediciones HOAC, Madrid, 2010. 228 páginas. Comentario realizado por Tere Iribarren.
Como dice González Faus en el Prólogo, «el que leyere esta obra de Lucía Ramón se va a encontrar muy bien, porque la autora se mueve con soltura, con información, con simpatía y sin abandonar un cierto esquema narrativo que nos permite comprender que la historia de la lucha de las mujeres por la liberación no es una moda pasajera, sino que viene cociéndose lentamente y desde lejos, tal como se gestan muchos pasos adelante en la evolución de la materia y de las especies».
Me ha gustado el título, porque las mujeres desde siempre hemos querido a la vez el pan y las rosas, y no hace falta tener grandes conocimientos literarios ni sociales ni científicos para reconocerlo; y a la vez «hemos sabido dar juntos el pan y la rosa». Ya lo dice Neruda en los versos del gran capitán: «quítame el pan si quieres... no me quites la rosa...».
El título apareció en una pancarta como lema de las reivindicaciones de las mujeres en una fortísima huelga textil en la ciudad de Lawrence, Massachusetts (USA). Estas mujeres no sólo reclamaban sus derechos como trabajadoras. Con estas palabras expresaban su exigencia de una vida digna y una justicia que fuera más allá de la justicia del pan que garantizaba la mera supervivencia. Demandaban una justicia de las rosas que incluyera también el derecho de toda persona a ser algo más que una bestia de carga, a disponer de lo necesario para desarrollar sus capacidades y su creatividad, con el fin de lograr una vida plena. Exigían el derecho a gozar de todas las dimensiones y bellezas de la vida que están más allá de las relaciones de trabajo.
Estas obreras, que pedían rosas además de pan, anticipaban la reivindicación actual de trabajar menos para trabajar todos y vivir más y mejor. Desde su condición de mujeres, conscientes de que el tiempo de la vida está lleno de otros tiempos no laborales, ampliaban el marco reivindicativo e introducían una nueva perspectiva en el ámbito de la lucha por la justicia y la dignidad humana. La idea del «pan» nos remite a la justicia económica, a la igualdad de oportunidades para hombres y mujeres, a la redistribución. Pero las «rosas» son una invitación a ir más allá, a ampliar nuestra concepción de la justicia, que debe incluir también las dimensiones de reconocimiento, representación, autonomía, reciprocidad y creatividad.
Me parece interesante cómo profundiza el libro en la justicia como reconocimiento, que supone tratar a las mujeres como seres humanos de pleno derecho, iguales a los hombres en dignidad, capacidades y derechos, y que implica afirmar el derecho de las mujeres a gozar de las bellezas de la vida y el compromiso ético y político por hacer lo viable. Trabajar sin reconocimiento y sin valoración es trabajar en la oscuridad.
Lo mismo hace al tratar la justicia como representación, que supone la presencia y la participación de las mujeres en todos aquellos ámbitos donde se producen los discursos cualificados y se toman decisiones que afectan a sus vidas en pie de igualdad, con voz para deliberar y voto para decidir.
El libro se divide en dos partes:
En la primera se analiza la violencia doméstica como una forma de violencia de género donde anida la convicción de la superioridad de los hombres y su objetivo de mantener las relaciones de poder. Dedica un capítulo a los movimientos de mujeres con conciencia feminista, que constituyen una innovación social, política y espiritual que está contribuyendo a cambiar la realidad en muchos lugares del mundo.
La segunda parte de este libro describe la emancipación de las mujeres como sujetos de transformación social, religiosa, ética y política desde las claves de las teologías feministas. Pone de relieve la visión tradicional de las mujeres en la teología y en la historia del cristianismo, que las ha considerado más como sujetas o necesitadas de sujeción que como sujetos, y la contrasta con los nuevos enfoques de las teologías feministas cristianas.
Señalo como capítulo central el de La mujer enderezada por el encuentro personal con Jesús de Nazaret, que provoca una experiencia transformadora de emancipación, liberación, plenitud y creatividad en aquellas personas que la acogen y deciden emprender su seguimiento radical.
Jesús, mediador de una experiencia del Dios de la Vida, un Dios que es garante de la justicia y que quiere el bien y la felicidad de todas sus criaturas, especialmente de las más excluidas, despreciadas, oprimidas y humilladas. Dios levanta del polvo de la opresión a las personas, les reconoce su valor y su dignidad y las eleva a la condición de nuevas criaturas.
Y transcribo el deseo de Lucía al escribir el libro y al publicarlo, que dice así: «No es un libro estrictamente teológico, o de teología feminista. Está pensado para que lo puedan leer todas las personas y especialmente las mujeres y los varones que tienen inquietudes por el trabajo por la justicia, la lucha de las mujeres por la igualdad, y especialmente contra la violencia de género. Es un libro que quiere penetrar en espacios no estrictamente teológicos y contribuir desde una perspectiva cristiana, eclesial, y de los movimientos de mujeres cristianas, a los debates en torno a estos temas, en los que rara vez se escuchan nuestras voces».
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