Némirovsky, Irène: Suite francesa. Salamandra, Madrid, 2005. 480 páginas. Traducción de José Antonio Soriano Marco. Comentario realizado por Jorge Sanz Barajas.
¿Qué decir de un libro que permanece escondido en una maleta durante seis décadas, que no ha perdido un ápice de actualidad y que día a día gana lectores? Suite francesa, de Irène Némirovsky, fue escrito antes de 1941, sólo sus hijas supieron de él hasta 2004 y su prestigio no ha dejado de crecer en un goteo incesante de ediciones que corre paralelo al «boca a boca» con que los lectores lo recomiendan.
El libro narra un asunto espinoso: la vergonzante huida de los franceses durante la ocupación alemana en 1940. La mirada procede de una rusa expatriada, de condición judía, convertida al cristianismo, que ha tomado la firme decisión de no huir más y contempla perpleja los turbios reflejos de la condición humana. Suite francesa es un libro apasionante, pero la historia de su transmisión no desmerece. Se trata de un material en carne viva, escrito sin tiempo alguno para digerir las emociones directas que su autora estaba experimentando; el libro es impactante y físico. Irène Némirovsky lo cuajó sin apenas medios: escrito con letra minúscula por el miedo a quedarse sin tinta o papel, Suite francesa es un emblema de crisis.
No era el primer exilio de Irène: nacida en Kiev en 1903 e hija de un poderoso banquero ruso, hubo de dejar Moscú tras la Revolución; vivió el París de entreguerras con pasión adolescente. De confesión judía, aprendió ruso, francés, yiddish, polaco, finés, inglés y vasco. Sufrió el desarraigo de país, padres y lengua natal. Quizá fuera la ausencia de una madre distante y cruel lo que marcó la mirada de Irène: en su infancia habitó en Ucrania, Biarritz, San Juan de Luz, Crimea, San Petersburgo… Territorios que dejaron tan profunda huella como la lectura de Turgueniev, Gogol o Dostoievsky. Menos huella le dejó su madre: alojada en caros hoteles, manda a la nodriza y a la pequeña Irène a pensiones baratas. La distancia es la lente con que Irène mira el mundo: nada es lo que parece si lo miras bien. «¡Eso que vosotros llamáis éxito, victoria, amor u odio, yo lo llamo dinero!», escribe en una de sus primeras novelas.