Dos cosas me llamaron la atención de este libro cuando buscaba algo que regalarle a Cristina. En primer lugar, la autora. En segundo lugar, el título.
A Irène Némirovsky ya la conocía de años atrás, tras la publicación en España de su Suite francesa, libro que me maravilló por su realismo y por la capacidad que mostraba la autora de plasmar situaciones y personajes en el contexto de la invasión alemana de Francia, en la Segunda Guerra Mundial. Igualmente, la propia vida de Némirovsky me llamó poderosamente la atención. ¿Cómo es posible que esta mujer, que vivió en circunstancias tan adversas, hubiera sido capaz de escribir tantas novelas y tan brillantes, teniendo en cuenta que murió a los 39 años? Efectivamente. Toda su vida fue una continua huida. Nacida en Kiev en 1903, huyó de Rusia con su familia tras la revolución bolchevique de 1917. Los Némirovsky, que poseían una inmensa fortuna, se establecieron en París en 1919. Allí Irène obtuvo la licenciatura en Letras en la Sorbona. En 1929, envió su primera novela, David Golder, a la editorial Grasset sin incluir su nombre ni su dirección por miedo al fracaso. El editor se las tuvo que ingeniar para localizar a la autora. Desde ese momento, Irène Némirovsky tuvo una brillante carrera como escritora. Sin embargo, el 13 de julio de 1942 fue detenida por los gendarmes franceses y deportada a Auschwitz. Allí fue asesinada igual que su marido. Pero dejó a sus hijas una maleta que estas conservaron durante muchos años. En ella se encontraba el manuscrito de Suite francesa, que en 2004 revolucionó el mundo editorial, y que se ha llegado a traducir a 39 idiomas. En castellano, que yo tenga constancia, se han publicado ya nueve novelas de esta autora, todas ellas en Salamandra.
Como dije anteriormente, la segunda cuestión que me llamó la atención fue el título: Jezabel. ¿Némirovsky se centra en el personaje bíblico?, me pregunté. Esto me recordó que hace muchísimos años, siendo yo adolescente, leí un libro cuyo título era: Jezabel, el precio del pecado, escrito por Frank G. Slaughter (reconozco que las historias de la Biblia me encantan). Esta novela se basa en el relato bíblico de 1 Reyes 16, 18, 19, 21; y 2 Reyes 9 (os invito a que lo leáis, no tiene desperdicio). En él se narra la historia de Jezabel, mujer del rey Ajab, rey de Israel, cuyos extraños ritos acaban atrapando al rey para que abandone a Yahvé y se convierta al dios Baal, y que inicia al pueblo en los secretos de Astarté, seduciéndole a través de la fiesta sexual al goce de la carne. Para lograr su objetivo, trata de matar a todos los profetas de Yahvé, incluido el profeta Elías. Su fama de despiadada y de prostituta (para ella, el fin justificaba los medios) fue una gravísima ofensa para los sectores más tradicionales de Israel (como es obvio). Tras la muerte de Ajab en combate, estos sectores de oposición, a cuya cabeza se encontraba Elías, cobraron aún más fuerza gracias a la incorporación de Jehú, uno de los generales de Ajab. Mientras se encontraba en Yizreel, Jezabel, tras maquilarse el rostro, se asomó a la ventana para tratar de seducir a Jehú. Pero este había ordenado que la arrojaran al vacío, y cuando los servidores de Jehú se acercaron a recoger su cuerpo para sepultarlo, tan solo encontraron el cráneo, las palmas de las manos y las plantas de los pies, cumpliéndose la profecía de Elías, según la cual los perros se comerían la carne de Jezabel en Yizreel.
Como podéis comprobar, la historia tiene su miga. Pero, ¿qué relación puede tener el personaje bíblico con la novela de Némirovsy? Lo cierto es que Jezabel, desde entonces, se ha convertido en un símbolo de perversidad femenina, y en representante del mito de la eterna juventud aplicado a las mujeres. En este punto es donde encontramos la relación entre Gladys Eysenach (la protagonista de la novela de Némirovsky) y Jezabel. Y tengo que reconocer que no deja de impresionarme cómo la autora penetra en la psicología del personaje y cómo la actualiza en la Europa del período de entreguerras.
Irène Némirovsky, la autora. |
Hace unos días, en la homilía de las bodas de plata de unos amigos, el sacerdote -que también es amigo- decía que realmente solo existe un pecado: el pecado del desamor. Y que este pecado suele comenzar por dirigirse a uno mismo y después a los demás. Desde luego esta novela corrobora punto por punto esta visión de mi amigo sacerdote. Es más, cada día estoy más convencido de que el mal se produce cuando uno se mira al espejo y no le gusta lo que ve. Cuando tu autoestima, la visión que tienes de ti mismo, se deteriora, surge la proyección en los demás, la envidia, los malos rollos... Cuando una persona hace daño a otra, nos tendríamos que preguntar hasta qué punto puede estar deteriorada su autoimagen, que necesita llegar a ese extremo para repararla. Pero no quiero entrar en cuestiones psicológicas profundas. Gladys Eysenach, la Jezabel del siglo XX, también entendió que el fin justifica los medios. Y un fin absolutamente egoísta te lleva a un final trágico. No cuento más, que no os quiero reventar la novela.
Novela brillante, bien pautada y narrada, se puede leer de un tirón. A partir de un punto determinado (en mi caso, cuando la hija le pide permiso a su madre para poder casarse), ya no puedes parar de leer. El final es esperable, aunque yo apostaba por otro. Así pues, muy recomendable su lectura. Némirovsky se ganó su fama a pulso.
Hace un par de años leí con enorme gusto el libro Irène Némirovsky "Suite francesa". Me sorprendió el relato de la burguesía parisina huyendo de la invasión nazi. Y también la trágica historia de la autora.
ResponderEliminarAl ver este comentario de Javier sobre esta otra novela de Némirovsky estoy ya deseando hacerme con ella. Gracias por la recomendación
Gracias a ti, Juan Carlos.
ResponderEliminarEste libro es bien distinto al de "Suite francesa", pero te va a encantar. Seguro. Tanto por la plasmación del contexto histórico como por la profundidad de los personajes.
Un abrazo muy fuerte.