Jiménez Ruiz, José María: Vivir en familia. Un mapa para caminar en pareja y convivir. Acento, Madrid, 2003. 238 páginas. Comentario realizado por Paco Alonso.
El autor es Catedrático emérito de Filosofía de Instituto y ha colaborado como terapeuta familiar en el “Teléfono de la Esperanza”.
Paco Alonso también es Catedrático emérito de Filosofía de Instituto. Es amigo del autor. Participa en los grupos de matrimonios de la parroquia Santa María de la Esperanza, que llevan los agustinos de Valdeluz en la Ciudad de los Periodistas, en Madrid. Junto con su mujer, también coordina y dirige los cursillos prematrimoniales que se dan en esta parroquia. De ahí surge mi amistad con él, del trabajo conjunto realizado desde hace ya varios años. (Nota del administrador)
El autor es Catedrático emérito de Filosofía de Instituto y ha colaborado como terapeuta familiar en el “Teléfono de la Esperanza”.
Paco Alonso también es Catedrático emérito de Filosofía de Instituto. Es amigo del autor. Participa en los grupos de matrimonios de la parroquia Santa María de la Esperanza, que llevan los agustinos de Valdeluz en la Ciudad de los Periodistas, en Madrid. Junto con su mujer, también coordina y dirige los cursillos prematrimoniales que se dan en esta parroquia. De ahí surge mi amistad con él, del trabajo conjunto realizado desde hace ya varios años. (Nota del administrador)
Este libro va dirigido
a quienes, viviendo en pareja, buscan pistas para entender qué les pasa y por qué
les pasa y, muy especialmente, a aquellos padres y madres más jóvenes, que se
sienten confusos; a quienes, queriendo profundamente a sus hijos, no saben cómo
actuar o descubren que se están equivocando. También pretende ofrecer un mapa a
todos los padres y madres que sienten la angustia de sus propias
incertidumbres, un mapa en el que puedan encontrar algunas indicaciones de
provecho para mejorar sus relaciones de pareja y para hacer frente al complejo
empeño de ser padres, buenos y competentes padres.
El
entusiasmo inicial de quienes se
proponen compartir su existencia tiende a desinflarse cuando los primeros
nubarrones oscurecen los soles de enamoramiento originario, cuando surgen los
primeros problemas y nos encuentran desnudos de técnicas de resolución de
conflictos, cuando no existen habilidades para negociar las diferencias, cuando
la comunicación se empobrece porque no roza para nada el mundo de los afectos y
los sentimientos, cuando los retos que plantea la educación de los hijos acaban
por desequilibrar el sistema conyugal, cuando, en fin, no se es capaz de crecer
y madurar juntos o se permite que la relación se estanque, se instale en el
estío y plante sus tiendas en una mortecina mediocridad.
La familia
La familia
La familia es percibida por una inmensa mayoría
como un referente de seguridad y como el espacio vital que ofrece más
incondicionalmente aceptación, apoyo y solidaridad en los momentos en que las
dificultades arrecian. La familia se alza como la principal valedora del
bienestar de quienes la integran. Es el ámbito más seguro de protección a la
intimidad. Es el espacio de la solidaridad, del amor gratuito y desinteresado,
del sacrificio por los otros hasta el mismo olvido de uno mismo, el mejor foro
de diálogo y de reflexión sobre los anhelos y los miedos, los proyectos comunes
y los problemas que, inevitablemente, van surgiendo en su seno.
Existen nuevos modelos
de familia, nuevos retos y viejos desafíos. Las relaciones deben basarse en el
respeto y en el reconocimiento incondicional de su radical igualdad, la
convivencia en la que la corresponsabilidad sustituya a la dependencia, la
igualdad a la sumisión y el diálogo a cualquier forma de imposición.
Varón y mujer son
igualmente responsables de hacer de la sexualidad un encuentro gratificante y
lo más plenamente humano.
La dignidad de la mujer
implica que esta sea tratada como compañera y nunca como objeto sexual; exige
que el intercambio amoroso esté cimentado sobre criterios de igualdad, respeto
exquisito y consideración.
Ni la maternidad ni la
responsabilidad del hogar pueden vivirse en soledad. Cuando se ha compartido el
gozo de traer un hijo al mundo, debe igualmente compartirse la responsabilidad
de su desarrollo.
Los hijos son fruto de
la decisión libre y consciente de sus padres. A veces al niño se le asigna el
lugar de preeminencia en torno al cual gira toda la vida familiar. Sobreprotección
y propósito de que el niño disfrute de todo aquello de lo que carecieron sus
padres. La sobreprotección empuja a muchos padres a mantener con los menores
actitudes y comportamientos de una blandura extrema, a pretender evitarles el
más mínimo trabajo, a no tolerar que sufran las carencias, a renunciar a
cualquier tipo de exigencia
La búsqueda de la
felicidad y el amor es actualmente la razón primera del matrimonio. El amor es la
piedra angular sobre la que se sustenta el edificio del matrimonio.
La comunicación
La comunicación
Escuchar implica el proceso voluntario
de conectar con el mundo de quien nos habla para tratar de comprenderlo. Supone
la decisión de no evaluar, de no juzgar, de no criticar… la intención de
liberarse de los ruidos que en forma de prejuicios o de ideas irracionales se
hacen presentes y distorsionan los mensajes que nos llegan de nuestro
interlocutor. La viabilidad de una pareja y de una familia depende básicamente
de las pautas de comunicación que se establezcan entre sus miembros. A veces se interpreta el
diálogo como una forma de imponer los propios criterios, de descalificar
sistemáticamente los ajenos y de emitir juicios sumarísimos respecto a las
opiniones que no coinciden con las que cada uno defiende. Dialogar con el
marido, la mujer o los hijos no equivale a vencerlos, o, en caso contrario, a
salir derrotado. Un buen diálogo no debe generar la conciencia de victoria o
derrota. La función del diálogo es contribuir a resolver los lógicos problemas
que la convivencia acarrea y propiciar el hallazgo de salidas que pueden ser
aceptadas por la mayoría. Una comunicación sincera en el contexto familiar
estimula la búsqueda de principios de acuerdo y aleja de las relaciones el
despecho y la hostilidad que se acaban generando cuando uno se siente ignorado,
minusvalorado o derrotado.
La comunicación
“mutual” se caracteriza por ser duradera y al mimo tiempo flexible e implica el
compromiso de su modelación a medida que lo demandan las circunstancias. Las
familias que se comunican según parámetros de mutualidad se aceptan y hasta
alientan los intereses divergentes que pueden existir entre ellos y no prohíben
que estos se expresen abiertamente. Las diferencias son aceptadas, respetadas y
hasta alentadas.
La comunicación
“pseudomutual” es una relación falsamente complementaria, en la que las
personas implicadas se someten al mito de la unidad, renunciando a expresar
desacuerdos y hasta desdibujando, para evitar posibles conflictos, los perfiles
del propio yo. No se admiten las diferencias, ni se toleran las discrepancias.
Cualquier desacuerdo en un determinado contenido, político, religioso o de
cualquier otra índole, es contemplado como una amenaza para la relación.
Cuando en una relación
surge el desacuerdo, no queda otra alternativa que la negociación. Negociar es
tener la capacidad de aproximación a los puntos de vista del otro y de abandono
de algunos de los propios que, inicialmente, parecían irrenunciables.
Para que la
comunicación de la pareja constituya una experiencia viva y rica que refuerce
la relación y garantice su futuro hay que expresar los sentimientos, los
afectos, las emociones. El amor debe ser expresado. El diálogo de la pareja requiere no solo opiniones y
reflexiones, sino sobre todo expresión de sentimientos, experiencias personales y vivencias íntimas que, al ser ofrecidas
gratuitamente a las personas queridas, nos ayudan a mantener viva una relación,
a enriquecerla y a hacerla más próxima y más cordial.
Los límites en las relaciones familiares
Los límites en las relaciones familiares
José María Jiménez Ruiz |
La vida de cualquier persona, nuestra vida, necesita espacios propios, parcelas privadas en las que moverse y en las que crecer. Una familia sana no violenta jamás el sagrado mundo íntimo de los individuos. Nuestros hijos no son un apéndice de nuestro yo, una prolongación de nuestra subjetividad. Tampoco una segunda oportunidad que nos brinda la vida para corregir errores y liberarnos en ellos de nuestros fracasos y de nuestras frustraciones. Los hijos no son nuestros. Cuando queremos a los hijos de forma no posesiva, les expresamos confianza en sus capacidades y en sus posibilidades de ser y de hacer, les estamos transmitiendo el mensaje tranquilizador de que nada deben hacer para merecer nuestro amor. Basta con que sean ellos.
Cuando llegan los hijos
es justamente el momento en que los esposos deben reforzar sus lazos, buscar
ocasiones para estar juntos a solas, multiplicar los momentos en que se aporten
sostén emocional y apoyo psicológico, complementarse y ofrecerse refugio frente
a las situaciones estresantes externas, fomentando el mutuo conocimiento, la
creatividad y el crecimiento personal. La relación de la pareja es anterior a
la paternidad.
El oficio de ser padres
El oficio de ser padres
Hay
que asumir sin restricción alguna y sin complejos el ejercicio de la
parentalidad. No hay que dar la espalda a las responsabilidades que se contraen
al traer un hijo a este mundo. Los hijos no son cuestión de buena o mala suerte. Algo tiene
que ver en su mayor o menor equilibrio psicológico y en su mayor o menor fuerza
moral el tiempo que les dedicamos y la atención que les prestamos. Los
padres deben ejercer la función normativa que les exige establecer pautas de
convivencia, les obliga a decir “no” y a poner unos límites que no pueden autoimponerse los hijos. Estos
necesitan normas y referencias con las que entrar en relación dialéctica para,
aceptándolas en unos casos o discutiéndolas en otros, ir configurando los
propios modelos de conducta y hasta de identidad personal.
Cuando ayudamos a nuestros hijos a
verse en positivo estamos contribuyendo a que estos alcancen el éxito en su
vida personal. Hay
que reconocer la individualidad de cada uno de nuestros hijos, aceptar a
cada uno como creación única, que guarda dentro de su alma todo el potencial
que le puede permitir realizarse como autónomo y libre. Hay que quererlos por
lo que son, nunca por lo que hacen. La valoración no puede venir condicionada
por el éxito o fracaso de las actividades que podamos emprender. Los padres debemos actuar como modelos. Debemos transmitir a nuestros hijos valores. No les hurtemos un horizonte de transcendencia, no excluyamos de
sus vidas la posibilidad de enfrentarse a preguntas radicales sobre el sentido
y el fundamento de todo cuanto existe. La formación moral
sólo será eficaz si hunde sus raíces en la fuerza del propio ejemplo.
Mejorar la vida en pareja y la convivencia familiar
Mejorar la vida en pareja y la convivencia familiar
Para que una pareja
mantenga viva su relación afectiva y para que una familia conserve su
funcionalidad es imprescindible la disponibilidad para no escabullirse del
esfuerzo, ni esconderse cuando ello pueda ser preciso ante algún tipo de
sacrificio.
La comida como pretexto para el encuentro y el diálogo personal
es muy importante en la convivencia personal, así como compartir la fiesta y el
tiempo libre, preparar las vacaciones. Celebrar acontecimientos es un modo de
decir “te quiero”, es valorar y sentirse valorado y esto ayuda a crecer.
Compartir esperanzas y
alimentar ilusiones comunes es un aspecto fundamental de cualquier modelo
familiar que quiera ser satisfactorio. Sólo las familias que mantienen
despiertas sus ilusiones, que saben mirar al futuro, que logran mantener la
alegría de vivir, que son capaces de fijar sus miradas en un horizonte esperanzador,
encuentran los recursos con que hacer frente a las dificultades que les
aguardan en cada recodo del camino. Y siempre estar dispuestos a perdonar,
excusar los fallos.
El amor es una
experiencia plenificante que puede llenar de sentido toda una vida. Pero hay
que tener los sentidos y el corazón abierto para acogerlo; disposición y
sensibilidad para mimarlo, para cuidarlo, para recrearse en él y para
acrecentarlo. El amor es auténtico cuando integra la atracción física con la
voluntad de querer y el aprecio de valores espirituales que el tiempo no puede
destruir. El amor verdadero supone voluntad de conocerse en profundidad,
propósito de madurar juntos, decisión de cultivar en equipo la sensibilidad, la
ternura, la comunicación del corazón. Amar es comprometerse, es ofrecer gustosamente la propia fidelidad,
es saber cimentar la vida en común sobre ese conjunto de pequeñas lealtades que
adquieren su justa relevancia cuando descubrimos que las renuncias que puede
implicar un amor comprometido y fiel son cien veces compensadas por la riqueza
de una relación que llena de sosiego el alma e inunda de gozo el corazón.
Pautas que pueden ayudar a mantener el amor y alejar los riesgos de ruptura
Pautas que pueden ayudar a mantener el amor y alejar los riesgos de ruptura
Comprender que la
responsabilidad de manejar una relación es de los dos. Fomentar una buena comunicación. Conservar
siempre el mutuo respeto. Capacidad para asumir y digerir los fallos del
pasado. Mantener actitudes empáticas (ponerse en el lugar del otro). Aceptación incondicional (admitir y tolerar
las diferencias y comprender los fallos). Incentivar la complicidad. Fomentar
un alto grado de intimidad. Ayudarse a crecer y madurar como personas. Ser
generosos en expresiones de afecto.
Espero que este breve resumen nos sirva para profundizar en nuestra relación y nos ayude a seguir adelante con este proyecto de vida en común que tenemos para ser felices y que seamos capaces de ver que en nuestra vida, el Señor, desde hace mucho tiempo, vio que era muy bueno que fuéramos pareja. “Nos soñó juntos”.
Espero que este breve resumen nos sirva para profundizar en nuestra relación y nos ayude a seguir adelante con este proyecto de vida en común que tenemos para ser felices y que seamos capaces de ver que en nuestra vida, el Señor, desde hace mucho tiempo, vio que era muy bueno que fuéramos pareja. “Nos soñó juntos”.
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