Martínez Cano, Silvia (ed.): Mujeres, espiritualidad y liderazgo. De la mística a la acción. San Pablo, Madrid, 2019. 168 páginas. Comentario realizado por Carmen Picó Guzmán.
La experiencia mística, entendida como experiencia religiosa que propicia el encuentro con Dios, es el hilo conductor de esta publicación firmada por seis mujeres. Esta vivencia espiritual es presentada en el prólogo como una experiencia que no deja indiferente al sujeto, sino que libera y abre al mundo, y como experiencia femenina que se expresa, según Silvia Martínez Cano, hacia dentro y hacia fuera.
En relación con el “hacia dentro”, Rosario Ramos nos habla de una experiencia “desde la entraña”, una experiencia que transforma a la mujer desarrollando su capacidad de dar una respuesta autónoma, a través de la cual asumir su propia realidad y transformarla. Además, esta autora analiza esta experiencia desde la neurociencia para poder decir que es una experiencia profundamente humana que tiene que ver con la inteligencia espiritual universal que reside en el hemisferio derecho de nuestro cerebro y, después, explorar en qué condiciones se da el acontecimiento místico. Termina su ensayo con una serie de “con-secuencias” entre las que podemos destacar la necesidad de arraigar el fenómeno místico en lo psicológico, lo neurológico y lo físico para que no se convierta en evasión.
En lo que tiene que ver con el “hacia fuera”, el ensayo de Pepa Torres es una invitación a entender la experiencia mística como un fenómeno que transciende toda religión y conecta con lo social y lo político. Porque según Pepa, la ciudad es el espacio donde se expresan lo deseos y donde se debe hacer posible la “outopía” y, esa faena, de hacer posible la utopía, es imposible sin la mística “que reconoce la sacralidad de la dignidad humana”. Termina esta autora su reflexión hablándonos del cuidado como esencia de lo humano, expresión de un Dios cuidadoso, y dando la palabra a una mujer del siglo XX que vivió su experiencia de Dios en la dureza de Auschwitz y la expresó como sustento y sentido, además de como experiencia de comunión con los que con ella compartían el sufrimiento. Una experiencia de Dios que lleva a Etty Hellisum a asumir el sufrimiento en solidaridad con otros “sin dejar que la violencia ni la injusticia tengan la última palabra en su existencia”.
Esta experiencia mística, cuando tiene como protagonista a una mujer, desarrolla en ella una experiencia de liberación, dice Silvia Martínez en el siguiente capítulo de la obra, convirtiéndose en fuente de autoridad y vocación. Este dinamismo de búsqueda y perseverancia es creativo, dice Silvia, y nos hace “parteras y cocreadoras de lo nuevo para la humanidad”, porque cambia nuestra realidad de mujeres humilladas y nos hace capaces de transformar el mundo que nos rodea. Este proceso de empoderamiento tiene que ver con el descubrimiento de nuestra interioridad, de una toma de conciencia de nuestra dignidad y la consciencia de la autonomía personal. Y sólo es posible si la mujer es capaz de reconstruir la propia vida en “clave de liberación y autonomía empoderada”, para ello Silvia abordará una serie de indicaciones que ayuden a alcanzar este objetivo.
En la segunda parte de la publicación se abordarán espacios cotidianos de vivencia de esta experiencia mística. Mariola López Villanueva aborda la experiencia de encontrar a Dios en la ciudad a través de dos desafíos propios de nuestro tiempo, aprender a contemplar y aprender a convivir. Para ello la autora analiza la realidad urbana destacando la dificultad de vivir en gratuidad en un ambiente que constantemente nos empuja al exceso y, por ende, a un estado de fatiga difícil de superar. Ante esto nos presenta la experiencia mística como un estado que nos permite ver “la transparencia de las cosas”, que nos permite percibir la realidad de otra manera. Y para abordar el cómo de este vivir en medio de la ciudad nos ofrece el testimonio de dos mujeres, Madeleine Delbrêl y Dorothy Day, mujeres que “supieron conciliar en el tiempo que les tocó vivir lo espiritual y lo social de un modo muy fecundo” introduciendo en las ciudades modos de experimentar a Dios que les llevaron hacia la hospitalidad y el diálogo. Ambas, dice Mariola, fueron coherentes, “fueron capaces de integrar lo que decían y escribían y su manera de vivir”.
Un segundo paso en este recorrido por la cotidianidad lo da Pilar Yuste Cabello, en su ensayo “Mística y sexualidad”, para hacernos caer en la cuenta de que muchas de las expresiones usadas para expresar la experiencia mística guardan relación con una experiencia tan humana como la experiencia sexual. Para ella el uso recurrente de las metáforas sexuales para expresar la experiencia de Dios “implica una relación intrínseca de estas dos dimensiones radicalmente humanas”. E irá analizando esta relación desde la tradición judeocristiana, pasando por la neurociencia y el lenguaje común de religiones y pueblos, a la vez que reivindica el papel de la mujer en lo sagrado, lugar del que ha sido alejada a causa de su menstruación y de su útero.
Termina este camino por lo cotidiano con una reflexión sobre la importancia de recuperar la relación entre mística y liturgia que nos ofrece María Luisa Paret. Ella establece la importancia de recuperar una liturgia que facilite el encuentro con Dios, que posibilite la “unificación interior ante el objeto de nuestra fe” (la Palabra, la oración, el silencio), una liturgia con dimensión contemplativa. Y establece una serie de requisitos necesarios para percibir esa relación, desde la persona y en la comunidad.
Esta publicación concluye de la mano de su editora, Silvia Martínez Cano, que nos muestra la transformación que está sufriendo la forma de comprender a Dios, del lenguaje que lo expresa, lo que obliga a los “creyentes de hoy a explorar nuevos caminos que no son los heredados”. Plantea la necesidad de explorar nuevas mediaciones, a generar “procesos de construcción de sentido” a las experiencias de Dios para remitir a un Dios que libera, que empuja a la justicia y que ama sin límites. Un proceso que tiene como protagonistas a muchas mujeres dando lugar a un “jardín novedoso con flores y frutos nuevos sobre la experiencia de Dios”.
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