viernes, 28 de julio de 2023

André Faustion: El Dios deseable. Por José María Fernández-Martos

Faustion, André: El Dios deseable. Un impulso hacia la fe. Sal Terrae, Santander, 2022. 120 páginas. Comentario realizado por José María Fernández-Martos.

No especula el autor. Desde sus primeras líneas francas, te sumerge en sus perplejidades –que resultan ser tuyas– en la frontera imprecisa del creer, atisbar o rechazar a Dios. Sin calentamiento previo, lanza preguntas como dardos: “¿Hacen falta las religiones para garantizar la existencia humana, tanto personal como colectiva? ¿Hace falta creer en Dios para construir una humanidad digna, pacificada, alegre y dotada de sentido?”. 

Sus preguntas surgen del ver que “muchísimas vidas humanas se desarrollan de una manera cabal y se ponen al servicio de los otros sin estar apoyadas en una fe en Dios”. Sólo un ciego dogmatismo negaría esta evidencia. Esta valiente mirada de Faustion al hecho de la increencia, aliviará a muchos que buscan vivir una fe adulta en un mundo de categorías muy ajenas a su fe. ¡Tantos amigos y ciudadanos que viven felices en un mundo liberado de la evidencia y necesidad de creer en Dios! 

Más discutible es su convicción de que el eclipse de Dios en la vida pública y privada no conlleve un cierto “derrumbe del sentido y de los valores”. ¿No influye esa ausencia de Dios en la aceptación como “progreso” de la eutanasia, el aborto, la pornografía, etc.? Cierto es, sin embargo, que en épocas en que los dioses formaban parte de las evidencias compartidas, no faltaron barbaridades de colosal tamaño. 

El esperanzado autor, en lugar de deprimirse por el “ocaso de Dios”, piensa que, quizás, se deba a la “generosidad de Dios”, que dándonos la vida no exige tenerlo por necesario, sino que se alegra de que “vivamos de manera autónoma”, sin exigirnos la fe en él como un paso obligado. Eso muestra la “naturaleza excesiva de la gracia de Dios, que ama, crea, salva, engendra a su vida sin condiciones”. 

El autor se mueve en un terreno movedizo cuando, de un lado, afirma que el punto de partida sea tener “fe en la vida sin más” y, del otro, sea necesario para acceder a una fe auténtica, el posicionarse con respecto a la pregunta decisiva: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mc 8,29): “la fe cristiana nace como respuesta esta pregunta”. 

Se agradece su rica argumentación bíblica. Por ejemplo, tras afirmar que “no hay ninguna necesidad de religión”, acude a que “nos consta que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos” (1 Jn 3,14). El misterio pascual opera en todos, tanto si se reconoce a Dios, como si no. Entonces, ¿para qué proponer la fe? Apoyado en el capítulo 9 de la primera carta a los Corintios, el autor propone purificar las motivaciones evangelizadoras. La fe no puede imponerse, porque es don precioso y gratuito de un Dios desbordantemente generoso que impulsa a comprender y amar a los demás. No es necesario el reconocimiento del «Dios deseable», para gozar de él, pero se hace radicalmente precioso y transfigurado bajo la luz de la fe. 

Su matizada argumentación no evitará críticas de creyentes asustadizos o dogmáticos. 


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